Sociedad
Teresa, la cara más cruel del ajuste: “La jubilación solo me alcanza para el alquiler”
Su historia se torna la de millones de adultos mayores más. “Me rompí el lomo trabajando y hoy tengo las manos vacías; son piel y hueso”, dijo. Sufre el abandono del Estado y de su propia familia, mientras sigue esperando, y luchando por lo más básico: sobrevivir con dignidad. Cómo ayudarla.
Por Cecilia Castagno | LVSJ
Ser viejo y pobre en tiempos de ajuste es una cruel condena, una historia de hambre y desamparo donde la jubilación se evapora como el aire. En Argentina, millones de adultos mayores enfrentan una realidad desoladora, y Teresa Reynoso, con 81 años, es una de las víctimas más visibles de un sistema que ha desangrado los bolsillos ya vacíos. Como tantos otros, Teresa padece lo que enfrentan casi 4,7 millones de jubilados y pensionados que cobran haberes menores o iguales a la mínima, que no alcanzan para cubrir sus necesidades básicas de alimentación, vivienda y medicamentos, y con esa cantidad sobrevivió durante años, gracias a la solidaridad de sus vecinos, ya que la ayuda de su familia brilla por su ausencia. Aunque fue madre de siete hijos y se quedó viuda hace más de 22 años, hoy se encuentra sola, abandonada por aquellos a quienes brindó lo mejor de sí.
Teresa perdió su sonrisa, su dignidad, y lo peor de todo: le robaron el derecho al descanso y la tranquilidad después de una vida de trabajo arduo. Los ajustes, ejecutados por gobiernos tras gobiernos, descargaron su peso sobre la vida de esta mujer, que después de más de 30 años de trabajar como empleada doméstica en la casa de una familia de San Francisco, fue despedida. Ahí se dio cuenta que nunca la habían registrado, nunca le hicieron los aportes, y por ende, sus años de trabajo fueron en vano.
Para poder acceder a una pensión, Teresa gestionó la “jubilación para amas de casa”, un régimen que no requería aportes. Pero la lucha no terminó allí. Una complicación de salud vinculada a la tiroides la obliga a tomar medicamentos crónicos, que el Pami demora en entregarle. La salud, un derecho inalienable, debería ser accesible para todos, incluidos los jubilados. Sin embargo, para Teresa, esto es una constante espera.
Las lágrimas son constantes en su rostro envejecido. Casi no puede hablar sin que su voz se quiebre. “Pese a que trabajé toda mi vida en la misma casa, mis patrones nunca hicieron un aporte. Lo que gano solo me alcanza para pagar el alquiler”, lamenta Teresa. Vive en una humilde casa en la calle Paraguay, en el barrio Catedral, y es en este modesto lugar donde los vecinos se convierten en su única red de apoyo.
“Un día, una vecina me dijo que tomáramos unos mates, y yo le contesté que no tenía gas para poner la pava. Ella me regaló una garrafa. Si no fuera por la ayuda de la gente, yo no estaría viva”, relató Teresa entre suspiros. En su día a día, su alimentación depende de la generosidad de quienes la rodean. “Uno me lleva un pedazo de pan, otro me lleva una manzana, otro me trae un pedacito de dulce, y así voy comiendo para sobrevivir”, dice con resignación y dolor.
Con nostalgia y tristeza, recuerda cómo sus hijos, cuando fueron grandes, comenzaron a hacer sus propias vidas, dejándola de lado. “Se olvidaron de mí”, dice Teresa, con el alma rota. Esos mismos hijos a quienes ella cuidó y atendió con dedicación, a quienes dejó a las 8 de la mañana en la Casa del Niño para que no se quedaran solos mientras ella se iba a trabajar. Hoy, esos mismos hijos no se acuerdan de la madre que los crió con sacrificio y amor.
Si tuviera la oportunidad de hablar con un presidente, Teresa no dudaría en expresar lo que siente: “Que no sean tan caraduras, que le den un poco más de aumento a los jubilados. Que no se peleen, que ayuden a los argentinos que la estamos pasando mal, y sobre todo los viejos”.
“Me rompí el lomo trabajando y hoy tengo las manos vacías; son piel y hueso”, concluyó, su voz quebrada reflejando la fragilidad de su cuerpo delgado y su piel curtida por los años y el sufrimiento.
Cómo ayudar a Teresa
Teresa no tiene teléfono, ya que no puede permitirse ese lujo con su mínima jubilación. Quienes deseen ayudarla pueden acercarse a su hogar, en la calle Paraguay 866, “al fondo, después de un pasillo”. Necesita de todo: alimentos, elementos de higiene personal, ropa, etc.