Análisis
La Argentina, en otra liga
La experiencia de las últimas dos décadas permite inferir que el país juega en una liga en la que los argentinos “no ligamos”, pues sobran “terremotos” fútiles y evitables, miserias desparramadas, corrupción, oportunidades perdidas y sentido común desperdiciado.
Algunos sucesos políticos acaecidos en el país durante las últimas semanas dan cuenta de la histeria que sacude la vida de los argentinos. Lo hace desde hace varias décadas. En especial, en las de este siglo XXI. Vivir en ascuas es una costumbre que se ha enraizado. Los argentinos, habituados a los sobresaltos, hemos desarrollado una especie de anestesia que nos permite sobrellevar la madeja intrincada de desatinos, gritos, malas praxis políticas, operaciones y escándalos difíciles de procesar y comprender.
En una suerte de telenovela por capítulos se convirtió la salida del gobierno del anterior jefe de gabinete de ministros de la Nación. Mientras se ventilaban en los medios de comunicación posibles nuevos turbios manejos en el siempre oscuro y sospechoso ámbito de los espías de este país, la discusión pasaba por si el presidente de la Nación saludaba a su antiguo amigo, devenido en funcionario primero y caído en desgracia luego, a la salida del Tedeum o si otros ministros exhibían actitudes de destrato hacia él. Finalmente, ocurrió lo que venía anticipándose: Nicolás Posse renunció, aunque las especulaciones sobre los motivos reales de su dimisión se perderán en las múltiples enlodadas nebulosas de la vida política nacional.
De inmediato, mientras aparecían pruebas de los manejos extorsivos y corruptos de determinados dirigentes de organizaciones que se auto denominan “sociales”, se denunciaba la existencia de cientos de toneladas de alimentos a punto de vencer, amarrocados por el Estado y arrumbados en galpones. La discusión mediática y política combinó acusaciones y desmentidas en un mar de opiniones mezcladas con acusaciones que, intentaban justificar actitudes en lugar de buscar algo de claridad. La primera explicación oficial, brindada por el vocero presidencial, tenía algo de lógica: se trataba de mercadería que el Estado guarda en previsión de alguna catástrofe, como un terremoto, por ejemplo, que pueda producirse en nuestro territorio.
Pero duró poco la verosimilitud de esta afirmación. El terremoto sobrevino. Primero con decisiones judiciales tomadas con presteza por algún magistrado que no siempre actúa con esta premura, con la renuncia obligada de funcionarios del área social del gobierno nacional por su impericia a la hora de administrar los recursos del Estado y la decisión de distribuir aquellos alimentos a pocos días de haber negado enfáticamente que así se haría.
Estos vendavales se daban en medio de la discusión de una ley fundamental en el Senado de la Nación y de bizarras situaciones en las que se anunciaba por las redes que se había logrado el dictamen en comisiones, sin antes advertir que faltaba alguna firma para ello. Recién al día siguiente pudo confirmarse lo del dictamen porque quien faltaba suscribirlo había partido raudamente la noche anterior a presenciar un partido de fútbol.
Mientras tanto, el presidente de la Nación se encargó durante la semana de enseñar capitalismo en la Universidad de Stanford, sin reparar quizás que de esta prestigiosa casa de altos estudios egresaron tres ex presidentes de los Estados Unidos, veintiséis premios Nobel y miles de empresarios y CEOS de las más grandes firmas del mundo entero, incluyendo las de la floreciente industria del conocimiento. Convencido de que es “el máximo exponente de la libertad a nivel mundial” y persuadido, como él mismo lo ha señalado, de que genera un terremoto donde va, sostiene que “juega en otra liga”.
En verdad, la experiencia de las últimas dos décadas permite inferir que la Argentina juega, también, en otra liga. Una liga en la que los argentinos “no ligamos”, pues sobran “terremotos” fútiles y evitables, miserias desparramadas, corrupción, oportunidades perdidas y sentido común desperdiciado.