Historias
Madre de hijos que emigran: “Mi sueño es tenerlos cerca, pero ellos tienen sus propios sueños”
Patricia representa a toda una generación de mujeres cuyos hijos decidieron irse a otro país. Cómo es ser mamá en la distancia. Cómo se vive el síndrome del “nido vacío”.
Por Cecilia Castagno | LVSJ
El caso de Patricia se replica en miles de hogares de familias que empezaron a vivir desdobladas. En su casa y su cabeza funcionan dos relojes al mismo tiempo: el de Argentina y el de España, adonde se fueron a vivir dos de sus cinco hijos. Cada día espera con ansias las videollamadas y extraña esas sillas vacías que quedaron en la mesa de los domingos.
Sentimientos encontrados atraviesan a Patricia Gieco y su esposo Alejandro Aimaretti: por un lado, la satisfacción de ver a sus hijos construir vidas más estables y por otro, el duro proceso de adaptación y reacomodamiento familiar.
“Pasan los años y uno se va adaptando a esta nueva realidad; aprendes a lidiar con la distancia, aunque nunca te acostumbras del todo (…) Nos las pasamos dando bienvenidas y despedidas”, pero “nos reconforta saber que ellos son felices”, confesó.
Patricia es mamá de cinco: Mateo (32), Angelina (30), Tomás (27), Justina (24) y Martina (17). Ya desde novios con Alejandro soñaban con tener una familia numerosa. Sin embargo, en la casa hoy son tres, junto a Martina, que está en el último año del secundario. “Sabíamos que ese día llegaría pero nunca pensamos que fuera tan rápido”, dijo sobre la decisión de emigrar de Mateo y Justina.
El primero, publicista, decidió irse para progresar en otra faceta de la profesión: el cine, que lo llevó a la región del Oriente, a otras costumbres e idiomas, algo que despertaba ciertos miedos en los que quedaron acá. “Con Mateo lo viví con mucha ansiedad y angustia ante lo desconocido. Pero entendí que era el camino que él había elegido y luego nos dio la enorme alegría de hacer su propio documental con toda toda esa experiencia adquirida, sobretodo en la India”, contó su mamá.
“Al principio, lo invadía a preguntas y Mateo no tenía las respuestas, pero como hijo amoroso que es, siempre trataba de dejarme tranquila”. Actualmente está radicado en Barcelona. “Como familia sentimos cierto alivio, porque sabíamos que allí estaría rodeado de gente muy querida, compañeros suyos de la universidad, su prima y muchos argentinos viviendo en esa ciudad”.
Hace un tiempo, el tercero de los Aimaretti, Tomás, regresó a San Francisco tras estar dos años afuera, en Palestrina, cerquita de Roma, donde siguió su carrera de basquetbolista.
“Todos mis hijos son muy familieros. Somos muy unidos, lo que hace más difícil estar lejos. Pero la mayor alegría es saber que son felices –continuó Patricia-. Admito que nos dio mucha paz cuando coincidieron Mateo en España y Tomás en Italia, saber que estaban más cerca”.
En Barcelona hoy también vive Justina, la pastelera de la familia, que aplicó para trabajos vinculados a la gastronomía. “Se fue para ganar experiencia en lo suyo y nosotros la apoyamos. En Europa trabajó en obradores -así llaman a las grandes cocinas-. Pasó la temporada de verano en una isla en medio del Mediterráneo, trabajando en el hotel Five Flowers, donde aportó su impronta”.
“Como mamá, siempre tengo la ilusión de que vuelvan, que esto no sea definitivo, a la vez soy consciente de que eso será menos posible a medida que pase el tiempo y ellos más disfruten de las oportunidades que brindan estos países. Ellos no fueron a ‘hacerse la América’, fueron a trabajar de lo que les gusta, a sumar experiencia en un país con una estabilidad que desconocemos en esta Argentina apaleada. Hoy, los jóvenes que emigraron más se cuestionan la idea de regresar. Vienen de visita pero con pasaje de retorno”.
Cuando la asalta la angustia, a Patricia le consuela “saber que ellos están felices pero es innegable que me falta un pedacito en el corazón”.
Se le entrecorta la voz cuando describe cómo sufre la pérdida de la cotidianeidad: “Pasan los años y uno se va adaptando a esta nueva dinámica familiar, pero nunca te acostumbras del todo a no compartir el día a día con tus hijos”.
Familia fragmentada
“La idea de la Patri, el Ale y los cinco yendo a todos lados juntos se fragmentó de alguna manera”, reconoció. Los cumpleaños ya no son “multitudinarios” sino con la familia desperdigada por el mundo. Hay torta, velas, abrazos, y también brindis del otro lado de la pantalla del celular. Iguales son “los 31 de diciembre en la casa de la abuela Tiz, o las navidades en lo de la abu Marta. En esos días especiales se extrañan un poco más, porque no hay alegría más grande que poder estar todos juntos”, contó Patricia con nostalgia.
“Alejandro es mi gran sostén y nuestras chicas, Angelina y Martina, nos acompañan cada día haciendo más reconfortante esa cotidianeidad diferente. Además, ayuda mucho ese otro círculo cercano, la gente con la que trabajas, los amigos, son una red de contención”, dijo y rescató que la familia se agrandó: “Ahora están los yernos y las nueras”.
La diferencia horaria complica la comunicación, pero no impide tener noticias a diario de los migrantes. “Un llamado o videollamada te dan la ilusión de cercanía, pero no es lo mismo. Te convertís en espectador distante de su día a día. Ellos están siempre, aunque no estén al minuto, al rato te llaman, te comparten una anécdota, una foto, un paisaje. A veces llaman y dicen: ‘Vieja, ¿estás para un mate?’ o te piden la receta de la bagnacauda”.
