La lucha contra la caza furtiva
Porque la caza ilegal no es un deporte. Es un flagelo. La sana actividad cinegética que respeta el ambiente y cumple con las normas no puede verse afectada por grupos de personas que se dicen cazadores, pero que en realidad son depredadores.
Nuestro colega El Diario del Sur de Córdoba de la ciudad de Villa María
publicó hace pocos días una información que daba cuenta de que cinco hombres,
todos domiciliados en la provincia de Santa Fe, fueron detenidos por personal
de la Patrulla Rural por violar las normas prescriptas en el Código de
Convivencia Ciudadana. Más precisamente, se trata de cazadores furtivos que
fueron sorprendidos en distintos procedimientos realizados en campos de Villa
Nueva y La Laguna, donde practicaban la actividad valiéndose de canes de raza
galgo.
El matutino villamariense señaló en esa noticia que ninguno de los involucrados tenía en su poder la autorización correspondiente y, además de ser trasladados a las respectivas sedes policiales, los agentes secuestraron la camioneta en la que se movilizaban.
El hecho devolvió a la escena pública un fenómeno que cada invierno se profundiza en los campos de toda la provincia, incluida nuestra región. Ahora con perros de raza galgo -que ya no pueden ser utilizados para las carreras que han sido prohibidas por ley-, y también casi siempre con armamento y logística adecuadas, son muchos los cazadores furtivos que se lanzan durante la noche para atacar la fauna sin tener ningún reparo por la conservación de las especies ni por los ecosistemas y, mucho menos, para cumplir con las normas vigentes.
La caza ilegal es un fenómeno que data desde hace muchísimo tiempo. Cada tanto, un procedimiento como el comentado vuelve a sacar a la luz una problemática cuya vigencia es tan vasta como preocupante. Para peor, los cazadores que cometen delitos por no encuadrarse en las disposiciones que regulan la actividad arrastran hacia el fango y destrozan la imagen de la caza como deporte. Con ello, conspiran contra verdaderos deportistas que disfrutan de la actividad porque conjugan el espíritu de la vida al aire libre con la preservación de la fauna y el respeto a las normas. No hace falta señalar que los buenos cazadores observan con estupor cómo algunos irresponsables generan una imagen lamentable, que no se condice con los sanos principios que encierran sus fundamentos.
Para peor, colocan en posición defensiva y hasta de rivalidad y animosidad a los productores agropecuarios, pues la caza furtiva no respeta límites ni repara en la necesidad de solicitar la autorización para ingresar a terrenos que son propiedad privada. Al mismo tiempo, se amenaza ciertamente la existencia de animales domésticos, de las reses que integran rodeos lecheros o ganaderos y hasta de las propias familias que viven en el ámbito rural.
La actividad de la patrulla rural y de los cuerpos de guardafaunas no alcanza, a veces, para combatir la acción de los cazadores inescrupulosos. Se hace un gran esfuerzo pero no siempre se logran resultados positivos. Por ello, aun cuando es lógico el reclamo para que el Estado profundice la vigilancia y el control de la caza ilegal, se requiere también del compromiso ciudadano para denunciar las conductas reñidas con la ley que atentan contra la fauna regional.
Porque la caza ilegal no es un deporte. Es un flagelo. La sana actividad cinegética que respeta el ambiente y cumple con las normas no puede verse afectada por grupos de personas que se dicen cazadores, pero que en realidad son depredadores.