Análisis
La Navidad, expresión cabal del humanismo
La tradicional celebración nos invita a prolongar el tiempo de unión y de encuentro, y a llevar esos valores al quehacer cotidiano.
Vivimos la tradicional celebración de la Navidad. Este acontecimiento histórico y espiritual, que marcó un punto de inflexión en la humanidad hace más de veinte siglos, se mantiene vigente a pesar de los cambios culturales, las nuevas tendencias y la vorágine consumista.
El pesebre, con su sencillez, excede en su significado a una mera representación religiosa: es un símbolo universal de humildad, fraternidad y misericordia, principios fundamentales del humanismo cristiano. Es religioso, sí. Tiene mucho valor para el creyente. Pero el pesebre pone el foco en el hombre, su dignidad y su capacidad para el encuentro con el otro. La Navidad, en este sentido aperturista, representa un acto de donación total: el nacimiento de Cristo en la más absoluta humildad invita a superar el egoísmo y a construir relaciones basadas en la entrega y la solidaridad. El filósofo personalista Emmanuel Mounier subraya que “la fraternidad no es un ideal abstracto, sino una tarea concreta y urgente”, una verdad que esta celebración nos recuerda en el tiempo de reunión y encuentro con los demás.
Algunos críticos sostienen que la Navidad ha quedado vacía de contenido espiritual, absorbida por un consumismo sin límites. Sin embargo, entre nosotros, este tiempo mantiene un valor singular, porque la reunión familiar y el encuentro con los amigos conservan su sentido original. Porque además de ser para los creyentes la fecha en que se recuerda la llegada de Dios hecho hombre y el comienzo de la etapa más importante de la redención, para todos –sean personas religiosas o no- es un momento de reunión familiar, de intercambio de mensajes de bienaventuranza, momento en el que afloran los mejores sentimientos, se archiva la desesperanza y se combate el egoísmo.
La tradición certifica que el hombre no puede vivir aislado, y su realización plena se encuentra en la relación solidaria y amorosa con el otro. Como afirmó Dietrich Bonhoeffer, teólogo y humanista cristiano alemán que desempeñó un papel importante en el movimiento de resistencia contra el nazismo, “el sentido de la comunidad está en que nadie puede ser feliz solo”. Es en el diálogo, en la cena compartida y en los gestos de generosidad donde la Navidad recupera su profundidad.
La Nochebuena es el tiempo propicio para el intercambio de mensajes de esperanza, para el perdón, la renovación de los lazos afectivos y la superación del egoísmo individualista. Es, en definitiva, un recordatorio de que la esencia del ser humano reside en su capacidad para amar y servir. El desafío, quizás, sea no limitar este espíritu a una sola noche. La Navidad nos invita a prolongar el tiempo de unión y de encuentro, y a llevar esos valores al quehacer cotidiano. Es la fiesta donde se manifiesta el humanismo en su plenitud. El mensaje del niño de Belén sigue vigente: la paz, la solidaridad y la fraternidad no son ideales inalcanzables, sino la base para un mundo más humano.