Recomendaciones y “terapias” para lidiar contra la inflación
Este fenómeno económico moldea la vida personal y social, acarrea trastornos de salud y obliga a replanteos permanentes en cada hogar. Una experiencia que los argentinos conocemos y sobre la que podríamos dar cátedra, pero que es novedosa en otros países hoy afectados por el alza de precios constante.
La historia se publicó hace pocos días en The New York Times.
"Para Ellie Alvarado, maestra y madre de tres hijos en Elgin, Illinois, averiguar cómo pagar las cuentas se ha convertido en una fuente de ansiedad y tensión, en especial cuando ella y su esposo discuten sobre cómo recortar gastos. Cuando digo: 'OK, no podemos comprar nada esta semana o nos vamos a sobregirar'. Él me contesta: 'No, ¿de qué estás hablando? Los dos trabajamos. Esto no debe pasar'", dijo.
El gran aumento de los costos de los alimentos ha significado que ya no hay más visitas espontáneas a McDonald's. El cereal de marca y otros pequeños lujos también están fuera de presupuesto. Los precios de la gasolina, que hace poco andaban por 5 dólares el galón, también empiezan a comerse sus ingresos.
Cada vez que lleno nuestra camioneta me quedo boquiabierta", dijo Alvarado. Su esposo, que trabaja en una fábrica, decidió tomar el turno de la madrugada porque paga más por hora. Pero la familia igual se atrasó con el pago de la vivienda".
El artículo señala que "la inflación en Estados Unidos se encuentra en su mayor nivel en 40 años, obligando a muchas familias a ajustarse con menos gastos. Según datos emitidos este mes por la Oficina de Estadísticas del Trabajo, el Índice de Precios al Consumidor aumentó 9,1 por ciento respecto al año anterior, y algunos de los mayores incrementos en precios se registraron en artículos básicos como alimentos, alquiler y combustible. El estrés económico adicional, no obstante, no solo afecta a las cuentas bancarias; también puede ocasionar sentimientos de depresión, vergüenza, enojo o miedo".
El relato de las vivencias de una familia tipo estadounidense podría repetirse en varias otras naciones del mundo desarrollado que padecen este fenómeno por la crisis derivada de la pandemia y de las cuestiones vinculadas con la guerra en Ucrania, entre otras variables. Y, por cierto, también aquí en la Argentina, aunque las experiencias acumuladas permitirían dar cátedra acerca de las conductas que se adoptan en cada hogar para atenuar los efectos de una inflación que se ha instalado con más celeridad, ha aumentado con fuerza y ha demostrado ser obstinada.
Moldea y afecta nuestra vida
El hartazgo que expresan los argentinos por las consecuencias del constante y vertiginoso incremento de los precios no ha impedido el fortalecimiento de escudos protectores en las decisiones cotidianas para aliviar la constante depreciación de los ingresos familiares. No obstante, al mismo tiempo, dispara derivaciones vinculadas con la salud mental, tanto individuales como sociales.
Se trata de consecuencias que surgen del aprendizaje obligado que las recurrentes crisis han originado. Por ejemplo, la búsqueda frenética del precio más bajo, el uso de las cuotas sin interés sabiendo que los montos se licuan en poco tiempo, la compra de bienes durables y la obsesión por el dólar son algunos de los comportamientos habituales y observables.
La inercia inflacionaria ha desatado una memoria también inflacionaria que desemboca en comportamientos defensivos que también generan sentimientos de malestar evidentes. Varias son las voces de expertos en psicología social y psiquiatría que describen estas emociones signadas por la inseguridad y la incertidumbre.
Está claro que, a mayor inflación, menor es la capacidad para planificar. La improvisación permanente que implica batallar contra este fenómeno y la imposibilidad de evitarlo, pueden llevar a la frustración personal, familiar o grupal, a la depresión, así como también a la instauración permanente del sentimiento de injusticia. Más temprano que tarde, asoman en la vida cotidiana experiencias derivadas de la confusión permanente en la que se vive y a la que se aporta desde distintos ámbitos, comenzando por las decisiones del poder.
Que la inflación afecta nuestras vidas y nuestra salud es una realidad que, en la Argentina, se conoce y se experimenta a diario. Pero que está asomando en otras naciones que padecen apenas el 10% de los índices que se verifican en nuestro país. Es que el alza sostenido de los precios no solo es un problema económico. Afecta los sentimientos, las acciones y la forma de pensar de las personas. Tiene, asimismo, implicancias ciertas en el bienestar mental.
Asesores en alfabetización financiera
El desconcierto de aquella familia tipo estaodunidense que graficó el diario neoyorquino es bien conocido en esta tierra. La referida nota se titula "Recomendaciones para lidiar con el estrés económico en tiempos de inflación". Y entre varios consejos afirma que "buscar a un asesor financiero puede ser de ayuda. Tal vez, por ejemplo, te hacen falta consejos para hacer un presupuesto, o quizás quieres aprender lo básico sobre inversiones".
Asimismo "la terapia financiera es otro tiempo de consejería que puede ayudarle a la gente a comprender sus pensamientos y creencias sobre el dinero, sobre todo cuando se sienten atrapados".
Es una ironía. Pero, ¿por qué no posible? Es que asoma aquí una oportunidad para cualquier argentino. Convertirse en terapista financiero. Quien ha lidiado años con la inflación ya está alfabetizado en la materia y tiene experiencia de vida que habilita a dar consejos. Al menos, conoce perfectamente y sigue minuto a minuto la cotización del dólar, aunque ya está resignado a no tener certezas acerca de cuánto cuesta una lapicera o un litro de leche.