Historias
Luis B. Costamagna, la honestidad y un consejo a los “pillos”
Para presentar esta nota me permito parafrasear al Martín Fierro: “Un médico que da consejos, más que médico es un amigo”.
Por Arturo A. Bienedell | LVSJ
Por la extensión de mi desempeño efectivo en el periodismo local (1971/2016) y por la época en que lo ejercí, tuve oportunidad de conocer y dialogar con muchos de los personajes sociales de San Francisco nacidos desde 1900 y que tuvieron vigencia, cada uno de ellos, hasta sus 70 años o más. Esas fueron las personas, argentinas o extranjeras, que hicieron desde los años ´20 y hasta los ´90, la base productiva, deportiva, cultural y política del San Francisco que disfrutamos hoy. Y allí están incluidos, no solo los que trascendieron públicamente, sino también muchos que me aportaron historias domésticas de incalculable valor porque son las que ratifican o desvirtúan las “leyendas” que se forman de quienes están a la consideración pública.
Con la disculpa correspondiente por la introducción autorreferencial, hoy quiero rescatar a un médico que sólo recuerdan algunos mayores, pero es bueno que las nuevas generaciones también lo puedan conocer para abrevar de su sabiduría popular. Fue médico, estudioso y luchador contra la lepra, pero también un reconocido dirigente del basquetbol de San Francisco, presidente de la Asociación local cuando en 1952 surgió nuestro primer equipo campeón provincial.
Luis Bartolomé Costamagna, con consultorio en calle Belgrano 2060, fue una figura distinguida en la sociedad de los ´50 a los ´90, tiempo en que se destacó por su capacidad y diligencia, pero en especial por ser “bueno”.
“Es un buen tipo”, solían definirlo sus contemporáneos, como si esa cualidad fuera un mérito extraordinario, mientras que para él era sólo su forma de transcurrir la vida.
Una charla que me quedó grabada muy íntimamente ocurrió allá por los años ´70 cuando lo entrevisté para que me dé información sobre los casos y el tratamiento de la lepra en el departamento San Justo. Como mi gusto era hablar con las personas no sólo de lo que era el foco de la noticia, sino prolongar el diálogo satisfaciendo mi curiosidad por algunas cuestiones personales de los entrevistados para conocerlos un poco más, fue que me habló de sus orígenes en una familia colonizadora de San Francisco, los esfuerzos familiares y su reconocimiento interno hacia quienes fueron parte de su progreso personal y profesional.
Fue entonces cuando, conociendo el concepto que la sociedad tenía de él y su honestidad, le hice un comentario sobre los aprovechados que sobresalían socialmente y al tiempo se frustraban. Tan interiorizado tenía su concepto de lo que estimaba la conducta que debía seguir que enseguida me respondió: “No son vivos. Lo suyo es un éxito transitorio. Si los pillos supieran cuáles son los beneficios que da la honestidad; serían honestos solo por ser pillos”. Hablame de filosofía.