Historias
“No es caridad, es dignificación”: Chelo Suppo, el compañero eterno de La Virgencita
No le pone un título a su función, pero sí el alma. Afirma que el trabajo de la ONG no se limita a la asistencia básica, sino que busca transformar vidas. Y que la adicción es hoy “una de las pobrezas más grandes”.
Por Cecilia Castagno | LVSJ
Cinco días a la semana, Marcelo Suppo – “Chelo” para todos – tiene una cita inamovible. Desde temprano por la mañana, el despertador lo despierta para llegar puntual a su destino: barrio Parque, y allí, a un lugar que es mucho más que una institución, La Virgencita. ¿Su rol en este espacio? Responde con humildad: “Acompañar y coordinar un poco”. Sin embargo, quienes lo conocen saben que lo suyo es mucho más que eso; que lo moviliza el deseo profundo de hacer algo por los demás y la alegría de saber que hay personas que reciben una oportunidad de salir adelante. Como dice él mismo: “Acá el lema principal es recibir la vida como viene y acompañarla codo a codo”.
El trabajo de Suppo en La Virgencita se da en el marco de una red de tres instituciones: la Asociación Civil Comedor La Virgencita, la Cooperativa de Trabajo La Virgencita y Cáritas Diocesanas. Juntas, ofrecen asistencia integral a cientos de personas, principalmente aquellas que atraviesan consumos problemáticos y otras situaciones de vulnerabilidad extrema. “Aquí se trabaja en red. Lo bueno es que hay un montón de actores que se comprometen y aportan lo suyo”, señalÓ Chelo. Y añadió con una sonrisa: “No tengo un título, pero lo que tengo es el corazón puesto en lo que hacemos”.
“El problema no es solo económico. Hay un rostro detrás de cada número. Y cuando te centrás mucho en la estadística, es como que te olvidás un poco de la persona”.
Uno de los desafíos más grandes que enfrenta La Virgencita es la problemática de las adicciones. Suppo lo sabe bien y comparte la experiencia del “Hogar de Cristo”, que también funciona en Lamadrid 822. Frente a una crisis económica que golpea fuertemente a la población, y con una pobreza que alcanzó niveles alarmantes en 2024, las adicciones se han convertido en una de las pobrezas más profundas y complejas. “La adicción es una de las pobrezas más grandes que nos toca atravesar, incluso más compleja que la pobreza económica”, afirmó con convicción.
En este contexto de crisis, donde los números son devastadores, Suppo es claro: “Nosotros siempre decimos que el tema estadístico es secundario. Porque si viene uno o vienen 50 a pedir ayuda, lo único que cambia es la cantidad de lo que tenemos que proveer. Lo importante es la persona, y las personas no son números, son personas”. Y aunque reconoce que las cifras indican una creciente demanda, subraya que lo esencial sigue siendo la atención personalizada. “Lo importante es la persona, no el número”, insistió, destacando que lo que se necesita no es solo comida o asistencia básica, sino un acompañamiento integral que permita cambios reales.
“El problema no es solo económico. Hay un rostro detrás de cada número. Y cuando te centrás mucho en la estadística, es como que te olvidás un poco de la persona”, agregó,
De hecho, La Virgencita trabaja en la promoción humana, procurando ofrecer una salida digna a quienes se encuentran en situación de vulnerabilidad. “Acá lo que hacemos es promover a las personas desde un lugar diferente. Trabajamos la educación, la solidaridad, la cultura del trabajo. No es solo caridad, es dignificación”, remarcó Suppo. Esto se refleja en diversas iniciativas como los talleres de alfabetización para adultos y la búsqueda de nuevas maneras de asistir a quienes luchan contra las adicciones, entre otras acciones.
Consumos problemáticos
“Empieza a aparecer algunos casos de ludopatía y esas cosas. Y siempre, el tema de la adicción a la droga” que, según el entrevistado, es una lucha cotidiana que no tiene una solución sencilla. “Si hay alguien que tiene hambre, necesitamos un kilo de arroz, un kilo de fideos… Pero, ¿qué pasa cuando tenemos a 10 chicos con adicciones? No hay una fórmula, lo que hay es acompañar. No es un camino fácil, pero si hay algo que aprendimos es que no podemos dejar a nadie atrás. Recibimos la vida como viene”, expresó con una determinación que revela tanto su compromiso como el profundo conocimiento de las realidades que enfrenta.
“Si viene ‘puesto’, si viene drogado, alcoholizado… nosotros lo vamos a recibir siempre. Este espacio se trata de acompañar, junto al equipo de salud”. También, “en cuestiones cotidianas como trámites, porque no es lo mismo no tener documento que tenerlo, o llevar años sin hacerse un chequeo médico”, siguió Suppo.
“Nosotros lo vemos con una mirada cristiana. Hay otra forma de vida para esas personas. A veces solo hace falta esto de abrazar y acompañar a todas las pobrezas”, indicó.
El golpe de “la realidad”
“En el tema del consumo problemático es más la frustración que la transformación. Salen y vuelven a caer. Entonces, vos decís, de cien recuperas a dos, y capaz a los otros 98 en algún momento les va a caer la ficha. No podés quedarte en esa frustración, tenés que seguir y no dejarlo solo. Tenés que seguir porque la persona sigue también y sigue confiando en vos, en que lo vas a acompañar”, señaló Suppo.
