“Lo más importante es que 60 familias se han dignificado”
Para Silvino Buraschi y Emilio Amé, de La Virgencita, cada gota de agua cuenta en el océano; cada pequeña acción suma a la hora de ayudar a otro. No todo lo que se puede donar es dinero. Dan mucho por esta obra transformadora, pero aseguran que reciben mucho más. "Se trata de acompañar a las familias sin hacer asistencialismo", dicen.
Por Cecilia Castagno | LVSJ
Quienes lo conocen dicen que es pura humildad, vitalidad y muy auténtico. Un enamorado de la vida. Un obsesionado por ayudar que a los 91 años es capaz de regalarle su tiempo a otros.
Silvino Buraschi recorre con su bicicleta alrededor de 8 kilómetros por día para cobrar la cuota societaria que sustenta la asociación civil "Comedor La Virgencita", de la que es tesorero. Para tener una idea del camino andado, son 345 los que colaboran con su aporte mensual y 30 años de una obra transformadora.
Su humildad quedó siempre de manifiesto, incluso cuando en un acto lo sorprendiera que anunciaran que un salón del comedor a partir de ese día llevaría su nombre. "Vive no para que tu presencia se note, sino para que tu ausencia se sienta", resume su sentido filosófico de la vida.
Siempre le gustó ayudar y empezó a hacerlo siendo más joven, desde la Iglesia. Luego le puso el alma y el cuerpo al proyecto para que personas carenciadas pudieran tener un plato caliente de comida. Quienes los acompañaron desde el inicio -en una casa de familia de la comunidad San José Obrero, en calle Garibaldi- y que al igual que él hoy peinan canas, sabían que iba a llegar lejos, porque la iniciativa tenía ese plus que hace falta.
El mensaje era claro: no caer en el asistencialismo. También, que no todo lo que se puede donar es dinero. El tiempo es oro para acompañar otras realidades.
En ese punto estuvieron de acuerdo con Emilio Amé (39), director de Cáritas Diocesana, entidad madre de La Virgencita. Dos generaciones distintas movilizadas por la situación vulnerable de muchas familias y con un objetivo común: crear oasis de esperanza través de un acompañamiento sostenido a lo largo del tiempo.
Tres décadas después, aquella mesa solidaria se convirtió en una idea comunitaria materializada en una cooperativa de trabajo para quienes se ganan la vida juntando cartón; un espacio para contención de personas que sufren adicciones y en poco tiempo más -ya hay un convenio firmado-, una sala cuna, donde niños desde los 45 días tendrán alimentación y contención mientras sus padres salen a "cartonear".
"Gracias a Dios tengo salud y esto me permite estar activo, vital. Ayudar me hace sentir conenergía, con la satisfacción de hacer algo bueno", confiesa tímido Silvino, pero todos saben que no lo moviliza más que el deseo de hacer algo por las demás personas -la tan aclamada solidaridad- y la convicción de que para ello no hay edad ni fecha de retiro.
Silvino Buraschi, una vida al servicio de los demás.
Desde que se jubiló, el voluntariado es su trabajo. Enviudó hace poco más de 8 años, tiene 6 hijos, 16 nietos y 4 bisnietos. "Una de las cosas que trato de lograr es que la mayor cantidad de socios posible o quienes quieren colaborar, conozcan lo que realmente hacemos en La Virgencita", cuenta el tesorero.
Según él, en esto no hay receta ni legado: "Hay que hacer las cosas y no mirar lo que va a venir después, que sea lo que Dios quiera, porque muchas cosas buenas surgen espontáneamente".
Pequeño o no, todo aporte vale
"Nada es tan cierto como aquella frase de la Madre Teresa de Calcuta: 'A veces sentimos que lo que hacemos es tan sólo una gota en el mar; pero el mar sería menos si le faltara una gota'", cita Buraschi, un convencido de que cada pequeña acción suma a la hora de ayudar a otro y si se unen esfuerzos, produce un efecto mayor.
"Asistimos a 60 familias de barrio Parque, somos una gotita de agua en el mar de la ciudad", dice con modestia. Lo que hacen es más que altruismo, cuando se topan con la realidad de la desigualdad de oportunidades y de condiciones. Aunque suene extraño, lo suyo no es hacer caridad.
Por ello -y porque los pedidos de ayuda llegaban a montones- buscaron otro espacio físico y se mudaron primero a Juan de Garay y Perú y luego, a barrio Parque donde la magnitud que adquirió la obra puso en relieve la fuerza que tiene la solidaridad.
"No podíamos no hacer nada entre todos, mirar hacia otro lado", recuerda Silvino, que si siente que algo es posible, no se detiene hasta lograrlo, contra todo aquel que ose alzar muros invisibles de estigmatización y miseria.
