Análisis
Un fenómeno político global
El malestar con la política tradicional surge como el motivo central de la expresión del voto ciudadano.
Se afirma con frecuencia que el resultado de las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (Paso) abrió una nueva etapa en la vida institucional de nuestro país. El análisis que surge de la reciente elección tomó nota de la irrupción de un candidato como Javier Milei, el más votado, proveniente desde fuera de la actividad política y en cuyas expresiones se manifiesta una crítica absoluta a ese establishment conformado por los dirigentes de la denominada “casta”.
Las dos fuerzas que se disputaron el poder en las primeras dos décadas de este siglo están recalculando sus estrategias y procurando adaptarse a una nueva realidad en la que la incertidumbre sobre el resultado de los comicios presidenciales de octubre se ha potenciado en virtud de la presencia de una tercera fuerza que, avalada por un tercio de los votantes, potencia sus posibilidades de acceder al gobierno.
Los analistas políticos han intentado –lo están haciendo todavía- desentrañar las causas de lo que está ocurriendo. El malestar con la política tradicional surge como el motivo central de la expresión del voto ciudadano: “Ya probamos con los de siempre y nos fue como nos fue, ¿por qué no cambiar?”, parece ser la lógica predominante. En este marco, el resultado de las Paso habilita a pensar que el desapego entre la gente y la dirigencia política es una razón que en la Argentina tiene sobrados fundamentos.
No hay dudas de que es así. Pero no es una realidad atribuible solo a la democracia de nuestro país. Independientemente de las ideologías, son numerosas las democracias que viven el mismo fenómeno: dirigentes provenientes desde fuera de los ámbitos políticos tradicionales que acusan a esa dirigencia de todos los males y se fortalecen frente a la incompetencia que demuestra “la casta” para resolver los problemas. Se presentan, así, como agentes del verdadero cambio, incluso llegan a auto calificarse como “salvadores”.
El caso más paradigmático es el de Donald Trump en Estados Unidos. Sin embargo, parece que “se queda corto” ahora el histrionismo y la apelación nacionalista de este singular empresario que llegó a la presidencia en el país de la democracia más consolidada. En el primer debate del partido Republicano asomó la figura de un personaje llamado Vivek Ramaswamy. A los gritos y levantando su puño derecho, se ganó la atención de los que siguieron ese debate. Algunos medios lo consideraron como el ganador de una contienda discursiva en la que arremetió contra todos, negó el cambio climático y solo tuvo elogios para el procesado ex mandatario. Otros, en cambio, lo tildaron de “fácil, payaso, superficial, desvergonzado, complaciente”, pero, claro está, “exactamente lo que los votantes republicanos anhelan”.
El ejemplo es uno más de los cientos de líderes que hoy gobiernan –o pretenden hacerlo- distintos países luego de haberse presentado en sociedad con sus propuestas disruptivas. El mundo conoce las causas de la discusión que hoy domina la política argentina luego del triunfo de La Libertad Avanza en las Paso. El asunto ahora pasaría por saber qué éxito tienen gobernando estos personajes. Y ello depende de numerosos y tradicionales factores que existen en cualquier democracia y los elementos territoriales y contextuales de este particular tiempo de la humanidad, dominados por el descontento y la incertidumbre.
Los discursos extremos –de uno u otro signo ideológico- tienen hoy éxito. Son un fenómeno global, más allá de que, de acuerdo al politólogo Daniel Zovatto, constituyen “una sobresimplificación de sociedades extremadamente complejas".