Boxeo
La noche en la que el Intocable dejó su huella en San Francisco
Hace 55 años, Nicolino Locche, el argentino que reinventó el boxeo, desplegó su arte frente a un recordado púgil local. Te contamos la historia.
“Aflojó los músculos del cuello, dejó voltear su rapada cabeza de bonzo y se dio cuenta de que era humano. El hawaiano Paul Fuji tomó su cabeza entre las enguantadas manos; apenas miró a su manager, Tad Kawamura; faltaba una sola palabra, la que el entonces campeón mundial dijo: "Basta". Cruzando visualmente en diagonal el ring del estadio Kuramao Kougikan, un hombrecito imperturbable, que había danzado nueve rounds su ritual de exquisiteces, se daba de narices con su destino; Nicolino Locche terminaba de ganar la corona, mundial de los mediomedianos juniors”.
Así comenzaba la crónica publicada en la revista Primera Plana el 17 de diciembre de 1968, pocos días después de que este boxeador intocable y exquisito obtuviese el máximo cetro de la Asociación Mundial de Boxeo en su categoría. Le había costado bastante. Mucho de sudor, alguna sangre perdida y también lágrimas derramadas. Hasta ese momento, el gran Nicolino Locche registraba 122 peleas como aficionado y106 combates profesionales. Más que suficientes para para convencer al mundo del boxeo de que “ese insolente argentino, al que tres campeones del mundo y dos ex titulares no habían logrado vencer, merecía un match por la corona”.
El primero de los tres pleitos preparatorios para la mágica inolvidable noche de Tokio tuvo como escenario al solar ubicado en avenida Urquiza 1138, ese edificio de formas curvas que hoy sigue llamando la atención. Fue aquí, en San Francisco, cuando el Intocable desplegó su arte frente al recordado púgil local Hilario Ramón Suárez, referente del ámbito boxístico local y regional en ese tiempo, a quien derrotó por puntos.
El 16 de agosto de 1969, la presentación de Loche suscitó la atención de la afición sanfrancisqueña y de la región. Se presentaba el campeón argentino y sudamericano de los welter juniors. También figuraba primero en el ranking mundial de la AMB. Su rival sanfrancisqueño asomaba en el décimo puesto en el ranking nacional de la categoría.
El combate
La pelea organizada por el desaparecido Boxing Club San Francisco, en colaboración con el Deportivo Unión Social atrajo a una gran cantidad de aficionados. La crónica de este diario así lo reflejó.
En lo estrictamente boxístico, Locche dio la impresión de “no haber llegado a emplearse en la medida con que lo habilitan sus extraordinarias aptitudes”, aunque elaboró “una victoria de clara suficiencia, marcando siempre el ritmo del combate, castigando toda vez que se lo proponía y ofreciendo una singular habilidad en su juego defensivo”.
Hilario Suárez fue elogiado también: “Realizó un excelente combate, quizás estuvo más allá de lo que se supuso podía hacer frente a la capacidad de un hombre indudablemente excepcional. Se empeñó una y otra vez de manera especial en las primeras cinco vueltas, procurando dar de sí lo mejor. Luego fue superado por su adversario, pero siguió brindándose con todo vigor” frente a un rival que “brilló con la luz propia de las grandes luminarias del difícil arte de los puños”.
El combate transcurrió entre el “afanoso accionar de Suárez” y la “serena y por momentos pasmosa tranquilidad de Locche, quien utilizó una “depurada técnica defensiva con el impresionante castigar de su mano izquierda”.
Los jurados Rómulo Castro de Mendoza, Gabriel Chort de Colonia Marina y Francisco Diez de Córdoba proclamaron, al cabo de los 10 rounds, por unanimidad el triunfo de Nicolino Locche. “Hubo abrazos del campeón para Suárez sobre la terminación del combate y el público identificado con la demostración del mendocino, lo ovacionó antes de que se retirar del cuadrilátero”.
Luego de su victoria ante Suárez en San Francisco, Locche enfrentó al brasileño Orlando Ribeiro (13 de septiembre en Mendoza) y al argentino Aníbal Di Lella (12 de octubre en Mar del Plata). Lo que siguió luego fue la más grande demostración de arte boxístico brindada por el gran Nicolino en Tokio.
A partir de allí, los sábados de Buenos Aires dejaron de ser un sábado más, aunque el tango así se llame. Porque “entre las bocinas de la procesión gritan los canillas "Crónica" y "Razón", esquivando el pique de un auto lavado la quinta de clavo quieren enganchar. Total esta noche, minga de yirar, si hoy pelea Locche en el Luna Park”.