Análisis
La polémica por el Conicet
Lamentablemente, el descalabro en el que está inmersa la Argentina impide que la dirigencia política encuentre puntos de consenso básicos que deberían formar parte de verdaderas políticas de Estado.
Tras imponerse en las Paso, Javier Milei, candidato de La Libertad Avanza, ratificó su plan de gobierno y reiteró que dentro de los recortes de la inversión pública que pretende para su gobierno está la eliminación del Ministerio de Ciencia y Tecnología y, en simultáneo, la del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet), considerado hasta ahora como la máxima institución científica nacional. Luego de cuestionar algunas investigaciones que allí se hacen, propició que el ente quede en manos del sector privado. "¿Qué productividad tiene? ¿Qué han generado?", se preguntó el economista liberal.
Un par de días después morigeró su posición y sostuvo que el organismo solo debía dedicarse a la investigación en ciencias duras, cuestionando con acritud los estudios sociales u otros aspectos que los becarios e investigadores del Conicet desarrollan en el campo de lo que se denomina las “ciencias blandas”.
Es verdad que algunas temáticas de trabajos financiados por el organismo estatal pueden ser motivo de controversia. Es más, como afirmó el candidato más votado en las Paso, algunos suenan hasta ridículos y su utilidad no se comprende, más aún cuando sus autores o defensores usan laberínticas explicaciones que confunden todavía más y no sostienen argumentos sólidos.
En este punto, el juego libre de las miradas sobre el tema es beneficioso para encontrar una síntesis que permita evitar deslices vinculados casi siempre a posiciones ideologizadas a ultranza. Por caso, las temáticas de determinados estudios sociológicos o culturales que se han puesto como ejemplos en el debate público. Pero parece un despropósito renegar de modo absoluto de las corrientes científicas vinculadas, en especial, con las humanidades.
Por otra parte, adoptar un criterio estrictamente productivista en el análisis de la política científica de un país es desconocer la raíz misma de la actividad. Los grandes logros de la ciencia y de la técnica llegaron con esfuerzo, dedicación, trabajo colaborativo y tiempo. Se alcanzaron –y alcanzan- con paciencia, que es la cualidad del que sufre, se esfuerza y persevera.
Cuando el árbol tapa el bosque, cuando la aceleración de la vida cotidiana impide la reflexión serena, reina la impaciencia, uno de los signos de la época que nos toca vivir. Por el contrario, el método científico prueba, erra, pausa, descarta, comprueba. Y se toma el tiempo que corresponde.
La actividad del Conicet puede ser más eficiente y transparente. Muy posiblemente necesite cambios profundos tanto en su financiamiento como en su funcionamiento. Quizás deba despegarse de posturas ideológicas que provocan sesgos evidentes en algunas investigaciones. Sin embargo, eliminar el organismo científico estatal por excelencia no parece ser una buena decisión.
Lamentablemente, el descalabro en el que está inmersa la Argentina impide que la dirigencia política encuentre puntos de consenso básicos que deberían formar parte de verdaderas políticas de Estado. En cualquier otro país “normal”, el desarrollo de la ciencia y la tecnología es un vértice inamovible que señala la dirección del progreso y el desarrollo.