Historias
Valencia bajo barro: tres sanfrancisqueños y el impacto devastador de la Dana
Sofía Salassa, Matías Bazán y Antonio Bacer que se encontraban en la provincia de España en esos días, la tragedia se vivió de cerca, de manera impactante y con una incertidumbre constante.
El pasado 29 de octubre, la provincia de Valencia, España, vivió uno de los fenómenos meteorológicos más devastadores de su historia reciente, conocido como la DANA (Depresión Aislada en Niveles Altos). Lo que comenzó como una tormenta inesperada, se transformó en una catástrofe que dejó más de 200 muertes confirmadas y decenas de personas desaparecidas.
El desastre, provocado por una interacción entre el calor residual del verano y una masa de aire frío proveniente del norte, afectó a amplias zonas del territorio, causando lluvias torrenciales, inundaciones repentinas y vientos furiosos que arrasaron todo a su paso.
Para los sanfrancisqueños que se encontraban en Valencia en esos días, la tragedia se vivió de cerca, de manera impactante y con una incertidumbre constante.
En este sentido, LA VOZ DE SAN JUSTO dialogó con tres coterráneos que hoy en día viven cerca de esa zona. Sofía Salassa, Matías Bazán y Antonio Bacer, narraron sus vivencias.
Sofía regresaba en colectivo desde Barcelona hacia Valencia cuando comenzó a recibir las primeras señales de alarma. “Estaba ingresando por la zona norte de Valencia cuando a las 20, nos sonó la alarma comunitaria de protección civil, alertando sobre lluvias extremas en la Comunidad Valenciana. Nos indicaron que no saliéramos, ni nos desplazáramos”, explicó.
En ese momento, Sofía y los pasajeros del colectivo no sabían aún la magnitud del fenómeno que se estaba desatando. A pesar de que en ese momento solo llovía levemente, el sonido unánime de los celulares y la alarma generaron una creciente sensación de inquietud.
A medida que el fenómeno avanzaba, la alarma de protección civil se repitió varias veces durante las horas siguientes y el día posterior. La ciudad de Valencia comenzó a ser impactada por tormentas severas, pero para Sofía, la sensación de peligro no llegó hasta el día siguiente.
Al día siguiente de la catástrofe, Sofía notó un contraste palpable entre la capital y las zonas más golpeadas. “Mientras que en Valencia Capital había sol y no había ni una gota de agua en la calle, a tan solo 15 minutos de aquí, todo estaba bajo metro o metro y medio de barro”, recordó.
Aunque la capital parecía continuar con su curso habitual, a las afueras, el panorama era desolador. La distancia entre la normalidad y el desastre era impactante, y Sofía, desde su lugar, intentaba procesar el alcance del evento.
Uno de los aspectos que Sofía destacó en su relato fue la respuesta solidaria de los vecinos. “El comportamiento de los vecinos es admirable. Desde el día siguiente, cuando entendimos lo que estaba pasando, la gente comenzó a organizarse para ver cómo podía ayudar. No hubo diferencia de países, razas ni edades, todos nos pusimos a ayudar”, comentó.
Asimismo, la sanfrancisqueña se sumó al esfuerzo colectivo de diversas maneras. Con donaciones primero, y uniéndose a los esfuerzos de limpieza, después. “Nos organizamos con palas, escobas y baldes para quitar barro de las calles y las casas de los vecinos damnificados. También ayudamos a retirar muebles y colaboramos en la logística de clasificación de donaciones”, detalló.
En lugares como el pueblo de Catarroja, una de las zonas más afectadas, Sofía también participó en la clasificación de pañales y otros insumos esenciales.
Sin embargo, Sofía también señaló una crítica importante hacia la gestión del gobierno: “El estado no empezó a enviar ayuda activa hasta el domingo, cinco días después de la catástrofe, todo por cuestiones políticas”, haciendo énfasis en la demora en la respuesta oficial ante la magnitud de los daños.
Las secuelas del desastre fueron vastas y multifacéticas. Sofía enumeró las principales problemáticas que la comunidad enfrentó: “Las desapariciones y víctimas mortales son más de las que nos dicen en las noticias, hay muchísima gente desaparecida. Además, estamos enfrentando infecciones por las condiciones insalubres: gastroenteritis, infecciones urinarias y cutáneas debido al barro estancado”. La situación se agravaba con cada hora que pasaba, ya que el barro comenzaba a pudrirse, creando un ambiente propicio para la proliferación de enfermedades. “Parece una zona de guerra”, concluyó.
