Análisis
La Argentina elige a su futuro presidente
El balotaje de hoy determinará el camino para los próximos años. Un rumbo que tendrá que despejar la angustia y la incertidumbre que carcome la esperanza de vivir en un país normal.
En julio pasado falleció Marc Augé, un antropólogo francés autor de varias obras emblemáticas del pensamiento moderno. Uno de estos trabajos se titula “Los nuevos miedos”. Allí, Augé afirma que “la historia del mundo contemporáneo nos enfrenta a una verdadera madeja de miedo. Esa madeja es la que tenemos que tratar de desenredar a fin de poder analizar las causas, las consecuencias y las posibles continuaciones del malestar generalizado que parece haberse apoderado de las sociedades humanas”.
La cita, creemos, resulta pertinente para graficar la experiencia que hoy vive la ciudadanía frente al balotaje en el que se decidirá quién será el próximo presidente de la Nación. Millones de argentinos experimentan lo que un ex senador de la Nación calificó como “asamblea de neuronas”. Es decir, cavilan, procuran reflexionar, meditan, hacen examen de conciencia buscando desembrollar el panorama enmarañado, para muchos atemorizante, que surge de un presente confuso que no ha podido ser disipado por las fuerzas que hoy compiten por el poder. Esto es, el balotaje se llevará a cabo en medio de similares incertidumbres a las vividas en las anteriores instancias electorales.
Con esta segunda vuelta electoral finaliza el agitado período de rondas comiciales. Un calendario atiborrado de domingos de urnas, decidido por gobernantes y dirigentes políticos que anteponen sus intereses y sus ambiciones de poder a las reales y urgentes necesidades del pueblo. No obstante, cada ocasión de votar merece ser celebrada. Aunque sea en este contexto incierto. Aunque la Argentina haya llegado a un punto de inflexión. Aunque el debate interno y personal de millones de ciudadanos no encuentre conclusiones definitivas. Aunque las dudas persistan, lo mismo que el temor a que se desmadre el ya torrentoso cauce por el que discurre la realidad.
¿Comenzarán a tejerse estrategias y diseñarse tácticas para enfrentar las consecuencias de una economía en picada, con una pobreza indignante y un deterioro cultural que abruma? Por el momento, este interrogante mantiene su condición de retórico. Así, quizás como nunca en las últimas cuatro décadas, la mirada estará puesta en quien resulte hoy vencedor. Porque deberá liderar los procesos para encontrar una respuesta concreta. Y, para ello, tendrá que demostrar una inmensa capacidad de gestión, virtud que la observación desapasionada no permite todavía descubrir en los contendientes.
Aquella “asamblea neuronal” que atraviesa gran parte de la sociedad es, pese a todo, un signo de sensatez. “A muchos ese voto, aun en el caso de que todavía no esté decidido, nos tiembla en la mano desde ahora”, escribió el periodista Héctor Guyot en La Nación. No obstante, oscilando, como afirman los analistas políticos, entre el enojo y el miedo, aquel temblor es un signo de conducta cívica. De responsabilidad ciudadana. Y es plausible que así sea, más allá de todos los temores y de la situación que se ha generado en los últimos días, producto de campañas agresivas que solo han detentado la “virtud” de agregar tensión a esta crucial instancia electoral.
Por ello, haciendo ponderaciones prudentes, manteniendo las dudas y sin expresar los entusiasmos de otras etapas históricas, el balotaje de hoy se convierte en un hecho central que determinará el camino para los próximos años. Un rumbo que necesariamente tendrá que despejar la angustia y librar a la gente de la incertidumbre que carcome la esperanza de vivir en un país normal.