“El sueño de mi vida es tener a mis cinco hijos cerca, pero comprendo que ellos tienen sus propios sueños –añadió Patricia-. El 'nido vacío' está y tal vez se potencia por la distancia, por un océano en el medio que está, pero se acorta todo el tiempo gracias a la tecnología”.
Una reflexión
Cada vez son más las madres que ven a sus hijos subirse a un avión y que este domingo, más que nunca, sufrirán la distancia. Patricia dejó un mensaje para ellas: “Listas no estamos nunca para despedir en Ezeiza a nuestros hijos. Nos dejan con los abrazos más hermosos del mundo, los besos, los mensajes, las fotos… Te quedás con eso. Una nunca está preparada para esa enorme distancia, pero aprendes a convivir con una decisión que ellos tomaron para un crecimiento personal. Mientras tanto, yo sigo creyendo que están todos en casa y sigo cocinando para un familión”.
Nido vacío
Hablar del síndrome del "nido vacío" en el contexto actual nos lleva a reflexionar sobre las grandes transformaciones en relación a la mujer de las últimas décadas. Cuando un hijo se va de la casa familiar para emprender su propio camino, siempre implica atravesar un duelo, afirmó la psicóloga Mónica Bailo (MP: 2175), aunque no necesariamente tiene que vivirse como una crisis dolorosa. Pero, ¿qué sucede cuando la decisión es emigrar a otro país, cuando esa distancia ya es real? "Los sentimientos que despierta el crecimiento y la independencia de los hijos se ven atravesados por los cambios del rol de la mujer en la sociedad, donde ya no es solo ama de casa o madre sino que tiene otras ocupaciones y oportunidades. Entonces, el ‘nido vacío’, aunque no en todos los casos, ya no se vive con la misma angustia que antes. Por el contrario, muchas veces se lo experimenta como una oportunidad de crecimiento personal”, contextualizó la licenciada.
“La mujer, de cierta forma, rejuvenece cuando sus hijos despegan, sobre todo, cuando la crianza estuvo atravesada por muchas renuncias y concesiones -analizó-. El acompañamiento sigue presente, por supuesto, pero ya no demanda el tiempo de la vida cotidiana".
Ahora bien, "es distinto cuando ese hijo ‘vuela’ o ‘despega’ motivado por su deseo de desarrollar su proyecto personal en otro país. Porque esto implica una ruptura del proyecto familiar de que los hijos, grandes e independientes, siempre estarían cerca y que como abuelos iban a disfrutar de sus nietos".
"Hay un duelo respecto a esas expectativas, por no poder ver de cerca desarrollarse esa familia ampliada –agregó Bailo-. Los duelos no sólo se atraviesan por pérdidas reales sino también sobre aquello que proyectamos y sentimos que no será realizable".
"Muchos jóvenes ya no se van a itinerar por el mundo para luego volver, están migrando con un proyecto más firme de instalarse en otro país y ahí aparece el duelo por no poder construir ese futuro como se había pensado”.
Cómo gestionar las emociones
La tristeza que significa estar lejos de los hijos va compensándose con la tranquilidad y la alegría que se siente a medida que ellos van encontrando su lugar en el mundo. “Lleva su tiempo, implica conectarse con cada una de las emociones de la etapa de duelo. Al principio, cuando los hijos se van, la angustia se mezcla con cierta negación. Después, va pasando el tiempo y se van conectando con sentimientos contradictorios, entre la alegría de saber que sus hijos están haciendo lo que desean y la tristeza de no poder ya vivir juntos momentos importantes llenos de emociones compartidas".
La psicóloga aconsejó “permitirse atravesar cada una de esas etapas, compartirlo con la pareja, con la gente querida, incluso hablarlo con otros padres que viven lo mismo”.
Luego, "en el mejor de los casos, llega el momento de la aceptación profunda, ya no superficial. El ‘nido vacío’ puede vivirse de otra manera cuando aceptamos que ese futuro que se había construido no se dará como pensamos pero sí se dará de otra forma que también se podrá disfrutar".
"Con la aceptación surgen alternativas constructivas, entusiastas de planear los reencuentros. La otra cara de la nueva realidad es que existe una tecnología que nos ayuda, que es posible mantener una cierta cotidianidad, un vínculo a la distancia. Incluso, hay madres que me han dicho: ‘hablo más ahora con mi hijo que cuando estaba acá’. Ya no lo podrán tocar o abrazar, pero la virtualidad ofrece una alternativa” para amortiguar la distancia y compensar la falta de ese contacto físico.
Los padres viven cierto conflicto interior entre apoyar a sus hijos a migrar y la tristeza por la lejanía. ¿Cómo lidiar con eso? “No es más ni menos que el conflicto que tenemos al asumir nuestro rol de padres: aceptar que por más que nos duela, los hijos tienen que cumplir sus sueños y deseos, como cuando eligen una carrera con la que no estamos de acuerdo, o una forma de vida, una pareja, un deporte..., es un trabajo psíquico que nos toca hacer, ayudar y acompañar a nuestros hijos a cumplir sus sueños y no cumplir con los nuestros. Esa es una de las funciones más nobles que como padres tenemos: renunciar al deseo de que nuestros hijos sean una prolongación de nuestros propios anhelos, hagan y sientan como nosotros pensamos. Si logramos transitar ese conflicto, seguramente será también un crecimiento para nosotros”, concluyó Bailo.