Análisis
Incertidumbre y dilemas en la economía diaria
Nos hemos convertido todos en equilibristas que, sin red de contención ni política ni social, caminamos por una delgada línea que bordea el precipicio.
La degradación constante que la Argentina ha venido padeciendo en las últimas décadas arroja consecuencias nefastas para la población. Se pueden constatar con una observación simple, pero detenida de los avatares cotidianos. Ocurren en todos los ámbitos de la vida, aunque adquieren mayor visibilidad quizás en las cuestiones vinculadas con la economía. Porque allí se siguen sumando interrogantes acerca de lo que vendrá y, en el mientras tanto, surgen dilemas difíciles de resolver.
La inestabilidad de las condiciones en las que se desenvuelven las actividades productivas y de servicios son el motivo de numerosas vicisitudes que complican el presente y no permiten abrigar esperanzas de algún optimismo –aunque sea moderado- en cuanto a las perspectivas para los próximos meses. La inflación indetenible, el delirio del mercado de cambios, la falta de divisas, la emisión descontrolada, la debacle de nuestra moneda y tantos otros problemas se suman a los desaguisados políticos y la desmesura de sus protagonistas en épocas preelectorales, para generar una realidad desconcertante para quien pretenda mantener en funcionamiento cualquier emprendimiento.
En este punto, la dinámica cotidiana del comercio vive horas muy agitadas. No hay rubro que escape a esta situación. Todo sucede a una velocidad inusitada y la necesidad de tomar decisiones agiganta la incertidumbre, ante la sensación de que, cualquiera sea el camino elegido, habrá derivaciones imprevistas y el resultado no satisfará las expectativas en la mayoría de los casos.
El abastecimiento de productos ha dejado hace tiempo de ser normal. La mercadería llega a cuentagotas. O directamente no lo hace. Si la materia prima es importada, el suplicio se agiganta y crecen las sospechas de la existencia de “cajas” opacas en las que debe dejarse alguna contribución para que se libere lo adquirido en el exterior. Las listas de precios tienen cortísima vida útil. A todas estas limitaciones evidentes se suma el dilema de no saber si el precio al que se vende permitirá reponer las existencias sin perder en el intento, lo que determina, en muchos casos, la decisión de dejar de vender hasta que el panorama se aclare. El problema es que el horizonte sigue mostrando densos nubarrones.
Así, la tradicional y necesaria relación entre vendedor y cliente se resiente más de la cuenta. La necesidad de fidelizar al comprador encuentra un obstáculo durísimo que coloca a la actividad prácticamente en un callejón sin salida. La confesión abrumada de personas que hace mucho tiempo desarrollan actividades comerciales se transforma en un signo de época: se hace muy complicado, si no imposible, programar, planificar e invertir en contextos en los que no hay precios de referencia ni tampoco garantías de que la estabilidad pueda alcanzarse en breve.
Algo similar sufren los consumidores. Suman muchos ceros hoy, pero los pesos siguen siendo pocos frente al creciente costo de vida. Flacos bolsillos obligan a malabares inevitables e inefables. Las billeteras no cierran debido a la cantidad de billetes que albergan, pero su valor es cada día menor. Desprenderse de ellos se transforma casi en una obsesión.
Es verdad que hay una “gimnasia” de años que permite enfrentar los sucesos que devienen de las olas inflacionarias que han sacudido y degradado al país. Nos hemos convertido todos en equilibristas que, sin red de contención ni política ni social, caminamos por una delgada línea que bordea el precipicio. Y en ese contexto aparecen dilemas importantes que deben ser resueltos. El límite, si no ha llegado, está muy cerca. El desbarranco es una posibilidad cierta en esta realidad abrumadora.