Análisis
Necesidad de billetes de mayor denominación
Transcurriremos los argentinos la primera mitad del año que comienza con los mismos billetes de siempre. Pero la inflación continuará licuando ingresos y estableciendo la depreciación de la moneda física.
La noticia publicada en todos los medios del país refiere que el Banco Central podría emitir billetes de $20.000 y $50.000, aunque se estima que recién podrían entrar en circulación dentro de seis o nueve meses. Se toma en consideración, de este modo, la necesidad de encontrar soluciones al enorme problema que significa la también gigantesca cantidad de papel moneda que se requiere para hacer alguna transacción puntual en efectivo, generado por la inflación galopante.
Es de esperar que el lapso que resta hasta su aparición, pueda morigerarse el crecimiento del costo de vida para que la actual situación calamitosa en todos los aspectos no continúe determinando que ocurran situaciones en las que pagar en efectivo sea una odisea. Es verdad que las operaciones por la vía tecnológica son las que predominan hoy. Pero constituye un hecho ridículo que el billete de máxima denominación circulante en el país tenga el valor de aproximadamente dos dólares y que miles de millones de papeles de tono amarrillo prácticamente hayan visto derruido su valor en pocos años.
No hace falta ser experto para tomar nota de que el desborde inflacionario, la tensión cambiaria y el despilfarro de los recursos públicos son parte de los orígenes de la caótica situación actual que se manifiesta en bolsos llenos y cajeros automáticos atiborrados de billetes cuyo valor es casi insignificante, frente a la carestía de la vida y a su constante movimiento alcista. Por caso, una actividad cotidiana como adquirir alimentos y otros productos habituales conlleva el portar grandes fajos de dinero. Es más, no es raro observar en los negocios contadores de dinero para hacer la labor más sencilla y expedita. Es que el pago en dinero físico de una compra en el supermercado implica que el cliente y el cajero deben contar al menos entre 30 y 60 billetes.
En este contexto problemático, ridícula ha sido la postura de los funcionarios del anterior gobierno que sostenía que imprimir moneda con mayor denominación significaba aceptar la inflación. Y mientras hacían esta especia de vista gorda y los problemas con el pago en efectivo crecían a niveles nunca antes vistos, solo se preocupaban por imponer su mirada ideológica en el diseño de billetes que, a poco de aparecer, de poco servían a la gente.
Así, durante meses, el debate pasó por el reemplazo de los animales que aparecieron luego de aquella decisión del gobierno presidido por Mauricio Macri. Quiénes debían aparecer en el nuevo billete de 2 mil pesos –la única “concesión” efectuada por la administración de Alberto Fernández- eran objeto de análisis históricos, cruces y discusiones. A la hora de su ingreso a la circulación monetaria, ese billete se vio poco y ya su poder se ha diluido. Al mismo tiempo, salvo los más ideologizados, muy pocos han reparado en quiénes son los personajes que se pretendió homenajear. Una muestra más de la vacuidad de ciertos debates típicamente argentinos.
Transcurriremos los argentinos la primera mitad del año que comienza con los mismos billetes de siempre. Pero la inflación continuará licuando ingresos y estableciendo la depreciación de la moneda física. Es de esperar que la aparición de los anunciados nuevos instrumentos de pago físicos se adelante. Porque ya no quedan dudas de que se ha cumplido aquel gráfico vaticinio arriesgado en esta columna en agosto de 2021, cuando se afirmó que, si continuaban las cosas como hasta ese momento, los billetes de mil pesos servirían solo para empapelar paredes o para convertirse en objetos de recuerdo que, cada tanto, aparecen como muchos otros antiguos, en algún cajón de los hogares.