San Francisco y los veranos en la Era de Hielo
Un viaje al pasado: heladeras con barras de hielo, la tecnología sanfrancisqueña en los veranos de antaño. ¿Cómo se usaba? ¿Cómo se vendía?. Lo recordamos en esta nota. L
Por Arturo A. Bienedell
Los veranos sanfrancisqueños fueron, antaño, algo menos fuertes que en la actualidad, pero, soportar temperaturas mayores de 35 grados, en tiempos que el cálculo de la sensación térmica no era todavía popular, era mucho más difícil.
Entonces, en San Francisco, interesa saber, cómo se acomodaron para soportar el calor. La respuesta vino en parte por el ingenio de los usuarios y, en lo restante, para quienes podían, con algunos de los avances de la tecnología en los electrodomésticos, a los que se podía acceder en el sistema de pagos en cuotas, que empezó a imponerse como una alternativa para equipar los hogares.
Muchas calles, en los barrios de alrededores, eran de tierra, por lo que, en las tardes de verano, para refrescar y apagar el polvo, pasaba el camión regador de la Municipalidad y, ¡hasta dos veces en ciertas cuadras!, si algún vecino tenía una sutil atención con el conductor.
Las mujeres regaban su vereda antes de sentarse en sus reposeras, luego de las 19, para charlar con vecinas, previo a la cena y volver allí, ya en familia, hasta más o menos las 23, cuando esa actividad social terminaba. Si había un poco de viento, la situación era tolerable pero, si "no se movía ni una hoja de los árboles", se recurría a las pantallas de cartón que los comercios regalaban al llegar esta temporada. Como esos abanicos eran, generalmente, usados por las mujeres, con qué se daban aire los varones? Con un diario doblado en cuatro, ¡jamás con un abanico!
Los espectáculos y esparcimientos se multiplicaban al llegar el verano. El Cine "Universal", único con proyecciones al "aire libre" en esta época, concentraba a sus espectadores en el espacio que tenía donde ahora se hallan las salas del Cine "Radar"; en los clubes se organizaban desde noviembre a febrero, las kermeses y bailes, con concursos de cantores y bailes, en los que no faltaban el folclore, el tango ni la elección de la Reina, todo en pistas descubiertas. Lo mismo ocurría en San Isidro, El Tala, Alumni, El Ceibo, Bomberos, San Francisco Cultural y Deportivo, Tiro y Gimnasia, Petit Gran Rex y la cancha de básquetbol de Sportivo Belgrano en Pueyrredón al 300, entre otros. La paciencia de los organizadores era infinita, porque en varias oportunidades, los espectáculos organizados con mucha dedicación, se debían suspender por la lluvia.
Un protagonista muy singular
El verano venía acompañado por reuniones, picnics a la canasta, ágapes diversos, despedidas, en fin, con mucha modestia en la mayoría de los casos, pero siempre con ambiente festivo. En esos encuentros, tanto se comía como se bebía, pero, nada más desagradable que ingerir bebidas que no estén suficientemente frías, si el calor aprieta. Entonces, cómo se enfriaban los porrones, vinos y gaseosas? En muchos domicilios de familia de buenos ingresos, incluso en algunas casas de chacareros, ya imperaban las heladeras eléctricas o de kerosene, pero en muchas otras, todavía se contaba con la heladera de hielo; un mueble de madera que funcionaba como hoy es una conservadora transportable. Los más humildes, recurrían al aljibe, a la fiambrera, y otros elementos que el ingenio les ponía a su alcance para hallar algo de confort.
Como los cortes en el servicio eléctrico en la ciudad eran muy frecuentes, las refrigeradoras dejaban de funcionar muchas horas, por lo tanto, la heladera de hielo era la gran aliada desde octubre a marzo, cada temporada.
El hielo, entonces se convirtió en un protagonista singular. Se vendía en barras, lejos de la oferta que desde hace unos 40 años comenzó a imponerse con los rolitos congelados y en bolsas. Existían tres fábricas en San Francisco: la de Cartier, en la primera cuadra de calle Fleming; la "San Carlos", en Garibaldi e Independencia -en un edificio que aún existe y desde donde se distribuía la cerveza San Carlos-, y el frigorífico Felmar, en la ruta 19, en las afueras del pueblo.
