Análisis
Hipocresía y cinismo: derrumbe moral
La magnitud de la hipocresía excede largamente la figura de quien hoy parece ser quien lleva el estandarte.
En medio de las investigaciones judiciales que develaron posibles hechos de corrupción a través de una especie de “cadena de favores” a amigos personales en la contratación de los seguros por parte de numerosos organismos del Estado durante la anterior administración nacional, las denuncias de la ex primera dama contra el ex presidente Alberto Fernández por agresiones físicas y psicológicas están abriendo definitivamente las puertas para dejar al descubierto la vacuidad ética de buena parte de los integrantes de la clase política.
Hipocresía y cinismo asoman en toda su dimensión. Son conductas que, perseverantes durante mucho tiempo, contribuyeron en grado sumo a la decadencia de nuestro país. Son signos visibles de la triste realidad en la que se ha caído. Que destruyó la confianza en los gobernantes. Elementos que están en la raíz del derrumbe y la degradación moral.
Hace más de un siglo, José Ingenieros describió como pocos al hipócrita. Ninguna fe lo impulsa, esquiva la responsabilidad de sus acciones, es audaz en la traición y tímido en la lealtad. “Creyéndose solo, expone los principios de su casuística perversa; hay acciones prohibidas por el cielo, pero es fácil arreglar con él estas contabilidades; según convenga pueden aflojarse las ligaduras de la conciencia, rectificando la maldad de los actos con la pureza de las doctrinas. Las mejores máximas teóricas pueden convertirse en acciones abominables; cuanto más se pudre la moral práctica, tanto mayor es el esfuerzo por rejuvenecerla con harapos de dogmatismo”.
La magnitud de la hipocresía excede largamente la figura de quien hoy parece ser quien lleva el estandarte: el acusado ex presidente de la Nación. Las reacciones, plenas de simulaciones, que se siguen produciendo en el marco del escándalo desatado “retratan una cultura enemiga de la transparencia, en la que el peor pecado no es violar la ley, sino ser descubierto, puesto que “todo remite a lo mismo: un discurso “para la gilada” y un decorado ideológico que encubre negocios y conductas inconfesables”, describió el columnista Luciano Román en La Nación.
En la misma dirección, en todos los ámbitos, pero especialmente en la política, el cinismo es pariente cercano de la hipocresía. Para tomar nota de ello, basta leer o escuchar las voces que se expresan sobre las agresiones a la ex primera dama o recordar las enormes diferencias que se evidencian, todavía hoy, entre los hechos y el relato que intenta explicarlos. La a ambición personal o corporativa, la mentira consuetudinaria, la capacidad de fingir, el egocentrismo y la búsqueda de rédito inmediato prevalecen sobre cualquier escrúpulo, ahondando el vacío moral.
Afirma Ingenieros: “La hipocresía es el arte de amordazar la dignidad”. El cinismo contribuye a ello. En medio de la indignidad, se acrecientan los síntomas de un derrumbe moral encarnado en Tartufos que, Discépolo mediante, son responsables del merengue en el que vivimos revolcados y el lodo en el que estamos manoseados.