Sociedad
Orfelio Ulises Herrera, descubridor del “bastón de mando” del Uritorco, fue vecino de San Francisco
Tras regresar de una experiencia mística en el Tibet, se radicó por pocos años en la ciudad, contrajo matrimonio, abrió una escuela de ciencias herméticas y se dedicó a encontrar el Simihuinqui, supuesta pieza sagrada de los comechingones. Se relata que la halló en 1934 en la montaña más alta de Punilla.
La historia comienza en un campo cercano a la ciudad de Bolívar, provincia de Buenos Aires, a fines del siglo XIX. Orfelio Ulises nació el 27 de marzo de 1890. Fue hijo natural de Silvana Genoveva Serra. Años después, su madre se casó con Marcos Herrera, un jornalero, que le dio el apellido al niño. La familia vivió un tiempo en Intendente Alvear, en la provincia de La Pampa. Luego regresó a Bolívar, donde vivían abuelos maternos y paternos.
Al cumplir 26 años, es decir en 1916, Orfelio sintió un “llamado”. El periodista Jorge Camarasa, en el libro Historias Ocultas de Córdoba, relata que viajó a “Samballah, en el Tíbet, y allí se había quedado hasta cumplir los treinta y cuatro, estudiando las artes del hermetismo”. Curiosa anécdota de un joven que, al parecer, provenía de una familia sin demasiados recursos para un viaje de esas características. Pero fundamentalmente porque Samballah no existe. Es un “lugar” mencionado en textos budistas y en la tradición esotérica de Asia Central, considerado un reino sagrado, oculto a los ojos del mundo, donde reina la paz, el conocimiento y la espiritualidad elevada.
Sin embargo, Orfelio presumía del entrenamiento espiritual que había recibido allí. Citando a otro personaje vinculado al esoterismo, el antropólogo Guillermo Terrera, Camarasa escribe que, en Samballah junto a los demás estudiantes “vivían sumidos en el silencio más absoluto y en los estados de trance, éxtasis o misticismo de mayor pureza y efectividad, para lograr viryas o siddhas sobre los simples e inferiores hombres biológicos o pasus”.
Tras su experiencia tibetana, Herrera comenzó un peregrinar por varios países que duró 7 años. Estuvo en México y en Chile, visitando “escuelas” en las que se enseñaban las denominadas ciencias herméticas y cruzó los Andes para radicarse aquí en San Francisco. Se supone que llegó a nuestra ciudad a fines de 1930 o principios de 1931. Sus maestros en la ciudad inexistente le habían dado un mandato: hallar el Toki Lítico, el Simihuinqui, el “bastón de mando”. Según el citado Terrera, un objeto “programado desde la antípoda terrestre y confirmado por las escuelas primordiales de Persia, del Himalaya, de los Andes, del triángulo del Cono Sur, del Cercano Oriente y de la Antigua Europa; por eso fue buscado con tanto empeño, desde hace siglos, juntamente con el vaso sagrado del Santo Sepulcro”.
De su estancia en San Francisco poco se puede encontrar en los documentos que relatan la vida de este enigmático personaje. Se afirma que, apenas arribado, abrió una escuela de ciencias ocultas o herméticas y se dedicó a dar clases a quienes estaban interesados en esa época. También que aquí contrajo matrimonio con Dominga Prigioni, posiblemente oriunda de Zenón Pereyra y que tuvo dos hijos. Habría sido vecino de nuestra ciudad por espacio de casi tres años, cuando la familia se radicó en Villa Bustos, en cercanías de Cosquín.
El hallazgo del “bastón de mando”
Orfelio Ulises centró su búsqueda en las inmediaciones del cerro Uritorco, en Capilla del Monte. En Historias Ocultas de Córdoba se lee: “Algún día de 1934, según le contó a Terrera, mientras realizaba una de sus excursiones de arqueólogo aficionado, Orfelio encontró en las cercanías del cerro un poyo o silla de piedra granítica que afloraba a la superficie. Excitado por el hallazgo, comenzó a excavar alrededor del antiguo asiento. De pronto, narra Terrera, al mover la pala para sacar tierra y cascotes, sintió un ruido metálico que llamó su atención. Con bastante trabajo consiguió arrodillarse en el suelo y limpió como pudo esa zona, con sus manos nerviosas, palpando un objeto frío y largo que se encontraba bajo sus dedos. Allí, delante suyo, brillaba la tersura pulida del basalto negro que durante miles de años había permanecido oculto en el seno de la tierra”.
Herrera llevó el trofeo a su casa de Villa Bustos, en las cercanías de Cosquín, donde había abierto un centro de estudios llamado Escuela Primordial de las Antípodas, “donde enseñaba metafísica, y vivía de dar clases particulares de matemáticas, trigonometría y cosmografía a los alumnos del lugar”. El hallazgo del “bastón de mando comechingón” fue un disparador para que aficionados a las teorías esotéricas que han hecho famoso en el mundo al cerro Uritorco y que pretenden unir a los “comechingones, más allá de toda comprobación, a super civilizaciones fuera del tiempo (hiperbóreas) y del espacio (alienígenas), con las que se conjugan los tan mentados ovnis o, para decirlo mejor, las “luces” o “seres de luz”, según los historiadores e investigadores Sebastiano De Filippi y Fernando Soto Roland en su libro “Los dueños del Uritorco”.
Guillermo Terrera recibió el objeto en 1948, con la orden de no difundir su existencia hasta treinta años después. Su nuevo poseedor murió antes de que se cumpliese el plazo y el destino de la pieza es hoy un misterio. Tres años después de haberse desprendido del bastón, el 1 de agosto de 1951, falleció Orfelio Ulises. Un documento sobre el tema, difundido por la Universidad de Tres de Febrero, señala que “ hay todo un misterio alrededor de su muerte, pues al parecer murió de lo que se podía suponer tétanos causado por una herida insignificante en un dedo causada por la punta de un lápiz. Lo extraño es que el avance del tétanos fue extremadamente rápido, poco menos de 24 horas o algo así, y este hombre murió con todos sus músculos rígidos como el acero, incluso los de la mandíbula, tanto es así que no se podía abrir la boca. No menos extraño fue el fenómeno que sucedió el día del entierro en el cementerio San Jerónimo de la Ciudad de Córdoba. Según parece, a la hora del entierro se desató un viento de características inusitadas, fortísimo, helado y que cubrió a la capital mediterránea con un manto de tierra que envolvía con sus nubarrones toda la región, tanto que se debieron prender las luces del alumbrado público”. Eran las tres y media de la tarde.
La particular historia de Orfelio Ulises Herrera vincula a San Francisco con Capilla del Monte, con su montaña emblemática y con uno de los “hitos” generadores de historias y relatos que modificaron el perfil turístico y cultural Capilla del Monte y del norte del valle de Punilla adónde arriban miles de personas atraídas por el misticismo, las historias ocultas y todas las “ciencias” que buscan la intersección entre las líneas paralelas de la realidad y la fantasía.