Vacunas frías pero inutilizadas
Más allá de las chicanas, la grieta, las acusaciones e independientemente de las disquisiciones ideológicas, las vacunas congeladas pero inútiles son el símbolo de las estructurales deficiencias de un Estado que despilfarra recursos y esfuerzos y casi nunca consigue eficientizar su accionar.
Una nueva polémica se instaló entre la dirigencia política del país cuando el ministro de Salud reveló que en un depósito frigorífico de Buenos Aires se seguían guardando unas 4 millones de dosis de vacunas antigripales y contra otras enfermedades que habían sido adquiridas durante la gestión del anterior gobierno nacional. Por supuesto, estaban vencidas y, por ello, deben ser destruidas.
Desde el actual oficialismo se cargó contra el anterior Secretario de Salud de la Nación, Adolfo Rubinstein, señalándose que esta situación es un dato revelador de la inoperancia y de la falta de acción que tuvo el gobierno presidido por Mauricio Macri para atender la salud pública. "Esto demuestra que era un gobierno al que no le importaba la gente", lanzó el ministro González García, quien apuntó -sin mencionarlo- contra su antecesor. La secretaria del área, Carla Vizzotti fue categórica: "Más allá del nombre, si Secretaría o Ministerio, estoy convencida de que hubiera pasado lo mismo porque la verdad es que no fue una prioridad y no se le asignó el presupuesto necesario". La funcionaria indicó que hay 2,2 millones de vacuna antigripal que se compraron en 2017 para 2018 que no se utilizaron.
Más allá de las acusaciones políticas y de los intentos de traer agua para el molino propio, lo cierto es que la existencia de tantas vacunas sin utilizar es otro elemento que demuestra aquello del "Estado bobo", que compra sin ton ni son, careciendo de planificación y de estrategias, muchas veces a precios más elevados que los del mercado. Ejemplos sobran en cualquier administración. También en la actual, como por ejemplo con los hechos sucedidos en el Ministerio de Desarrollo Social con la compra de alimentos para los sectores más carenciados.
De todos modos, fueron endebles las explicaciones de un ex funcionario que, en los últimos meses, tuvo más protagonismo mediático que cuando era secretario de Salud. Luego de asumirse como víctima de una campaña, intentó adjudicar la compra de millones de dosis por encima de las necesarias, señalando que "en 2016 hubo una temporada de gripe muy fuerte, donde hubo una altísima demanda de vacunación, por lo cual se hizo una compra complementaria más importante". Y reconoció que conocía la existencia de esta partida y sabía que había que destruirla, "pero toma tiempo, es un residuo patológico, no lo hace el ministerio de Salud". Y justificó: "No va a ser la primera vez que se destruyen vacunas, esto a veces pasa".
Esta última frase casi no sorprende. Porque casi siempre pasa. No solo a veces. En este caso, no fueron dos cajas. Se compraron con fondos públicos millones de dosis de más. No se utilizaron y durante años se pagó el millonario alquiler de un depósito para mantenerlas frías, sin siquiera adoptar las medidas necesarias para su destrucción. Más allá de las chicanas, la grieta, las acusaciones e independientemente de las disquisiciones ideológicas, las vacunas congeladas pero inútiles son el símbolo de las estructurales deficiencias de un Estado que despilfarra recursos y esfuerzos y casi nunca consigue eficientizar su accionar.