Análisis
Reivindicar la condición de estudiantes
La alegría y la vitalidad que hoy poblarán nuestras calles y plazas son perfectamente compatibles con la responsabilidad y el compromiso del estudio que, en todos los tiempos, nos permite ser mejores personas y ciudadanos.
La primavera significa renovación de la naturaleza y también del reverdecer de la creatividad y la calidez propias de una etapa trascendente en la vida de cualquier persona, como lo es la juventud. Para los antiguos, esta estación del año referenciaba la flor de la edad. Por ello, los jóvenes son hoy los protagonistas de una jornada que siempre alberga entusiasmo, colorido y disfrute. La tradicional celebración del Día del Estudiante es una oportunidad propicia para recrear la amistad y celebrar la vida.
Aunque existen diferencias acerca del origen de esta festividad, la más extendida versión señala –contrariamente a lo que puede extraerse del párrafo anterior- que la primavera poco tuvo que ver con la elección de este día. En efecto, se relata que, en 1092, Salvador Debenedetti, presidente del Centro de Estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras, con tan sólo 18 años, propuso que el 21 de septiembre se celebrase el "Día de los Estudiantes". Eligió este día como homenaje a Domingo Faustino Sarmiento porque el 21 de septiembre, pero de 1888 fue la fecha en que habían arribado a Buenos Aires los restos del educador argentino desde Asunción, Paraguay, donde había muerto el 11 de ese mes. La idea de Debenedetti –quien luego se convertiría en un arqueólogo de renombre– se impuso en su facultad y luego en otras.
Así, desde hace más de 100 años, los estudiantes del país salen a festejar su propio día. La coincidencia con la llegada de la estación más florida del año le otorga a la celebración un rictus propio, signado por la alegría. Un gozo que rescata la transformación de la naturaleza en la primavera y que ensalza la vida estudiantil al vincularlo, desde su origen, con el prócer que mejor entendió que el progreso de los pueblos va unido a la educación, actividad central para que el hombre desarrolle sus potencialidades y abandone el yermo terreno de la ignorancia.
Por cierto, en más de un siglo, el festejo estudiantil ha cambiado. Las pautas culturales y las costumbres de cada época marcaron un modo de celebración particular. En San Francisco, por caso, desde aquellos primeros tímidos aprestos de reuniones juveniles en casas particulares, pasando por bailes de algunas instituciones –el Sport Automóvil Club es el ejemplo más recordado-, desfiles de carrozas por las arterias céntricas, concursos de disfraces, elecciones de reinas y reyes y el tradicional picnic, hasta llegar a las estudiantinas actuales en las que las que interviene el Estado local organizando espectáculos donde se congregan los jóvenes en un amplio espacio.
Es decir, las actividades por el Día del Estudiante llevan más de un siglo de desarrollo. Aunque las formas han cambiado, la efeméride ha venido manteniendo –y es de esperar que no se pierda- el sentido con el que nació: una manifestación espontánea y vital de adolescentes y jóvenes que se unen para celebrar la renovación de los espíritus que trae la llegada de la primavera y, al mismo tiempo, reivindicar la condición de ser estudiante. Porque la alegría y la vitalidad que hoy poblarán nuestras calles y plazas son perfectamente compatibles con la responsabilidad y el compromiso del estudio que, en todos los tiempos, nos permite ser mejores personas y ciudadanos.