Tenis
Oda a Rafael Nadal, el ocaso del guerrero
El español se despidió de Roland Garros y de a poco va dejando sus últimas huellas en una cancha.
El 27 de mayo de 2024 no será un día más para mí. Pues claro, dirán quienes me conocen al dedillo, era, por caso, el cumpleaños número catorce de mi primogénito y único hijo Giovanni. Y entonces, no sin un pequeño dejo de vergüenza, destierro la idea de los bien pensados en tal sentido.
Es que sólo por su excepcional “faltazo” al colegio, casi ni me percaté del aniversario, en cambio, al mediodía y post almuerzo, mi corazón quedó atrapado en una especie de fuego cruzado emocional, ya que la historia se detenía por unos buenos instantes, de la mano de la más guerrera e inclaudicable de las raquetas.
Rafael Nadal, el torero, el tipo que le torció con una voluntad inquebrantable la batalla al tiempo (y a sus repetidas lesiones), pudo haber rociado de tenis por última vez su “Arena”, esa que llaman Roland Garros, y de la que el español se adueñó para siempre.
Obstinado como nadie “Rafa” se presentó a, quizá, su última función sabiendo la mala fortuna que le deparó el destino y hasta el destrato a un campeón que no reconoce parangón, es que no solo que la organización francesa no le reservó siquiera un retiro con honores, pese a sus catorce conquistas en dicho torneo (hito inigualable en el deporte mundial, con suerte solo emulado por su querido Real Madrid en igual cantidad de conquistas en la “Champions League”), menos por supuesto recurrir a algún artilugio como podría ser recurrir a algún ranking protegido como para comenzar con algún partido “liviano”, sino que además la carambola del sorteo lo puso prácticamente contra las cuerdas puesto que a su poco ritmo de competencia por las insistentes roturas físicas, le tocaba enfrentar al gigante alemán “Sascha” Zverev, cuarta raqueta mundial y último campeón de Roma, la antesala del Grand Slam francés y el “tester” previo de los competidores para saber cuál es su forma para la gran cita del tenis galo.
Como podía ser previsible solo en la actualidad, inimaginable solo un par de años antes, la derrota de Rafa consumaba una realidad que nadie que haya empuñado una raqueta queríamos ver.
Vaya final, no podía ser distinto, fue su propia bola, la que salió de su encordada, que se fue lejos y sin retorno, para siempre, anudándonos la garganta y vaciando el casillero de la esperanza como nunca antes. Impensable pensar y aceptar que fuera la sentencia del tiro rival el que bajara el telón, solo él podía dictaminar tamaña situación.
Si antes con Sir Roger Federer, dudábamos quien podría sostener nuestra atención y devoción ahora con él yéndose al ocaso el tenis no podrá llamarse igual. No me pregunten como pero, con aroma a adiós total y definitivo de por medio, el “deporte blanco” me temo ya no será igual. A partir de ahora más que nunca voy a dudar de empuñar una raqueta e ir al club a jugar, creo que no me movilizará más.
Suelen tildarme de exagerado, dije antes que el zurdo español le batalló casi como nadie al tiempo, pues bien, doy crédito, de ahora en más, a los que me llaman desmesurado y cual arrogante pendenciero parloteo contra “Mr. Time” (el Señor Tiempo), aunque se te ocurra, por mi osadía, llevarme a otro mundo en éste mismo momento, atreviéndome a decirte que has perdido probablemente por única vez la contienda contra un ser terrenal (o algo terrenal en definitiva) pues, desde hoy, el halo y el legado que dejará “Rafa” será más fuerte y duraderamente intenso y asequible que tu inevitable devenir, así que apláudele y arrodíllate conmigo a tan recto inspirador.
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Y para que ya parezca descomunal mi oda, evitando resignadamente caer en lugares comunes como si, a propósito, lo hace el magnífico poético cantante Derek Williams (“Fish”) en su hermosísima canción “Cliche” me imagino, ficticiamente, con la potestad de poder decidir que el día que éste enorme tenista desaparezca físicamente de nuestro mundo pueda pensarse en cerrar definitivamente el predio enclavado en los “Bois de Bolougne”(símil al retiro de las camisetas de grandes estrellas deportivas como sucedió por ejemplo con Michael Jordan o Kobe Bryant, cuyos números identificatorios en los espaldares no pueden repetirse por ningún jugador del equipo), al menos candar su court central llamado “Philippe Chatrier”, para, pozo mediante, dejar descansar el cuerpo de Nadal bajo ese polvo de ladrillo, del que los franceses, ya no más si es que se precian de gente de bien, deberían siquiera insolentarse en reclamar como tierra propia.
Por Pablo Cantagalli