Análisis
Hacia otro punto de inflexión
Mientras los discursos polémicos del presidente Javier Milei siguen marcando las agendas de debate en el país, 2025 será un momento clave para la verdadera discusión política, que tiene como siempre en Argentina, el eje en las decisiones económicas que toma el gobierno nacional.
Por Fernando Quaglia | LVSJ
El vertiginoso ascenso de los libertarios al poder marcó el primer punto de inflexión en la política argentina de las últimas décadas. Aprovechando la crisis de las fuerzas tradicionales, que no supieron pronosticar el temporal que se avecinaba y tampoco lograron –hasta ahora- superar su estado de desconcierto, fragmentación y lucha de egos, Milei delineó un camino de reformas, algunas inéditas, centradas, en su mayoría, en los procesos de estabilización y desregulación de la economía.
La paciencia de una opinión pública hastiada de discursos vacíos, corrupción y demagogia le permitió sortear dificultades y salir airoso en varias contiendas. Sus modos controvertidos y disruptivos no fueron obstáculo para tejer acuerdos en el Congreso que le permitieron consolidar el doloroso pero necesario ajuste de las cuentas públicas y mantener iniciativa política. En este camino, el gobierno remarcó los errores evidentes de gobiernos anteriores, se aseguró apoyos en el Congreso pese a tener una ínfima representación propia, sedujo o directamente cooptó a dirigentes de fuerzas dialoguistas y disciplinó o expulsó a los propios que, de acuerdo a la mirada del trío que ejerce el poder, intentaban vuelo propio. En estas cuestiones, las disrupciones fueron y son de forma. En el fondo, el juego tradicional de la política sigue marcando la cancha.
Quizás advertidos de esta realidad, conocedores del fastidio presidencial sobre los temas ajenos a lo estrictamente económico y sabiendo que es todavía favorable el panorama para las elecciones legislativas de este año, los estrategas libertarios llegaron a la conclusión de que debían saltar líneas para quebrar la dinámica habitual también en el terreno de las ideas. Así surgió el discurso del presidente en Davos, el puntapié inicial de la "batalla cultural", una estrategia paradójicamente inspirada en el pensamiento neomarxista de Antonio Gramsci. Otro giro de tuerca en la lógica disruptiva que generó reacciones inesperadas.
Por ejemplo, Elisa Carrió y Cristina Fernández de Kirchner, tras años de enfrentamiento, encontraron coincidencias en sus críticas al gobierno. El tono algo ramplón al que recurrió la ex presidenta de la Nación y la postura más institucional del mensaje de la líder de la Coalición Cívica no fueron óbice para encontrar puntos en común en los cuestionamientos que ambas le expresaron al gobierno. Además, diversos sectores sociales despertaron de su letargo y convocaron a una marcha para hoy, que bien podría convertirse en el primer test para medir fuerzas y apoyos populares de cara a los comicios legislativos.
La clave radica en qué nivel de adhesión logrará esa movilización. Porque una cosa significaría que solo convoque a las minorías y colectivos que se ubican decididamente en el campo ideológico contrario. Pero las derivaciones serían más inciertas si de la marcha participan activamente sectores sociales, potenciales votantes de la Libertad Avanza en octubre próximo, que respaldan el saneamiento de la economía, pero que no adhieren a la narrativa ideológica expuesta en el Foro de Davos.
En este marco, la política argentina avanza hacia otro punto de inflexión. Las elecciones de medio término marcarán el desenlace un sinuoso camino al que el excesivo optimismo de los “ghostwriter” del gobierno ha añadido curvas y obstáculos al ubicar entre las prioridades la discusión de temáticas propias de lo que se denomina batalla cultural.
En 1992, en Little Rock, la pequeña ciudad capital del Estado de Arkansas, se instaló el primer comité de campaña que promovía la candidatura de Bill Clinton a la presidencia de los Estados Unidos. En una de sus paredes se colgaron frases que debían ser los ejes del discurso proselitista. Una destacaba sobre las demás. Y aún hoy resuena como una advertencia para un país que se acerca a otro punto de inflexion: "¡La economía, estúpido!".