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Mariano Pispieiro: la vocación de curar
Mariano Pispieiro mantiene a diario desde su trabajo como médico generalista y como cirujano, los valores y la idea del médico que cura desde la ciencia, y cuida desde la escucha y la palabra a sus pacientes. “Pispi”, el doctor, con alma de médico de pueblo.
Por Manuel Ruiz | LVSJ
De los 27 años que Mariano Pispieiro (51) lleva ejerciendo la medicina, 24 los ha practicado en San Francisco. Pispieiro es para muchos de sus pacientes: el Mariano, o “Pispi”. Esa mezcla de institución científica seria donde acuden ante determinadas dolencias y de donde siempre se van con el diagnóstico adecuado, y las posibilidades de cura en la mano; y ese otro espacio de cercanía, confianza, amabilidad y cuidado de donde se van además con un bienestar qué trasciende la mera receta.
Pispieiro nació en La Carlota, ciudad que dejó de muy pequeño para habitar hasta las 18 años Río Cuarto, ciudad que le dio esa tonada que aún conserva y de la que se fue para completar sus estudios en la Universidad Nacional de Córdoba en el medio de la hiperinflación de 1989 para volver ya recibido para hacer sus primeras armas en la medicina.
La llegada a San Francisco se dio en 1999 y la puerta de entrada fue el Hospital J.B. Iturraspe para trabajar en la por entonces renacida área de cirugía del nosocomio público. Del Hospital no se fue, y de San Francisco tampoco.
El camino dentro de la medicina encuentra hoy, al más grande 5 hermanos y padre de dos hijas, en cuatro versiones de sí mismo bastantes similares, pero distintas: el médico generalista y cirujano del Sanatorio Argentino, el jefe del servicio de cirugía del Hospital, el médico del plantel de San Isidro en la Liga Argentina de básquet y el forense que trabaja en Tribunales.
-¿Siempre quisiste ser médico?
Siempre. Mi mamá era fonoaudióloga y eso fue un estímulo importante. Pero en el momento de la decisión me mandaron a hacer los test vocacionales, me decían, acá en Río Cuarto hay muy buena facultad, estudia veterinaria, es parecido, pero siempre me gustó la medicina, siempre. Yo creo que es por esta cuestión de servicio. Es más, ya antes de recibirme, en cuarto año de la facultad, ya hacía guardia en el Hospital de Clínicas, por esta cosa de servir, de ayudar, de poder darle algo a la gente. Hasta el día de hoy sigo en el hospital público y hay que tener realmente vocación para trabajar hoy en el hospital. La medicina hoy, que está muy vapuleada, muy manoseada, todo el mundo opina de medicina.
--Pero el médico siempre fue una institución en si misma…
Había otra realidad. El médico era una entidad en las familias, y yo no quiero perder ese rol. El de ser el médico de la familia, los amigos, el médico que te habla claro, el que cuando venís al consultorio te roba una sonrisa: el famoso médico de pueblo. Mis primeras herramientas, mis primeras armas, yo las hice en un pueblo que se llama Las Acequias, pegado a Río Cuarto, cuando nos obligaban a hacer medicina general. Había muy poco, una salita, y no mucho más, pero el médico no era solo alguien que estaba preparado, sino que además era un lugar de contención. Mucha gente viene al consultorio, y uno ve que lo que a realmente viene es a hablar, a charlar. Muchos de estos dolores que la gente tiene, dolores que viene arrastrando, no son físicos, son dolores del alma, de la vida. Necesitan venir y hablarlo con alguien, con alguna entidad, y uno por ahí a eso lo ve, van 20 minutos de consulta, y vos le preguntas porque vinieron, y ya se habían olvidado para qué habían venido, que les dolía.
-¿Te sigue gustando tu trabajo como el primer día?
Sí, es mi pasión, si no sería imposible que yo pase la cantidad de tiempo que pasó abocado a mi trabajo, decí que normalmente nosotros estamos rodeados de gente que se dedica a lo mismo, si no sería muy difícil compaginar la vida profesional y personal salir ileso, porque por ahí te llaman a las 3, 4, 5 de la mañana y para nosotros es normal. Mi teléfono es de claro dominio popular.
-Te dedicas a salvar vidas, a cuidar vidas, a curar, pero también está la parte menos feliz. Comunicar los diagnósticos que no son buenos, incluso la muerte no debe ser algo agradable. ¿Siempre entendiste que es parte de tu trabajo?
