Análisis
Viento, tierra y accidentes viales
Cuando la visibilidad es nula, circular por una ruta es una conducta suicida. Algunos no reparan en el riesgo que corren y se lanzan a una aventura cuyo final puede ser una desgracia irreparable.
El pronóstico meteorológico lo advirtió con suficiente antelación: una jornada de vientos muy fuertes provenientes del sudoeste iba a afectar a toda la franja central y este del país, con ráfagas que podrían alcanzar velocidades peligrosas. De hecho, en San Francisco, el pasado lunes, el viento superó los 80 kilómetros por hora en algunos instantes.
La jornada que se vivió al comienzo de esta semana estuvo dominada por un fenómeno que se viene repitiendo con frecuencia. El viento está haciendo estragos en algunas regiones del país y genera trastornos de todo tipo. Aprovecha el descuido y la imprevisión que forman parte de las costumbres negativas de la Argentina. Es verdad que derriba árboles y techos, con los consecuentes problemas en las ciudades. Además, en el marco de la sequía persistente que todavía sufre la pampa, origina tormentas de tierra de imprevisibles recorridos y graves derivaciones en las rutas de toda la región.
Este último temporal se cobró la vida de dos personas. Una en la autopista Córdoba – Rosario, donde más de 30 vehículos protagonizaron un choque en cadena que no tiene muchos antecedentes. La otra, más cerca, en la ruta provincial 13, en cercanías de Villa del Rosario, donde otra colisión similar –aunque con menor cantidad de “participantes”-. Otras carreteras de la región central también fueron escenario de circunstancias similares que, por obra de la Providencia, no llegaron a ser fatales.
Difundidos por las redes sociales, algunos videos caseros de acompañantes en los automóviles que chocaron graficaron con elocuencia la magnitud del desastre que significa un choque en cadena. Permitieron comprobar que la tierra levantada por el viento se transforma en una barrera que elimina por completo el campo de visión. El fenómeno se convierte, así, en una pared de color marrón casi imposible de sortear si algún obstáculo irrumpe de manera intempestiva.
En este contexto, lo sucedido revela que la imprevisión y cierta cuota de imprudencia continúan estando presentes en las rutas nacionales. No es posible admitir que no se comprenda, a esta altura, el riesgo que se corre al ingresar con un vehículo en una “pared” de tierra que atraviesa el camino. Mucho menos se entiende la falta de acción de organismos vinculados con la seguridad vial –policías camineras y concesionarios de peajes, entre ellos- que no formularon advertencias ni tampoco procedieron a cortar el tránsito, pese a estar advertidos de la cercanía del temporal de viento y conociendo los antecedentes recientes en relación a los inconvenientes que este fenómeno climático genera en el tránsito por las distintas carreteras.
Cuando la visibilidad es nula, circular por una ruta es una conducta suicida. Algunos no reparan en el riesgo que corren y se lanzan a una aventura cuyo final puede ser una desgracia irreparable. Al mismo tiempo, difícil resulta admitir ciertos argumentos que buscan justificar la inacción de quienes tienen la obligación de prevenir y están suficientemente advertidos sobre el peligro que acarrean estos fenómenos climáticos cada vez más frecuentes.