Análisis
Un conflicto que se repite
La historia de los vicepresidentes contiene una larga sucesión de entredichos, discusiones, rupturas y enfrentamientos abiertos con los presidentes que marcaron momentos cruciales de la política argentina.
El presidente de la Nación, Javier Milei, aseguró que “no estamos peleados” con su vice, Victoria Villarruel, aunque reconoció que tienen “diferencias”. Lo hizo en una entrevista periodística cuando fue consultado por el malestar que generó en el Ejecutivo la decisión de la vicepresidente de habilitar el tratamiento en el Senado del DNU que contiene múltiples reformas y fuera lanzado en los primeros días de la actual gestión de gobierno.
La admisión de diferencias de criterio es un buen paso. Un hecho que morigera la tensión que, sin dudas, existe entre las dos más altas autoridades del país, que generó acusaciones de traición, golpismo y amenazas de “carpetazos” contra la titular de la Cámara de Senadores, proferidas por militantes libertarios que, amparándose en el anonimato de las redes o siendo directamente trolls, no escatiman agresiones verbales contra quienes discrepan con algunas de las ideas o propuestas que se lanzan desde el Ejecutivo.
El artículo 57° de la Constitución Nacional determina que “el vicepresidente de la Nación será presidente del Senado; pero no tendrá voto sino en el caso en el que haya empate en la votación”. Y el artículo 88° establece que reemplazará al presidente en caso de enfermedad, ausencia de la Capital, muerte, renuncia o destitución del presidente”. Estas dos citas enmarcan la función de una figura que puede ser muy importante a la hora de conformar una fórmula con aspiraciones de acceder al gobierno, pero que –a lo largo de la historia del país- siempre ha tenido un lugar relegado. Salvo excepciones contadas, por cierto.
Además, la historia de los vicepresidentes argentinos contiene una larga sucesión de entredichos, discusiones, rupturas y enfrentamientos abiertos con los presidentes que marcaron momentos cruciales de la historia política argentina. Es decir, las desavenencias entre quienes ocupan los dos más altos cargos son moneda corriente. No solo en este siglo. Lo han sido desde que comenzaron a funcionar las instituciones regidas por la Constitución.
Todos recordamos el día en que renunció Carlos “Chacho” Álvarez y comenzó el derrumbe del gobierno de Fernando de la Rúa. También el “voto no positivo” de Julio Cobos en la presidencia de Cristina Fernández. Con mayor o menor detenimiento se pueden citar también las controversias –algunas muy severas- entre Carlos Menem y Eduardo Duhalde, Néstor Kirchner y Daniel Scioli y entre Alberto Fernández y Cristina Fernández. Son las más recientes y las que han generado muchos de los padecimientos que sigue experimentando la Argentina.
Sin embargo, la historia es pródiga en mostrar otras situaciones similares. Hipólito Yrigoyen rechazó primero y luego tuvo que aceptar a regañadientes compartir la fórmula con Pelagio Luna, elegido por la convención radical para ese cargo. Marcelo T. de Alvear y Elpidio González nunca se llevaron bien por cuestiones políticas. Alberto Teisare fue primero obsecuente de Perón y luego lo delató cuando fue derrocado. Más atrás, Mariano Acosta se opuso a la ley de federalización de Buenos Aires y se enfrentó a Nicolás Avellaneda. Son los casos más salientes, pero hubo varios más en nuestra historia.
Finalmente, Domingo Faustino Sarmiento mantuvo grandes discrepancias con su vice, Adolfo Alsina. Tanto fue así, que una frase del maestro sanjuanino sigue teniendo vigencia y grafica con elocuencia lo que muchos presidentes piensan sobre la función de su compañero de fórmula. El sanjuanino afirmaba que “el vicepresidente sólo sirve para tocar la campanita en el Senado”.