Historias
Una receta de amor y esfuerzo que se cocina a la parrilla
Marcelo Correa y su familia se levantan bien temprano para amasar las tortillas que se venden, literalmente, como pan caliente en barrio Consolata. Con mucho sacrificio, tienen el sueño de un local propio y construyen su casa.
Por Luis Giordano | LVSJ
En el corazón del barrio Consolata, un aroma ahumado guía a los vecinos hacia un rincón que, más que un emprendimiento, es un punto de encuentro. En su puesto de tortillas a la parrilla, Marcelo Correa no solo amasa harina, sino también sueños y recuerdos que evocan a sus abuelos, quienes le legaron más que una receta, la filosofía de esforzarse.
Mientras preparaba el fuego para poner las primeras tortillas en los fierros, Marcelo contó a LA VOZ DE SAN JUSTO que el negocio empezó “de casualidad” cuando fue de vacaciones a las sierras. “Antes de este emprendimiento, mi vida transcurría en los puestos callejeros, teníamos uno cerca del camino interprovincial. Un día de vacaciones, vi a un muchacho haciendo tortillas a la parrilla y algo me hizo clic. Cuando volví a casa, decidí probar suerte”, manifestó el vendedor.
De esa manera, sobre un chulengo improvisado y bajo el abrumante calor de enero, Marcelo inició un camino lleno de esfuerzo que no fue fácil. “Vendíamos de a poco, una, dos, tres tortillas. Fue empezar desde cero”, reconoció.
Con el tiempo, la pequeña parrilla fue creciendo y con ella, el sueño de la familia. Hoy, su puesto no solo es conocido en barrio Consolata sino que atrae a clientes de otras zonas que van a comprar su “tortillita” para los mates de la tarde.
“Esto es todo para mí, porque con esto mantengo a mi familia. No vivimos con lujos, pero salimos adelante día a día, con fe y trabajo. Llueva o haga calor, siempre estamos al pie del cañón”, remarcó con orgullo.
Cada jornada comienza temprano en casa de los Correa. Mientras el sol apenas se asoma, Marcelo y su esposa, Melisa, comparten mates y organizan el día de trabajo. “A eso de las 8.30 empezamos a amasar. Usamos la receta de mi abuela, que para mí es un tesoro. Le ponemos levadura, dejamos que leude y a las 15.30 encendemos el fuego”, detalló. A las 16 ya están listos para recibir a los clientes, un ritual que repiten todos los días hasta las 19.30 porque las tortillas “vuelan”.
La dedicación es compartida, mientras Marcelo se encarga de las tortillas tradicionales, Melisa innova con las rellenas, una propuesta que ha conquistado el paladar de muchos vecinos. “Ella empezó a hacer de jamón, salame, tomate, queso y albahaca. Hoy son un furor; la gente viene más por esas”, confesó. Las favoritas de los clientes son las de jamón y las de caprese.
Aunque el emprendimiento marcha bien, Marcelo y su familia no se conforman ya que sueñan con tener un local propio, donde puedan rescatar las tradiciones que tanto valoran. “Queremos traer de vuelta lo que nos hacían nuestros abuelos en el campo: tortillas, pan casero, bolas de fraile. Algo sencillo pero lleno de historia”, señaló el vendedor.
Para Marcelo, su trabajo no es solo una fuente de ingresos, sino un vínculo con sus raíces. En cada tortilla, en cada fuego encendido, revive la memoria de su abuela, de su abuelo y de las manos trabajadoras que lo precedieron. “Esto es lo que soy, lo que me enseñaron a ser. Y mientras tenga fuerzas, voy a seguir acá, amasando con amor”, destacó.
Lo que más emociona a Marcelo es la relación que ha construido con sus clientes. “Les agradezco de corazón por apoyarnos. Gracias a ellos, seguimos creciendo. Que Dios los bendiga, porque este emprendimiento es un regalo de Él”.
A medida que su emprendimiento crece, el vendedor ahorra peso a peso para construir su casa, proceso que ya está en marcha. “Es nuestro principal objetivo como familia, queremos tener nuestra casa propia”, añadió.
En Ameghino 675, las tortillas de Marcelo son mucho más que un alimento: son un símbolo de esfuerzo, familia y fe. Un ejemplo de cómo los sueños, cuando se trabajan con dedicación, pueden alimentar no solo cuerpos, sino también la esperanza de salir adelante.