Análisis
Narcotráfico: es nosotros o ellos
El camino decadente que se recorrió acentuó la gravedad de un asunto que siempre se remitió a un dilema de simple pronunciación, pero de una profundidad determinante para la vida de Rosario y de todo el país.
Las dos imágenes son dramáticas. Reflejan la gravedad de una crisis que se fue “cocinando” con el tiempo en la salsa de la negligencia de gobernantes empeñados en menospreciarla. Y que, por estos días, al hervir, ha generado una sensación de estupor y terror al mismo tiempo. La primera imagen es la de los presos considerados de alta peligrosidad, en su mayoría líderes de los carteles de la droga que asuelan a la ciudad de Rosario desde hace muchos años, fueron retratados durante un operativo “a lo Bukele”, en referencia a las imágenes que difunde el régimen de El Salvador. La segunda, eriza la piel: el arma en la mano de un sicario a segundo se asesinar a sangre fría a un sorprendido e inocente playero de una estación de servicio, víctima (una más) de la venganza que todos los grupos narcos lanzaron contra la población rosarina.
Ambas fotografías son representativas de la espantosa realidad que padece Rosario, inmersa en una espiral de terror y violencia que cada día corre sus límites y generaliza el temor de la ciudadanía. En pocos días, dos taxistas, un colectivero y un playero fueron asesinados por los criminales que están decididos a continuar con su matanza indiscriminada luego de sufrir el recorte de los “privilegios” de los que gozaban los líderes del narcotráfico en las cárceles.
Con aquella puesta en escena similar a la que desarrolla la política de seguridad del gobierno salvadoreño, el gobierno santafesino exhibió su actitud firme para terminar con los evidentes niveles de complicidad de importantes sectores con poder frente al accionar de las bandas de narcotraficantes. Quizás no se previó con justeza la reacción de estos grupos de criminales. Ello derivó en la dramática situación que sumió en el dolor y el terror a la tercera ciudad del país.
Desafortunadamente, Rosario está viviendo algo similar a lo que ocurrió en países como Colombia y sucede todavía hoy en distintas regiones de México. Para asentarse y poder desarrollar sus actividades ilícitas, los narcos analizan en qué población se hallan los “requisitos” que les permitan actuar. Apenas los detectan, destinan parte de los ingentes recursos monetarios que genera la venta de drogas para corromper a la política, a las fuerzas de seguridad y a la Justicia. Y una vez que se sienten con poder, ya no piden permiso para actuar. Se arrogan el derecho de dar órdenes, de imponer su “ley” y de eliminar cualquier obstáculo que se les interponga. El narcoterrorismo es la consecuencia lógica de este triste proceso decadente.
El actual estado de situación en Rosario demuestra que ése es el camino recorrido por las bandas criminales que hoy destrozan la tranquilidad y alteran la vida en esa ciudad. Mientras los límites se fueron corriendo, una supuesta dureza de los discursos oficiales no se tradujo en acciones concretas de lucha contra los carteles. Por la ineficacia de un Estado complaciente y tolerante durante años, las actuales autoridades, decididas esta vez a dar un combate que, sin dudas, se demoró más de la cuenta, se hallan en el brete más peligroso. Porque se dejó crecer al monstruo a pesar de innumerables advertencias.
Negociar no es una opción, aunque los crímenes se sucedan y el pánico y el horror se esparzan. Es una encrucijada espantosa. El camino decadente que se recorrió acentuó la gravedad de un asunto que siempre se remitió a un dilema de simple pronunciación, pero de una profundidad determinante para la vida de Rosario y de todo el país: es nosotros o ellos.