Ordenamiento de la propaganda callejera
Es hora de que los candidatos a puestos electivos tanto en el municipio como en la provincia y la Nación compartan criterios comunes a la hora de llevar adelante la campaña callejera. Es para ello vital que se comprenda que "instalar nombres o ideas" no supone la agresión al mobiliario urbano o a las propiedades privadas, así como tampoco la anarquía que supone la pelea por un espacio para colocar un afiche o pintar una pared.
La publicidad y la propaganda son actividades humanas tienen una influencia notable en la vida diaria. El bombardeo de información que procura vender productos o servicios o propagar ideas es un signo de este tiempo. Y, a veces, la indefensión de la población frente a estos fenómenos es evidente. De todos modos, ambas actividades son esenciales para la difusión de novedades e información, así como para el debate ideológico y político. Han tenido un crecimiento exponencial en el último siglo favorecido por la incorporación de nuevas herramientas comunicacionales.
Sin embargo, una forma de publicidad y propaganda se mantiene inalterable y soporta estoicamente la competencia que le hacen otros medios. Se trata de la cartelería callejera: un fenómeno que desde siempre ha estado presente en cualquier comunidad, pero que a veces navega de manera anárquica por la agresión visual que significa la presencia de proclamas en muros de propiedades privadas, en espacios del mobiliario público y otros sectores, estableciéndose un panorama de difícil resolución, desordenado y estéticamente inadecuado.
Al respecto, otro factor se suma para acrecentar la preocupación en torno a la propaganda callejera y su estado de situación. El año en curso es electoral. A partir de mayo y hasta quizás los últimos meses se vivirán tiempos de proselitismo intenso en virtud de la multiplicidad de fechas de elecciones -primarias o generales en todos los ámbitos- que se han anunciado. Como es lógico suponer, las agrupaciones políticas han comenzado a intensificar su trabajo con miras a alcanzar la adhesión de la ciudadanía. Esto implica también la utilización de la propaganda en la vía pública como una manera visible de pregonar sus ideas y hacer conocer a sus candidatos.
Por esto, ante lo que está por venir en materia de campañas electorales, se impone la necesidad de ordenar la cartelería y las pintadas. Para ello, será necesario alcanzar acuerdos en la materia. Y también aplicar las ordenanzas vigentes para aquellos que no las cumplan. La experiencia de años anteriores obliga a llevar adelante estas acciones. Y también demuestra que cuando se lograron consensos, el proselitismo callejero estuvo bien logrado y no se abrumó a los vecinos con pintadas o pegatinas desmesuradas y agresivas para algunas propiedades.
En el pasado, algunas imaginativas campañas de partidos políticos en la ciudad encontraron alternativas interesantes al pegado de carteles y pintado de muros. Vale recordar la instalación de carteles pequeños en sitios como postes de alumbrado que fácilmente fueron removidos luego de las elecciones. Incluso hubo desde el municipio iniciativas que propiciaron acuerdos que posibilitaron racionalidad en medio de la disputa electoral.
Es este consenso el que debiera ahora propiciarse otra vez. Porque las distintas agrupaciones políticas tienen la obligación de respetar las normas en materia de publicidad urbana, evitando cualquier situación anómala y también las disputas por los lugares de colocación de sus mensajes. Alguna vez tendrá que entenderse que la confianza del votante no se logra solo con pegar afiches o pintar muros, sino que depende de factores mucho más profundos, que muchas veces no se consiguen plasmar en un simple cartel.
Es hora de que los candidatos a puestos electivos tanto en el municipio como en la provincia y la Nación compartan criterios comunes a la hora de llevar adelante la campaña callejera. Es para ello vital que se comprenda que "instalar nombres o ideas" no supone la agresión al mobiliario urbano o a las propiedades privadas, así como tampoco la anarquía que supone la pelea por un espacio para colocar un afiche o pintar una pared.