Por otro lado, el sanfrancisqueño Matías Bazán también compartió su experiencia del trágico fenómeno. "Da un poco de miedo que sigan las lluvias y pase algo en la ciudad", explicó Matías, aunque aclaró que Valencia centro no corre riesgo de inundarse debido a que, desde una gran inundación en 1955, el río fue desviado y convertido en un parque urbano. Con el paso de los días, la situación meteorológica se calmó en el núcleo urbano, pero las consecuencias fueron devastadoras para las áreas circundantes.
Bazán también destacó la impresionante respuesta de todos los ciudadanos: "El comportamiento de la gente es increíble. Están haciendo de todo para ayudar".
Los valencianos se han organizado para limpiar casas y calles, remover escombros, y distribuir alimentos y productos de higiene a quienes lo perdieron todo. Además, se han instalado numerosos puntos de recolección en toda la ciudad, donde las personas donan ropa, mantas y alimentos. Esta movilización fue impulsada en gran medida por jóvenes universitarios y personas mayores que, sin dudarlo, se unieron a las tareas de ayuda.
En cuanto a la vida en el resto de la ciudad, Matías contó que el impacto indirecto de la catástrofe se siente en la movilidad y en la interrupción de servicios: "Está todo un poco colapsado: universidades, centros deportivos y otras instalaciones están cerradas, y tampoco hay servicio de metro".
Para los afectados de las zonas inundadas, la situación es aún más compleja, ya que las viviendas quedaron destruidas, y las calles permanecen llenas de barro y agua. “La mayoría de los vecinos de ahí se tuvieron que ir, especialmente los que vivían en los primeros pisos, porque perdieron casi todo lo que tenían. Los de los pisos de arriba creo que todavía están viviendo ahí, pero solo por una cuestión de quedarse con sus cosas”, dijo Matías. Aunque el esfuerzo de ayuda es masivo, Bazán cree que la recuperación llevará meses.
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Por último, Antonio Bacer también de San Francisco, narró su vivencia ante la tragedia. La tarde del desastre climático, Antonio estaba viajando desde Valencia hacia Gandía, cuando de repente, el clima cambió drásticamente.
En su trayecto por la AP-7, la tormenta se desató con una furia inesperada. “Había mucho viento y lluvia fuertísima, por lo tanto, decidimos adelantarnos, no pararnos para nada, porque sabíamos que se venía algo grande”, recordó. Lo que parecía ser una tormenta habitual pronto se convirtió en una experiencia que marcaría su vida.
"La reacción fue de sorpresa, porque siempre se avisa con tiempo de estos fenómenos, pero en este caso no se había dicho nada. A los días nos comentaron que no funcionaban los radares", explicó.
Tras el paso de la tormenta, Antonio experimentó las dificultades para desplazarse por la región. “Yo venía de vuelta, y en vez de tardar 50 minutos, ahora nos llevaba una hora y media más o menos”, contó. Antonio relató que durante días la vida en la zona estuvo marcada por la falta de comunicación, mientras el gobierno local reaccionaba lentamente ante la magnitud de la tragedia.
Por otro lado, el sanfrancisqueño relató: “La gente está ayudando de manera personal o económica. Muchos caminan hacia los pueblos más afectados, llevan palas, rastrillos, están ayudando a limpiar el barro, a sacar escombros”.
Sin embargo, no todo fue cooperación; el caos también dejó lugar a los saqueos. "Hubo gente que aprovechó para robar. En las autopistas, se veían miles de coches apilados, y la gente comenzó a saquearlos", denunció Bacer.
Al igual que para Sofía, para Antonio el contraste entre la calma de Valencia y la devastación en las localidades cercanas no pasó desapercibido. "La gente en los pueblos está incomunicada, y muchos se sienten abandonados, porque las autoridades tardaron mucho en reaccionar", comentó el sanfrancisqueño.
La magnitud del desastre ha dejado huellas profundas en la comunidad. Antonio no dudó en calificar la situación como algo “dramático”. A medida que las tareas de rescate avanzaban, se iban encontrando más desaparecidos y víctimas fatales. “Aún están sacando barro de las casas, es un desastre y algo muy triste para mí”, explicó.
Aunque la tormenta ha pasado, la tarea de reconstrucción es monumental. Las secuelas de este evento seguirán durante meses, quizás años.
Los tres sanfrancisqueños compartieron en que la recuperación de la zona será un proceso largo, no solo por los daños materiales, sino por el impacto psicológico que deja una catástrofe de tal magnitud.