Opinión
Un gobierno a la defensiva
Por primera vez en 14 meses de gestión, el gobierno de Javier Milei sucumbió ante la opinión pública. Milei perdió en cancha propia y trata, todavía, de revertir un escandalo que hizo temblar los cimientos de un discurso y un plan de acción que parecía nunca iba a agrietarse.
Un presidente promociona en redes sociales un negocio en un sector que luego admite desconocer, aunque no pierde la oportunidad de alardear sobre su dominio de la teoría económica. El negocio resulta ser una estafa millonaria. En las redes, aparecen individuos extravagantes mirando a cámara para desligarse del escándalo o dar su versión de los hechos. Algunos, vestidos como personajes de animé japonés, hacen revelaciones que agravan la crisis. Se presentan denuncias judiciales, surgen amenazas de comisiones investigadoras y hasta la posibilidad de un juicio político sobrevuela el griterío político.
Oportunistas opositores sacan provecho de la situación. Voceros oficiales e influencers libertarios quedan en offside. Por primera vez en los catorce meses de gestión, Javier Milei se ve acorralado. Lo que no pudieron conseguir la CGT, el peronismo en todas sus versiones, los movimientos sociales o los colectivos LGBT+ lo logró el propio Milei con solo un tuit. Su impericia y la de sus “fieles” consejeros abren una grieta en su defensa. Y su máxima preferida —"la mejor defensa es un buen ataque"— no funciona en una entrevista fallida, que expone las serias falencias de cierto periodismo y el desprecio del principal asesor presidencial por la libertad de prensa.
Lo que inicialmente se presentó como un “proyecto privado dedicado a incentivar el crecimiento de la economía argentina, financiando pequeñas empresas y emprendimientos argentinos” luego fue comparado con las apuestas en un casino. La admisión de que debe elevar muros para protegerse de ciertos advenedizos, abre interrogantes: ¿hasta qué punto puede ser ingenuo un jefe de Estado? ¿Habrá tomado nota de su responsabilidad en el cargo?¿No tiene asesores que lo protejan de su propia ignorancia? ¿Cómo es posible que el celular del presidente sea un canal de desinformación o de negocios opacos como el memecoin Libra?
Los más críticos sostienen que estamos ante una operación conocida como rug pull, una estafa en toda regla: se atrae a un gran número de inversores con una nueva criptomoneda, su valor se infla rápidamente y, en el momento oportuno, los principales accionistas venden sus participaciones, provocando el colapso de la moneda. En este punto, será la Justicia quien determine las responsabilidades.
Mientras tanto, los argentinos hemos asistido a una serie de lecciones magistrales sobre el mundo cripto. Como la palabra lo indica, un ámbito que se caracteriza por el ocultamiento y, en ciertos casos, facilita maniobras especulativas y fraudulentas. Atender a este último aspecto es una responsabilidad ciudadana, especialmente para quien admitió haber recibido un "cachetazo". En el mismo sentido, algunos pilares del discurso gubernamental han sufrido un golpe bajo la línea de flotación: no estamos frente a un líder de capacidades extraordinarias y no todo lo que sale mal es culpa de "la casta".
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El alivio que representó para el gobierno la suspensión de las Paso en el Senado, los elogios de la titular del Fondo Monetario Internacional y la motosierra que Milei le regaló a Elon Musk (también vestido a la usanza de un animé japonés) apenas lograron maquillar la peor semana del gobierno libertario. Días convulsos en los que el líder quedó expuesto e indefenso. Habrá que esclarecer si fue por ingenuidad o ineptitud.
Jornadas que, tras su desastrosa irrupción en la polémica entrevista, podrían marcar el comienzo del declive del asesor estrella, el "mago del Kremlin". A propósito de Santiago Caputo y sus apodos, el escritor e historiador francés Henri Troyat, en su biografía de Grigori Yefímovich Rasputin —el influyente consejero del zar Nicolás II en la Rusia imperial del siglo XIX—, cita una frase inquietante. Escribe que Rasputín "se jacta de su poder sobre el espíritu de Sus Majestades". En momentos de confianza, confiesa a sus compañeros de taberna que Nicolás II es un buen hombre con buenas intenciones, pero que no tiene carácter para gobernar y que "debería ceder su lugar a su mujer". Salvando las distancias de época y parentesco, la tentación del paralelismo resulta inevitable.