Fotos de heladera de hielo de la década de 1940,
expuesta en el Archivo Gráfico y Museo Histórico de San Francisco y la Región.
Exterior de madera, interior de chapa galvanizada, y puerta con cobertura de
corcho, para conservar el frío del trozo de hielo que se colocaba en el pequeño
estante superior
Cómo conseguirlo
Cuando llegaban los fines de semana y, en especial, "las fiestas", desde la mañana de esos días, se formaban filas de centenares de vecinos que concurrían a comprar hielo en barra, media o un cuarto de barra. Eran aquellos que no lo adquirían, habitualmente, a un distribuidor. Luego de larga espera, iban pasando para comprar el valioso elemento que apenas duraría unas horas.
Pero, como "nunca la felicidad es completa", el 1 de octubre de 1957, el Frigorífico Felmar comunicó a revendedores y clientes que, por razones ajenas a su voluntad, no podría fabricar hielo en el próximo verano. El día 3, LA VOZ DE SAN JUSTO comentó que la Municipalidad debería intervenir para procurar una solución al problema que decidió a los empresarios a no producir hielo. Se indicó que en el verano 1956/57, tres fábricas de hielo no dieron abasto a la ciudad de 35.000 habitantes, por lo que el panorama para el próximo verano sería peor por la falta de hielo, considerado de primera necesidad. Además, en los domicilios particulares, quienes poseían heladeras eléctricas, sufrían continuos cortes en el servicio por lo que su producción familiar, también se resentía.
No hubo caso, ese tórrido verano los sanfrancisqueños tuvieron que abastecerse en solo dos hieleras.
Para que se aprecie mejor la importancia que tenía la provisión de hielo en esa época, debemos saber que el gobierno intervenía en el tema fijando precios y, además, controlando su producción.
El 30 de noviembre de 1957, la Dirección General de Comercio y Abastecimiento de la provincia, fijó los precios para la venta de hielo cristal en San Francisco para todo el verano, desde el 1 de diciembre. En fábrica, al mayor, por barra $ 5,90; al menor, $ 6 y en fracciones menores $ 6,10. Venta en reparto: una barra de 25 kilos, al público $ 7,50; media barra, 12,500 kilos, $ 3,75; un cuarto de barra, 6,150 kilos, $ 1,90 y un octavo de barra, 3 kilos, $ 0,95. Los fabricantes debían comunicar a la Municipalidad su producción y venta y sus existencias en cámara. Por otra parte, tanto los fabricantes como los vendedores, debían estar inscriptos y autorizados por el municipio para ejercer su comercio.
¿Cómo se vendía?
El hielo se compraba en la fábrica o al repartidor a domicilio. La barra completa pesaba 25 kilos, pero una familia, ordinariamente, adquiría un cuarto que era suficiente para enfriar algunos productos en la heladera durante 24 horas. Algunos compraban un cuarto para la conservadora y un octavo para "picarlo" y usarlo en vasos, a forma de cubitos para enfriar las bebidas en forma individual.
El vendedor domiciliario se trasladaba en un carro tirado por un caballo. Pero, se trataba de un carro especial, generalmente con cobertura metálica e interior de madera o con algún tipo de aislante de la temperatura, que permitía la conservación del hielo mientras iba por la ciudad al rayo del sol.
¿Cómo se usaba?
El trozo de hielo adquirido se solía envolver en una tela, a veces lo ideal parecía ser la arpillera, y así se lo colocaba en un espacio superior de la heladera desde donde refrescaba por 24 horas todo su interior.
Para usar trozos pequeños, con un filoso estilete se lo picaba y se colocaban en los vasos para enfriar la bebida. En los casos de reuniones más numerosas, se solía comprar media barra, o una barra, se la picaba en cientos de trozos y se ponían en un fuentón metálico, donde se colocaban las botellas y sifones desde la mañana. Todo se cubría con una tela y para la hora de la cena, la bebida estaba a punto de frío para los consumidores.