Sociedad
La capilla que iba a ser escuela: hogar y corazón de San Cayetano
Hace 45 años, se celebró la primera misa. Los vecinos construyeron más que un templo, sino un espacio de comunidad. Y siguen trabajando a pulmón y con mucha fe para sostenerla. Afirman que el fuerte sentido de pertenencia “mantuvo viva la capilla siempre”.
Mientras algunos pintaban, otros limpiaban las sillas. Las mujeres colocaban plantitas y los hombres hacían los arreglos finales. Así trabajaron, a destajo y en equipo, Margarita Pérez, Ivana Toscano, Cesar Pinto y otros vecinos para recibir el Día de San Cayetano, la festividad más importante n el barrio, que cada 7 de agosto convoca a los fieles para pedirle, y también agradecerle, al patrono del pan y del trabajo.
En 2024, San Cayetano celebra 45 años de la primera misa en el barrio que luego dio origen a una capilla que se sostiene por el trabajo voluntario de sus vecinos que no bajan los brazos y tomaron la posta de los que ya no están y que tanto dieron por ese rinconcito en el noreste de la ciudad.
En un terreno bajo un tinglado de chapa, en el corazón de barrio San Cayetano -por entonces, barrio Norte-, se había oficiado la primera ceremonia religiosa. Después, se trasladaron al edificio, propio: la capilla de San Cayetano, a pocos metros.
Un grupo de vecinos se unieron y realizan actividades como la catequesis y diariamente, tareas de mantenimiento en el edificio religioso, muchas veces, para reparar el daño que causa el vandalismo, porque nadie se salva de la inseguridad, ni siquiera los templos sagrados de la religión católica. Los fieles confiesan que “duele” cada vez que la capilla es vandalizada o blanco de un robo, porque la consideran como su casa.
Actualmente, ante la falta de sacerdote, ya no se ofician misas con frecuencia, algo que anhelan los del barrio.
Paso a paso
Muchos vecinos vieron nacer la capilla. Ivana Toscano es de las más jóvenes entre los colaboradores. Hace tres años se sumó al grupo. “Son mis vecinos. El grupo es muy lindo porque somos muy unidos. Antes nos juntábamos una vez a la semana para cocinar, tomar mates, coser. Entre todos colaboramos con la capilla”, contó a LA VOZ DE SAN JUSTO.
Por su parte, Graciela Toledo y José Navarro son de aquellos primeros tiempos de la capilla. “Estamos acompañando desde que se hizo el primer salón. Todo era difícil porque todo se hacía a pulmón”, recordaron.
Margarita Pérez es catequista y lleva 20 años en la capilla. Cesar Pinto es una suerte de encargado del edificio y junto a su esposa, ya fallecida, eran ministros.
La primera construcción fue una pequeña salita que es la que hoy está al costado izquierdo de la capilla de calle Tomasa Sosa al 1700. Allí, aún está el altar con la imagen de San Cayetano, una cocina y dos tablones donde se dictan catequesis y la confirmación a más de 80 chicos. Después, se agregó el salón principal que tiene un altar, bancos y lo necesario para una capilla modesta pero donde se respira paz y amor al prójimo.
“Lo primero que queríamos hacer era una escuela. Mucha gente se estaba mudando al barrio y era peligroso que los chicos cruzaran la ruta para ir a estudiar”, comentó José. Tras una serie de reuniones y juntar fondos a través de la organización de campeonatos de fútbol y bochas, monseñor Herrera se enteró de la cruzada y les pidió hacer una reunión. “Él nos dijo que no construyamos una escuela porque era muy complicado. Nos dijo que hagamos la capilla que la escuela llegaría”, siguió. Y así fue. “La primera misa fue bajo un tinglado de chapa en las calles Guatemala y Tomasa Sosa. La oficiaba el padre Alcides Renis, pero por ruidos, teníamos que mudarla”, narró César.
Dos albañiles y peones. Todos vecinos del barrio que trabajaban sábados y domingos, cuando había un tiempo libre, para que la capilla sea una realidad. Luego de su fundación y ser nombrada Capilla San Cayetano, el barrio adquirió su nombre. “Las primeras misas era muy lindas, sencillas, pero lindas”, dijo Graciela.
El legado de Claudia y José
Hay dos personas que dieron mucho por la capilla pero lamentablemente fallecieron. Se trata de José Olmos y Claudia Pinto. El primero, fue uno de los pilares fundamentales de la obra. Le dedicó más de 30 años a la noble y voluntaria tarea del mantenimiento del templo, manteniendo encendida la llama de su cuidado.
Hace un mes, Olmos falleció, dejando un legado en sus vecinos. “Él tenía una enfermedad y no podía venir más a la capilla, entonces decidimos en grupo seguir sosteniéndola porque se venía abajo”, confió Margarita.
Otra colaboradora incansable fue Claudia Pinto, la recodada y querida docente quien se desempeñaba como supervisora técnica de los niveles inicial y primario en San Francisco y fue directora del Colegio Fasta Jesús de la Misericordia. El coronavirus se llevó su vida, pero su espíritu solidario y sentido de comunidad siguen viviendo entre sus vecinos.
Sin dudas, ella fue otro pilar de la capilla. “Nosotros nos mudamos en el año 1990 al barrio y siempre estuvimos dedicados a la oración. Ella fue la que me motivó a ayudar y acompañar”, manifestó su esposo, César. Tal fue el apoyo de los Pinto que los copones que están en el ingreso eran para el patio de su casa, pero los donaron a la capilla. Y las espigas, son una obra de César.
“Claudia era la encargada de organizar todo, de armar los guiones, de dar las tareas. Cuando ella falleció, fue muy difícil ocuparnos de todo pero ella fue la que me enseñó a armar todo lo necesario. Claudia siempre me decía que no hay que tener miedo si uno hace algo del corazón”, expresó Margarita.
La impotencia y la indagación invaden a estos vecinos cada vez que algo daña a la capilla. “Es muy doloroso cuando nos roban porque cuesta reponer lo que se llevan. Desde canillas hasta el cáliz; quisieron robar el tanque de agua y otras cosas”, reconoció.
“El amor de los vecinos es lo que mantuvo viva la capilla siempre”, concluyó José.