Cuando le pedimos que recordara alguna anécdota positiva durante tantos años en La Virgencita, que aflore la esperanza en estos momentos tan complejos, expresó: “Hay muchísimas historias y vidas que se transformaron a partir de que un integrante de la familia fue a la universidad. O sea, el estudio transformó para siempre la historia de vida de esa familia. La educación es una poderosa herramienta de transformación social, de movilidad social. Pero como decía antes, una cosa va de la mano de otra. La realidad es que si una persona no come bien, si no tiene las necesidades básicas cubiertas, difícil pueda hacer otra cosa”.
“Hay otra forma de vida para esas personas. A veces solo hace falta esto de abrazar y acompañar a todas las pobrezas”.
Más allá de la caridad
“La Virgencita transformó vidas”, aseveró Suppo, quien destaca que la institución es un espacio de esperanza. Y no es solo para quienes reciben ayuda, sino también para quienes ofrecen su tiempo. “Siempre que alguien viene y nos dice ‘quisiera ayudar, pero no tengo ningún estudio’, les decimos que no hace falta. Si sabes leer y escribir, ya podés ayudar. Ayudar a un chico a sumar y restar, o leerle un cuento, es suficiente. Con eso le estás diciendo: ‘me importa’”. La comunidad de voluntarios es una de las piedras angulares de este trabajo, y Suppo sabe que, aunque no es fácil, el voluntariado tiene que sostenerse en el tiempo para ser realmente eficaz.
No es casual que La Virgencita reciba a personas de diversos orígenes, ideologías y creencias. Suppo deja claro: “No le vamos a pedir a nadie un carné de bautismo, ni que comparta nuestra religión o ideología. Acá no importa eso, lo que importa es acompañar la vida como viene. Siempre se reza antes de comer, pero el que no quiere, no lo hace. Nadie está obligado a nada”. Esta mirada abierta y respetuosa ha permitido que el trabajo de La Virgencita se expanda más allá de las fronteras del barrio Parque, llegando a personas de diferentes zonas de la ciudad y hasta de lugares cercanos como Frontera y Acapulco (Josefina).
La lucha contra la estigmatización
Suppo además se refirió a la estigmatización que enfrentan tanto el barrio como las personas que allí viven. “Acá hay gente buena y gente mala, como en todos lados. El problema es que cuando decís que trabajás en el barrio, algunos no quieren saber nada. Los prejuicios existen”, reconoció, al mismo tiempo que destacó que gran parte de la población local está comprometida con la transformación del lugar. “La gente trabajadora, que lucha todos los días, está aquí, en el barrio. El problema es cuando se tiñe todo de un color negativo, cuando los prejuicios ganan”, sostuvo Suppo.
Para él, la clave está en el acompañamiento, en el abrazo y el respeto por la historia de cada persona. “Es lógico que con alguien que no comió bien, que no tiene calzado, que no tiene salud, sea muy difícil pensar en promoción humana. Pero nuestra tarea es dignificar a la persona, siempre”, reiteró.
La Virgencita, un “buque insignia”
“Creo que La Virgencita es un buque insignia, porque tenés un montón de instituciones trabajando en el mismo lugar, y en una común unión que es interesante. Abriéndole la puerta a todos los que vienen. Organizaciones, Estado…, los que se arrimen a trabajar con nosotros, los escuchamos y nos ponemos a disposición”, comentó.
“Todo nació como un proyecto dentro de un grupo de la iglesia, de Cáritas parroquiales y el movimiento Círculos de Juventud –recordó Suppo-. Nos imaginamos nunca que íbamos a llegar a donde llegamos”. Comenzaron en reducido espacio físico, se mudaron primero a Juan de Garay y Perú y luego, a barrio Parque donde la magnitud que adquirió la obra revela la fuerza de la solidaridad.
Proyectos a futuro
A pesar de las dificultades, el trabajo en La Virgencita no se detiene. Entre sus proyectos más ambiciosos se encuentra la finalización de una nueva sala en la esquina de la institución, que contará con cinco aulas y un salón de usos múltiples para seguir promoviendo la educación y la inclusión social de quienes asisten a La Virgencita, y ofrecerles una oportunidad de crecimiento personal. “La idea es seguir trabajando en la promoción humana de todos los que pasan por acá”, que promedian las 300 personas por día, de acuerdo a los cálculos de Suppo.
Abrazar y acompañar
¿Qué motiva a “Chelo” a seguir adelante, día tras día? La respuesta es sencilla, pero profunda: “El dolor del otro. Poder acompañar. Siempre que alguien te acompaña, te hace sentir que no estás solo. Lo que te motiva es abrazar y acompañar, siempre”.
En definitiva, la labor de Chelo Suppo y La Virgencita es una de esas historias que, más allá de las estadísticas, nos recuerda que el cambio verdadero y duradero comienza con el compromiso de cada uno. A veces, un simple gesto de acompañar a otro en su dolor puede transformar vidas. Y, al final del día, como bien dice Suppo, lo que importa es que nunca dejen de sentirse acompañados.
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