Lo hicieron con el corazón, pero el corazón no alcanza cuando de intentar generar cambios colectivos se trata. Requiere sustento, planificación y perseverancia.
"Se trata de acompañar a las familias sin hacer asistencialismo".
Aunque Silvino insiste en que no hay fórmulas mágicas, los resultados revelan que a más organización, más solidaridad. Él administra los fondos que ingresan como cuota de socios, colaboraciones, becas, padrinazgos, entre otros, y también, los gastos. Su pasado al frente de una concesionaria de tractores le dio maña para los números. Todos los años, redacta una puntillosa rendición de cuentas que entrega en mano a cada socio de La Virgencita.
"Una entidad de bien público debe tener un alto nivel de eficiencia para cumplir con sus objetivos. De lo contrario, malgastamos el dinero de la gente nos ayuda, que confía en nosotros. Ser eficiente es una necesidad para servir mejor", se puede leer al pie del último balance, aludiendo a una frase de otro administrador, Marcos Malbrán, de la Fundación Oftalmológica Argentina.
"Esto comenzó a través de Cáritas parroquiales - en su caso, en la iglesia Cristo Rey-. Lo empezaron los jóvenes del eslabón 14, del movimiento Círculos de Juventud. Después, la misma necesidad fue cambiando y marcando otras exigencias. Venían con una cacerola y le dábamos la ración de comida, pero detrás de cada uno había una familia y todos tenían que comer", relata Silvino. En esa cadena de voluntarios y donantes de tiempo, cada uno representó un engranaje fundamental.
El lugar se hizo más grande, pero Silvino sigue siendo el mismo. "De un comedor para alimentar a unas 7 familias, pasamos un espacio con dos amplios galpones donde además funciona la cooperativa" de los recicladores.
Además de ser papá, abuelo y bisabuelo, Silvino tiene un montón de "hijos y nietos postizos" a los que conoció en La Virgencita.
"Uno se siente contento por ver realmente lo que se consiguió. No nos imaginamos nunca que íbamos a llegar a donde llegamos. De a poquito y gracias a la ayuda de mucha gente, alcanzamos los casi mil metros cubiertos con mampostería. Las mismas necesidades llevaron a que esto creciera. A hacer, hacer, siempre hacer algo", explica este emprendedor inquieto que lleva la sonrisa como bandera, aunque sin pecar de exceso de positivismo, más bien tiene los pies en la tierra.
"La Virgencita surge de los denominados eslabones transformadores de juventud. El convenio con Caritas fue el complemento que hizo posible esta obra. Solos nunca hubiésemos podido hacer lo que se hizo", continúa.
"La adicción es una pobreza más grande que la económica"
Es ley en La Virgencita trabajar por la dignidad de las personas, fortalecer la cultura del trabajo, la educación y la solidaridad, porque ninguna de ellas podría existir sin la otra. "La meta se cumplió. Son alrededor de 60 familias que se han dignificado, que hoy viven trabajando junto a sus hijos. Y eso no tiene precio", manifiesta Buraschi.
"Se trata de acompañar a las familias sin hacer asistencialismo. Darles de comer es necesario por un momento y tiempo determinado, pero luego hay que incentivarlos a que ellos mismos aprendan a llevar un plato a su mesa", agrega Amé.
Ambos se remontan a las historias de dos mujeres que inspiraron la creación del espacio. "Empezamos acompañando a Eva (Ferreyra) y Gise (Gisela Ferreyra) y hoy somos una cooperativa que es sustento de muchas personas. Antes del trabajo fue la educación. Ir sumando herramientas a ese caminar junto a las familias nos fue llevando a seguir trabajando para que puedan vivir una ciudadanía plena".
"Un día vino Pato, con un problema grave de consumo de drogas, y vinieron sus chicos... y ¿cómo no los íbamos a acompañar? -sigue el titular de Cáritas-. La adicción es una de las pobrezas más grandes que nos toca atravesar, incluso más compleja que la pobreza económica. Detectamos en Pato esa necesidad y arrancamos con el Hogar de Cristo -en 2018- para contener y acompañar a quienes sufren esta problemática. También vino Diego; él tiene una discapacidad, entonces fuimos aprendiendo cómo acompañar la discapacidad. El solo hecho de acompañar nos obliga a nosotros a seguir aprendiendo".
Silvino y Emilio en el galpón de la cooperativa La Virgencita.
Entonces, el problema no es solo económico. Hay un rostro detrás de cada número, pequeñas historias cotidianas que se construyen de cosas tan básicas que no deberían ser un privilegio.
Los voluntarios de La Virgencita querían que como ellos, otras personas pudiesen tomar un baño, porque "sentirse limpio puede ser algo muy simple, pero puede devolverle la dignidad a una persona". Fue con este pensamiento que decidieron construir en el inmueble de calle Lamadrid baños con duchas.
