Análisis
La política fuera de quicio
La crisis socioeconómica y financiera es de una magnitud comparable a las peores que vivió el país en su historia reciente. Y la política, desquiciada, naufraga en la desorientación.
Sacar de quicio a una puerta o una ventana significa separarla de las bisagras que le permiten el movimiento esencial para que cumplan con su función. Por extensión, se aplica a la situación en la que una persona o un grupo social se aparta de las conductas deseables, independientemente del motivo que produzca esta alteración.
Desquiciado, entonces, es algo o alguien que sufre una descompostura, que está desencajado, exasperado, trastornado, desarreglado, dislocado, perturbado, desmembrado. Los participios pasados podrían continuar. Pero queda clara la idea de que el desquicio no forma parte de la normalidad, de lo que es esperable y lógico.
Sería quizás una exageración afirmar que la Argentina toda está desquiciada. Sin embargo, no es una desmesura sostener que la actividad política sí lo está. Y que varios de sus protagonistas se han salido de las bisagras en este convulsionado período preelectoral, en el que son evidentes las bravuconadas, las consignas fervorosas y las acusaciones permanentes, al tiempo que existen esfuerzos por dejar en la nebulosa las sospechas –de nitidez explicita en algún caso- de acuerdos y complicidades.
La crisis socioeconómica y financiera es de una magnitud comparable a las peores que vivió el país en su historia reciente. Y la política, fuera de quicio, naufraga en la desorientación. La inflación indetenible es azuzada por la inundación de billetes con la supuesta intención de favorecer el bolsillo sufrido de las familias, decidida por el Ministerio de Economía. Sin embargo, el efecto búmeran es notorio: la gente se desprende rápidamente y hasta con desesperación de todos sus devaluados pesos.
La corrida cambiaria y bancaria que la política económica fue capaz de generar es alimentada por los conceptos públicos de un candidato presidencial. Con mal gusto y prepotencia, tildó de “excremento” a los pesos y aconsejó a los ahorristas que no renueven los plazos fijos y se vayan al dólar. En verdad, cuando la incertidumbre reina como en estos meses, ésa es la práctica habitual que millones de argentinos ejercen para salvaguardar, al menos en parte, su capital. No descubrió nada nuevo Milei, pero hizo gala de una irresponsabilidad manifiesta. Al mismo tiempo, los demás competidores de la contienda electoral también muestran signos de desquicio: gritos destemplados, silencios llamativos sobre casos escandalosos, negaciones varias y defensa de brutales acciones terroristas completan la escena. Acompañado todo esto de contradicciones tan visibles como groseras en ciertas ocasiones.
Respecto de esto último, es muy posible que estemos asistiendo al florecimiento de lo que anticipó George Orwell, en su libro “1984”: la práctica del “doblepensar”. Es decir, “el poder, la facultad de sostener dos opiniones contradictorias simultáneamente, dos creencias contrarias albergadas a la vez en la mente”. Y agrega: “Decir mentiras a la vez que se cree sinceramente en ellas, olvidar todo hecho que no convenga recordar, y luego, cuando vuelva a ser necesario, sacarlo del olvido sólo por el tiempo que convenga, negar la existencia de la realidad objetiva sin dejar ni por un momento de saber que existe esa realidad que se niega... todo esto es indispensable”.
Las elecciones están cerca. Ojalá sean el ancla para que la política “doblepensante” deje de bambolearse fuera de quicio.