Historias
Un sepelio que atrajo la atención en 1942 por el lujoso ataúd
El entierro del empresario Francisco Vaudagna en el Cementerio Municipal fue motivo de comentarios por la personalidad del extinto, pero también por el cofre elegido para su descanso eterno.
Por Arturo A. Bienedell | LVSJ
José Carlos Devallis Vaudagna, con su libro “Miramar: Memorias del pasado”, vuelve a aportar una historia curiosa ocurrida en Córdoba y San Francisco, a partir del relato del fallecimiento e inhumación de un conocido rico personaje de las primeras décadas del siglo XX.
Aborda en su escrito la personalidad de su tío Francisco Vaudagna, un próspero hombre de negocios que frecuentó nuestra región: Miramar, El Fuertecito, Rafaela y nuestra ciudad; vivió soltero y viajó por Italia, hasta que un mal incurable en esos tiempos puso fin a su existencia en Córdoba.
Al describir al tío “Pancho”, lo define como “un gran empresario que tuvo una destacada actuación en las esferas del comercio, ya que fue socio de la firma “José Paviolo, Vaudagna y Cía.”, en Rafaela donde abrió sus puertas en 1923. En el año 1938, junto con amigos, entre ellos César Scarafía, Beltramone y otros, fundaron la Empresa de Seguro “El Norte” en San Francisco”.
En 1942, Francisco enfermó y estuvo mucho tiempo internado en un sanatorio hasta que falleció en la madrugada del 27 de junio. Los familiares compungidos por la muerte debieron decidir rápido los trámites para el traslado del cuerpo y el sepelio en San Francisco, donde la familia contaba con un panteón para inhumarlo.
Una funeraria tradicional de la capital provincial estaba instalada frente al nosocomio donde murió Vaudagna, y hacia allí dirigieron sus pasos los deudos del extinto.
Devallis Vaudagna relata en su libro que el empleado que los atendió los llevó al sótano para que elijan el ataúd y en el lugar de exhibición estaba un cofre de bronce que les llamó la atención. A requerimiento de los interesados el funebrero les manifestó que era de origen italiano y, a comienzos de la década de 1930 se habían traído tres al país por una empresa de Buenos Aires y éste, al no poder venderlo allá, fue enviado a Córdoba. Luego de una “interconsulta” familiar hicieron las tratativas para adquirirlo y la misma empresa se encargó de trasladarlo hasta San Francisco.
Después del velatorio lo depositaron en el panteón donde ya estaban reposando otros miembros de familia. “Fue una novedad. ¡Había que ver la curiosidad de la gente por observar el ataúd a través de los vidrios del panteón ya que los cajones estaban a la vista!”. Una legislación de la década de 1970 obligó a que en todos los panteones y nichos del Cementerio Municipal debían sacar de la visión general los ataúdes, por lo se fueron tomando medidas para cumplir con la ordenanza.
De ser real el dato del funebrero cordobés podría ser éste, uno de los tres exclusivos cofres de esas características en el país. No lo sé. Pero es el único, seguro, en nuestro cementerio y aporta un dato curioso para la historia de la necrópolis que siempre genera atractivo cuando, por ejemplo, desde el Archivo Gráfico y Museo Histórico, organizamos Paseos Culturales para conocer sus patrimonios fúnebre y arquitectónico.