No es tan difícil extrapolar y pensar que quienes viven en barrios más carenciados no cuentan con servicios, pero escucharlo de quienes conocen de cerca la pobreza real, cambia la percepción sobre ella.
"Algo que me marcó en los primeros años de este proyecto fue que esas personas que venían a La Virgencita casi nunca se bañaban, mientras que hoy se bañan casi todos los días. Eso tiene una relevancia tremenda. Ellos salen bañados y hasta su pensamiento cambia", expresa Buraschi.
Y Amé asiente: "Hasta su expresión en el rostro cambia. Los ves llegar e ingresar al baño con los cuidados que corresponden y salir perfumados. Su expresión en la cara es diferente. El padre Mario Ludueña nos dijo: 'Siempre tengan un perfume para darles'. Un simple gesto como acceder a una ducha caliente, que para cualquiera de nosotros sería lo más normal, a ellos le cambia el día, y la vida".
"Asistimos a 60 familias de barrio Parque, somos una gotita de agua en el mar de la ciudad".
Estar donde el Estado no llega
Afirman que su rol no es ocupar el lugar vacío que deja el Estado, aunque tienen una mirada crítica al respecto. "Muchas de estas cosas las tendría que hacer el Estado, y a veces no las hace. Pero para eso tenemos que hablar de política" y ese es un terreno en el que Silvino no quiere meterse.
"Nosotros no somos gobierno, pero estamos dispuestos a dar una mano. Somos hermanos que deberíamos buscar lo mismo: tenderle una mano a aquel que más lo necesita. Estamos para darle una mano al Estado, para llegar a donde no llega", se explaya Emilio.
"Todo esto tiene sentido porque uno tiene un concepto de la caridad, mientras que hay mucha gente a la que no le preocupa el sufrimiento del otro. Cada vez fueron aumentando las necesidades pero también, se fueron resolviendo", retoma Silvino.
La solidaridad, el costado positivo de la pandemia
Así como nunca imaginaron la pandemia, tampoco imaginan cómo será el mundo después del coronavirus. De lo que sí están seguros, es que en medio de tanta tragedia, la solidaridad fue el triunfo cultural de la sociedad.
Ante la imposibilidad de abrir las puertas del comedor, Cáritas y La Vigencia junto a otras instituciones, voluntarios particulares y el municipio, en 2020 llegaron a repartir módulos alimentarios en 700 hogares en una sola mañana; alcanzando con la ayuda a más de 3.500 familias.
La cuarentena también los obligó a cerrar el espacio de apoyo escolar, pero accedieron a los cuadernillos del Ministerio de Educación, imprimieron los trabajos que los docentes enviaban y así, acortaron la brecha de la conectividad digital.
"Tuvimos ayudas excepcionales que nos permitieron hacer entregas de alimentos en forma récord. Pudimos llegar a muchas más personas. Hubo un gran compromiso de toda la comunidad", celebran el logro y mucho más, que "se evitó el clientelismo".
El virus terminó de mostrar que "cuando un grupo de gente de manera sincera y desinteresada quiere dar una mano y puedo sostenerlo en el tiempo, este es el resultado", rescata Amé.
De logros y caídas
Así como guardan decenas de anécdotas que los emociona y son motivo del empuje que los caracteriza, también hay dificultades, retrocesos y muchos nuevos comienzos. Pero lo importante es seguir.
"Pocos pasan el secundario, mientras otros son la primera generación de la familia que llega a tener un título terciario", narra Emilio y a Silvino se le vienen a la memoria rostros, como el de un chico de Freyre al que ayudaron a terminar la primaria y la secundaria y después, se recibió de abogado; y la gratitud de su familia para con La Virgencita. O el de aquella chica que llegó a estudiar y egresar de la carrera de Enfermería gracias a las puertas que le abrió Cáritas. "¿Qué precio tiene eso?", se pregunta. Nada podría pagar ese sentimiento, ese círculo virtuoso, de sentir que se entrega mucho, pero también se recibe mucho.
Sin embargo, entre las incontables anécdotas que atesoran tampoco olvidarán las tristes. "Siempre hay recaídas, y las habrá -reconoce Emilio-. Es grande la impotencia de ver que alguien a quien acompañamos vuelva a caer. Eso pasa más seguido en los casos de adicciones. No tenemos la capacidad de resolver el cien por ciento de los problemas y nuestra regla de convivencia es 'sin consumo, sin violencia'. Que no consuman antes de venir ya es un logro para nosotros. Sabemos que el camino es largo y a veces hasta imposible, pero podemos hacer que cambien actitudes chiquitas y que lo sostengan y eso ya es un gran estímulo".
"Si conseguís que ese chico consuma dos o tres veces menos por día, ya estás logrando algo importante; parece nada, pero es muy importante", concluye Silvino.