Un momento bisagra de la historia
El atentad contra la vida de la vicepresidenta de la Nación está fuera de discusión, excede cualquier diferencia ideológica. Es un momento de inflexión en la vida democrática de este país, que interpela a todos los argentinos, en especial a la dirigencia de todos los ámbitos. El fuego se atizó hasta el límite. Es hora de que prime la cordura.
La gravedad del episodio en el que se atentó contra la vida de la vicepresidenta de la Nación está fuera de toda discusión. Excede cualquier diferencia ideológica. Es un hecho repudiable en sí mismo, inconcebible, aunque quizás no inimaginable, lamentablemente. Es que una mirada crítica sobre la realidad dramática que vive el país habilitaba a pensar que la violencia podría, en un instante, dejar de ser solo verbal.
No por ello debe minimizarse el ataque ocurrido cuando la vicepresidenta llegaba a su domicilio. Todo lo contrario. El repudio debe dar paso a la exigencia de un esclarecimiento total. La sociedad toda necesita conocer hasta los últimos detalles del caso. Por ejemplo, debe aclararse la razón de la ineficacia de los responsables de la custodia vicepresidencial, que fue tan evidente como peligrosa. Por lo mismo, la Justicia tiene en sus manos otro caso relevante que, de modo imperioso y expeditivo, tiene la obligación de resolver para que la dinámica social y política de este país vuelva, en algún momento, a discurrir por senderos que no estén marcados por la incertidumbre permanente, el desasosiego, la división, el enfrentamiento y la intranquilidad.
Demasiados hitos de la historia nacional son ejemplos de lo caro que pagamos la falta de tolerancia y el descreimiento sobre lo que significa la convivencia democrática. Con este ataque, la paz social fue alterada, dijo el presidente. Y no se puede sino coincidir con esta expresión. El problema es que, luego del repudio generalizado de la mayoría de la dirigencia política, decisiones y actitudes mantuvieron la misma controvertida dirección.
La declaración del viernes pasado como día feriado no fue una contribución para conseguir la paz social. Solo ayudó a recrudecer el descreimiento de muchos, los mensajes agresivos de los bandos en pugna en las redes sociales y hasta una catarata de memes que la psicología social debería analizar. La jornada inhábil solo sirvió para consolidar la idea de que "ganar la calle" es la condición primera para demostrar poder. El "nosotros y ellos" volvió en toda su dimensión.
El lector sabrá perdonar la autorreferencia. La gravedad del ataque se ha dado en un contexto que se advirtió desde hace varias semanas en esta columna. "Los últimos años han sido pródigos en desencuentros y desavenencias. En la acentuación de que la culpa siempre la tiene el otro. En la experiencia de no haber aprendido de las crisis anteriores. En la falta de autocrítica. En la carencia de la humildad necesaria para aceptar que el otro puede aportar alguna visión que ayude a salir adelante", se expresó. Lo que sucedió al atentado volvió a exhibir una realidad en la que "el ruido es permanente. Todo el mundo grita, patalea. Casi nadie escucha. La crispación profundiza la hondura de las trincheras en las que devaluadas palabras confunden el lógico malestar por las condiciones actuales del país con el odio".
Es un alivio que el atentado haya sido fallido. Pero es preciso remarcar que el episodio es una bisagra de la historia política, un momento de inflexión en la vida democrática de este país. Es una instancia que interpela a todos los argentinos, en especial a la dirigencia de todos los ámbitos. El fuego se atizó hasta el límite. Es hora de que prime la cordura. De lo contrario, sin pacificar los ánimos y sin modificar actitudes, ¿cómo estaremos en condiciones de seguir conviviendo en esta bendita tierra?