Análisis
Una condena en el mundo de la posverdad
Donald Trump se asume como un líder que está más allá de la Justicia. No ha sido muy original. Incluso aquí en la Argentina donde se escuchó a una ex presidenta exclamar frente un tribunal que ya había sido absuelta por la historia.
El ex presidente de Estados Unidos, Donald Trump, fue hallado culpable de 34 delitos federales por la justicia de su país. Todas las condenas se relacionan con un pago de 130.000 dólares para mantener su silencio realizado a la actriz porno Stormy Daniels, al final de la campaña de 2016, para que no hiciera pública su afirmación de un encuentro sexual. El pago fue realizado por el intermediario de Trump, Michael Cohen, pero Trump luego le reembolsó.
Los fiscales alegaron que Trump cometió un delito al falsificar registros para clasificar pagos ilegales como gastos comerciales legítimos, y que lo hizo para influir indebidamente en el resultado de las elecciones. El jurado compuesto por anónimos ciudadanos de Nueva York, tras deliberar menos de diez horas, votó de modo unánime por la culpabilidad del ex mandatario y hoy aspirante a habitar otra vez la Casa Blanca.
Por tratarse de los Estados Unidos y por las características particulares del personaje hallado culpable, la noticia recorre el mundo entero. Se celebra en algunos círculos como una reafirmación de la vigencia de las instituciones en una democracia que contempla el principio de la igualdad ante la ley, sea quien fuere el acusado.
No es menor esta afirmación en tiempos en los que la verdad de los hechos está siendo suplantada por la “verdad” de las opiniones. Por cierto, el más acabado exponente de la era de la posverdad es Donald Trump. La condena que ha recibido golpea en el centro de una estructura discursiva en la que los hechos se acomodan al relato y a las mentiras con el solo objetivo de lograr la adhesión de los votantes, aprovechando el desacoplamiento moral existente, convertido en un signo de época. Porque, en los Estados Unidos y también en muchas otras naciones, se está generando en las sociedades la “capacidad” de separar los juicios morales y los juicios sobre habilidades o desempeños de las personas. Esta circunstancia plantea desafíos notables para el futuro de las democracias. Más aún si se considera que bien podría el hoy convicto de la justicia norteamericana aprovechar esta circunstancia y sumar adhesiones a su “causa”.
No está claro qué es lo que sucederá en el inminente proceso electoral de la primera potencia mundial. Puede que el regreso de Trump a la presidencia se torne inevitable. O tal vez ocurra exactamente lo contrario. De lo que no cabe duda es que la sentencia judicial es un punto de inflexión para la política interna de los Estados Unidos y, al mismo tiempo, una oportunidad para habilitar la reflexión sobre la calidad de los procesos democráticos en otros países.
Al salir de la audiencia en la que fue condenado, el ex presidente de Estados Unidos hizo lo obvio. Se victimizó. Denunció un proceso "amañado" y calificó de "vergüenza" la decisión en su contra. Sin embargo, concluyó su alocución ante la prensa con una sentencia que tendría que generar alarma: "El veredicto real tendrá lugar el 5 de noviembre, por el pueblo estadounidense", declaró el magnate. Es decir, se asume como un líder que está más allá de la Justicia.
No ha sido muy original. Una pléyade de autócratas entiende lo mismo y actúa en consecuencia. Incluso aquí en la Argentina donde se escuchó a una ex presidenta exclamar frente un tribunal que ya había sido absuelta por la historia.