Análisis
Una imagen, símbolo de violencia política
Una foto que quedará como recuerdo, como una lección del peligroso camino debilitador de las instituciones democráticas al que conduce la violencia retórica en la contienda política, tanto en los Estados Unidos como en cualquier otra Nación.
El personaje principal de la historia mantiene el puño en alto mientras por su rostro se impregna de sangre que gotea de su oreja. Sobre él, flamea una bandera estadounidense. Su gesto es el mismo de siempre: desafiante, soberbio, altivo. Tras haber sufrido un atentado contra su vida, grita “¡lucha!” varias veces.
Es muy posible que la fotografía y los videos del intento de magnicidio que sufrió el ex presidente norteamericano Donald Trump, se convierta en utensilio frecuente en las clases dedicadas a aprender y reflexionar sobre el poder de las imágenes y su influencia en los sentimientos y los pensamientos de quienes las reciben. El mismo polémico candidato republicano a la presidencia de Estados Unidos lo dijo en una entrevista posterior al dramático suceso que le tocó vivir: "Mucha gente dice que es la foto más icónica que han visto nunca". "Tienen razón y no morí. Por lo general, tienes que morir para tener una foto icónica".
El impacto de esta imagen será, lo es ya, motivo de análisis en medios de comunicación y escuelas de periodismo de todo el mundo. Porque, además de reflejar una situación dramática, ese instante sintetiza el traumático proceso que vive la política interna de la potencia del norte y que, por su influencia y también por el espeso clima de época dominado por las polarizaciones, se disemina por todas las democracias del planeta.
En un país con más armas que personas, no es el primer hecho en el que se intenta matar a un político. La historia cuenta tentativas fracasadas y tiroteos “exitosos” en ese sentido. Sin embargo, se podría señalar que el atentado contra la vida de Trump no es solamente la acción de un desequilibrado que –vaya a saberse por qué motivos- busca acallar una voz chirriante, disonante y arrogante con la que se discrepa. Es el resultado la permanente invocación a la violencia de un discurso político saturado de agresiones. Y también es fruto de la laxitud con la que se asume la proliferación de actitudes de intimidación y amenaza. Que, por cierto, tiene en Trump a un “destacado” ejecutor, pero que no tiene la exclusividad de su utilización.
The New York Times, en un análisis reciente, sostiene que “la premisa central de la campaña de Biden es que Trump es una amenaza existencial para la democracia. Esa frase se ha repetido una y otra vez”. Agrega: “Todo eso sigue siendo cierto, pero ahora que la existencia misma de Trump ha sido amenazada dramáticamente, ese argumento pierde fuerza. El intento de asesinato de Trump ha hecho que a los demócratas les resulte mucho más difícil enfatizar lo peligrosas que serían sus políticas”.
La simbología de la violencia política tiene en la fotografía aludida un ícono paradigmático. Impacta. Vale más que las más de mil palabras que se han pronunciado luego del hecho y que hablan contra la violencia, dicen asumir posturas respetuosas frente al adversario político y apuntan que las armas no son la herramienta para dirimir las diferencias en una democracia. Palabras que quizás se lleve el viento. Entonces, quedará esa imagen como recuerdo. Como una lección del peligroso camino debilitador de las instituciones democráticas al que conduce la violencia retórica en la contienda política, tanto en los Estados Unidos como en cualquier otra Nación.