Análisis
Endeudarse para comer o sanar
Parece que el voto popular se puede alcanzar con dádivas y subsidios que no son otra cosa que recetas facilistas, muy alejadas de la cotidiana realidad de miles de familias argentinas.
Un exhaustivo informe de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) da cuenta de que más de la mitad de los hogares argentinos debe endeudarse para mantener sus consumos cotidianos. En promedio, el 64% de las familias destinaron el financiamiento obtenido a la compra de comida y medicamentos.
De acuerdo al trabajo sobre endeudamientos, géneros y cuidados en la Argentina, las deudas de los hogares se contraen con numerosas fuentes de financiamiento informal, lo que –sin dudas- agrega riesgos evidentes a la posibilidad de saldarlas en tiempo y forma. Esta circunstancia determina la generación de un círculo vicioso en el que las personas que son sostén de hogar no encuentran caminos para salir de una situación que, en algunos casos, se vuelve dramática.
Lo revelado por el estudio de la Cepal refleja dos aristas preocupantes. Por un lado, el progresivo empobrecimiento de vastos sectores de la sociedad argentina que, pese a tener trabajo registrado e ingresos en blanco, no alcanza a cubrir las necesidades básicas. Por el otro, la inexistencia de soluciones de parte del Estado que no controla las variables macroeconómicas y deja a la deriva a miles de compatriotas que no encuentran financiamiento en el sistema financiero y deben recurrir a otras fuentes, con las lógicas derivaciones negativas que son fruto de exorbitantes tasas de interés, entre otros aspectos.
Lo más grave, sin dudas, es que el endeudamiento se produce para obtener productos básicos para la vida. Endeudarse para comer y para sanar es una circunstancia que aflige y abruma. Apelar a maniobras de este tipo para sostener los consumos cotidianos es un signo de la gravedad que vive más de la mitad de los hogares en este tiempo tan difícil, marcado por la disminución drástica del nivel de vida de amplios sectores sociales, antes considerados como clase media.
Son miles las familias de esta franja activa y primordial de nuestra sociedad las que experimentan un franco deterioro. El vehículo, el techo propio y la posibilidad de estudios superiores de los hijos eran aspiraciones que se podían concretar con esfuerzo, trabajo y dedicación en la Argentina. Hoy suenan a utopías para quienes no se resignan a un futuro mejor. La desazón, la desesperanza y el dolor por ver partir a los hijos se suman a las aflicciones que a diario deben padecer para acceder a cuestiones esenciales como el alimento o la preservación de la salud.
Al mismo tiempo, quienes hoy deben endeudarse para comer o comprar un medicamento observan con algo de estupor la actitud de los dirigentes que pretenden ser elegidos para gobernar. Hay malestar contenido. Se hace presente la angustia frente al evidente menosprecio de la inteligencia de la gente. Porque parece que el voto popular se puede alcanzar con dádivas y subsidios que no son otra cosa que recetas facilistas, propias de razonamientos que lejos, muy lejos, están de la cotidiana realidad de miles de familias argentinas.