Se puede aprender o no
Sin corpiño se puede aprender. Pero puede no aprenderse el ejercicio de la verdadera ciudadanía si se avala la ruptura de las normas, acuerdos de convivencia y pautas que ayudan a los adolescentes a aprender a vivir con otros.
Estudiantes porteñas e integrantes de algunos grupos feministas y agrupaciones de izquierda manifestaron hace pocos días frente al Ministerio de Educación en rechazo a la decisión de una rectora del Colegio Reconquista, de Villa Urquiza, Capital Federal, de apercibir a una alumna por concurrir sin corpiño a clases. La manifestación se convocó en las redes como "corpiñazo" y su adhesión fue menor.
"¡Ni una piba sancionada por no usar corpiño!", reclamaron las integrantes de la organización feminista Mujeres de la Matria Latinoamericana, aunque la convocatoria no alcanzó la repercusión que esperaban. Como se recordará, una alumna fue apercibida por la rectora del Colegio Reconquista en el recreo, indicándole que no podía ir a ese secundario público sin corpiño.
El hecho tuvo más repercusión mediática que apoyo y ciertamente ofreció una oportunidad clara para que la polémica se instalase en las redes sociales y las opiniones volviesen a agigantar las enormes diferencias entre sectores de nuestra sociedad. No obstante, con el tiempo, quizás solo se trate de una anécdota peculiar.
La reflexión podría, entonces, trasladarse a establecer algunos parámetros acerca del eslogan que se utilizó como "bandera" en la protesta de los estudiantes y de las organizaciones de mujeres que la acompañaron. La frase que apareció en varias pancartas señalaba: "Sin corpiño también se puede aprender".
Efectivamente, se puede aprender. Matemática, Lengua o ciencias no requieren exigencias en torno a la vestimenta del estudiante. Aquí, aquella frase de que "el hábito no hace al monje" se torna real y dota de veracidad a la consigna lanzada durante el reclamo por el apercibimiento a una pauta que debió haberse acordado en esa comunidad educativa, tal como lo establecen las normas de acuerdos escolares sobre la convivencia que rigen en la mayoría de las escuelas de las distintas provincias del país.
Sin embargo, este último punto es el que diluye el impacto de aquel eslogan. La escuela secundaria de hoy ya no ostenta aquella condición de ser la antesala de los estudios universitarios. La obligatoriedad establecida por ley impone que el estudiante egresado de ese nivel debe estar preparado para proseguir estudios superiores, pero también para incorporarse al mundo del trabajo y, vital exigencia de estos tiempos, para ejercer responsablemente su rol de ciudadano.
La construcción de ciudadanía en la escuela es, en determinados ámbitos, el único parámetro que al que los jóvenes pueden acceder para comprender los alcances de una verdadera convivencia democrática que incluya principios como el respeto al otro, la tolerancia, la libertad y el afianzamiento de la personalidad. Pero también dentro de este planteo se encuentra el acatamiento a las normas de la convivencia y a la autoridad. No se trata de esquemas autoritarios, sino de principios construidos en base al consenso y de una autoridad que tiene la obligación de hacer efectivas aquellas pautas y comunicarlas con absoluta claridad, estableciendo además un proceso de reflexión pedagógico ante la posibilidad cierta de que algún miembro de la comunidad escolar no las respete.
Esto significa que sin corpiño se puede aprender. Pero puede no aprenderse el ejercicio de la verdadera ciudadanía si se avala la ruptura de las normas, acuerdos de convivencia y pautas que ayudan a los adolescentes a aprender a vivir con otros.