Siempre entendí que era una de mis funciones. A estas cuestiones yo me las tomo como si fuera el primer día: uno las noticias las tiene que dar, pero tiene que tratar de llevar el menor dolor posible a la familia. Tratar de contener, las cuestiones empáticas son importantes. Uno es cirujano, y normalmente, cuándo vas a ver a un cirujano, sabes que tenés que poner el pellejo, y que hay un riesgo. Y es riesgo a veces se convierte en realidad y uno lo tiene que afrontar.
-¿Dormís bien cuándo te atraviesa algo así?
Sí, duermo bien. Llega la noche y siento que he cumplido con el deber. Que hice todo lo que estaba a mi alcance.
-¿Qué te da satisfacción de tu laburo, después de casi 30 años haciéndolo?
Lo que me da mucha satisfacción es lo mismo que me daba satisfacción el primer día: el agradecimiento de la gente. El agradecimiento sincero, el agradecimiento del corazón. La gente a la que se le llenan los ojos de lágrimas sabiendo que uno hizo todo lo que tenía para hacer, en los resultados buenos y en los malos. La gente por ahí te agradece en lo bueno y en lo malo porque sabe que en la medicina dos más dos no es cuatro, pero que vos estuviste ahí. En las buenas, en las malas, en las lindas, en las feas. Si salió todo bien, gracias, y si salió todo mal, gracias también. Eso a uno lo pone muy contento. Yo con la mayoría de los pacientes, y con su familia, normalmente tengo un buen nivel de conexión. Mi teléfono es de claro, dominio popular, y saben que me pueden llamar siempre porque cuando uno se compromete con la presencia, no puede mirar para otro lado.
-¿Y cómo forense? Porque esa ya es otra instancia de tu trabajo
Ese ya es otra instancia.
¿Es menos feliz ese laburo? ¿O también te podes abstraer y pensar eso como un trabajo más?
No}. Hay cosas de las que me cuesta abstraerme. La muerte de un bebé, la muerte de un niño en accidente. Esas cuestiones son las que uno por ahí… por ahí me toca hacer una autopsia de un nene chiquito y vuelvo a mi casa y le agarro a mi hija y le doy 20 besos. A eso no lo voy a superar nunca. Porque son cosas que no te las podés explicar, ni de lo físico, ni de lo espiritual, ni de lo emocional. Que te traigan un chiquito de 20 días con una muerte súbita es difícil y no te queda otra que respirar hondo y hacer lo que sabes hacer.
¿Tenés alguien que consideres un maestro?
Yo tuve dos grandes maestros que fueron mi papá y mi mamá, que fueron los que me enseñaron primero a respetar la vida, que me enseñaron que lo primero era la vida, lo segundo era la familia y lo tercero los bienes, bienes materiales y demás, y que siempre me enseñaron que si quería pescado me tenía que mojar los pies, yo creo que esos fueron mis grandes maestros. También mi abuelo, un tipo, un suizo francés, que no tenían terminada la primaria, pero que era un sabio y daba gusto sentarse a escucharlo. Y eso se lo trato de transmitir a mis hijos que por ahí hay que escuchar a los viejos, que más sabe el diablo por viejo que por diablo, y que siempre uno tiene que escuchar a la gente porque siempre tienen algo para enseñarte. El resto se puede leer, se puede interpretar. Si leo, comprendo; si veo, entiendo, pero si hago, aprendo, y lo que uno tiene que hacer, es no dejar de hacer. Otro de mis grandes maestros fue la calle. La calle a mí me enseñó mucho. La calle o te enseña o te pierde: hay que saber mirar, caminarla y si te sale bien, aprendes mucho todos los días.
¿Sentís que, si no tuvieras esa capacidad de lectura de la condición humana en general, más allá de la médica, no serías tan buen médico?
Sino hubiera tenido esto que tengo, no sería médico. Tuve mi agencia de turismo, estuve metido en otros negocios, hasta el día de hoy tengo otros negocios fuera de la medicina, y sigo ejerciendo la medicina como desde el primer día. Es más, mucha gente me cruza y me pregunta porque si tengo posibilidades de tener una vida más tranquila, con menos obligaciones vinculadas a mi rol de médico, sigo trabajando como trabajo, renegando… pasa que para mí no es renegar, esto es lo que yo elegí, y lo volvería a elegir. Es lo que me gusta.
¿Te sentís legitimado por tus pacientes, sus familias, por la sociedad en general? Para muchos sanfrancisqueños sos el doctor Pispieiro. Una institución.
Yo creo que he logrado ganarme el respeto de la gente. Es lo que te decía de mis viejos, me enseñaron que podemos tener mil falencias, pero no podemos faltarle la palabra, y creo que trato de mantener el valor de la palabra y esto es lo que creo que me ha dado a mí la consideración de una ciudad en la que yo no nací, pero que me recibió con los brazos abiertos y que ya siento que es mía también.