Análisis
El riesgo de perder lo poco que queda
Lo ocurrido en los días previos mostraba señales de que la explosión era posible. Por la intransigencia de funcionarios gubernamentales que contradecían incluso a sus propios negociadores y por los juegos “rosqueros” y mezquinos de quienes siempre buscan la mejor tajada.
La caída del megaproyecto de ley enviado por el Ejecutivo al Parlamento es una más de las situaciones papelonescas a la que nos ha acostumbrado la vida política argentina. Salvo meritorias excepciones, en medio del tembladeral social y económico, gobernantes en especial (encabezados por el presidente de la Nación) y opositores de todas las layas existentes se lanzaron a un peligroso juego de confrontación que no hace más que agravar el drama que se vive.
Lo ocurrido en los días previos mostraba señales de que la explosión era posible. Por la intransigencia de funcionarios gubernamentales que contradecían incluso a sus propios negociadores y por los juegos “rosqueros” y mezquinos de quienes siempre buscan la mejor tajada. También por las ansias de refundación que pretendía exhibir el proyecto de ley, elogiadas y vapuleadas de igual modo, con consignas de tono paroxístico, según fuera el cristal con el que se interpreta la realidad. Además, por la ingenuidad escondida detrás de una soberbia mal entendida, propia de improvisadores que pretendieron imponer su aspiración sin tener la fuerza de los números y por la viveza de algunos que esperaron el momento justo para “cantar truco”, conocedores de que tenían las cartas para ganar.
Lo cierto es que, a casi dos meses de la asunción del nuevo gobierno, el país continúa con las mismas dosis de incertidumbre y angustia que hace tiempo. Similares a las que se vivieron el año pasado y fueron objeto de numerosas advertencias, tanto en la prensa como en declaraciones que instaban a que el sentido común se instale en la discusión política. Vale la pena, creemos, recordar algunas de estas señales de alerta que se emitieron.
En abril del año pasado, la Conferencia Episcopal rogó a “quienes poseen mayores responsabilidades que tengan la grandeza de pensar en el sufrimiento de muchos. La gente necesita recibir propuestas concretas y realistas más que soluciones tan seductoras como inconsistentes. También espera que se sienten a escucharse y a discutir con respeto hasta encontrar puntos en común”. En agosto, durante el último desgastante proceso electoral, los líderes de las principales religiones del país firmaron un documento en el que denunciaron “la falta alarmante de diálogo entre las diferentes corrientes políticas y de éstas con la sociedad”. Y sostuvieron que “no hay país posible sin diálogo” y “tampoco hay diálogo con insultos, gritos y descalificaciones del que piensa distinto”. En esta columna, han sido numerosas las ocasiones en los últimos meses en las que se reclamó el cambio de procederes en la discusión política.
Sin embargo, llegamos a este punto en el que el propio presidente de la Nación despliega todo su agresivo histrionismo verbal para señalar a los traidores, incluso dentro de su misma fuerza política; opositores dialoguistas procuran aparecer como los buenos de la película, aunque hayan saboteado por detrás algunas disposiciones del fallido texto. Mientras, los que gobernaron antes y son también responsables del drama actual en el país, guardan silencio detrás de su complacencia por este nuevo fracaso y unos muy pocos exaltados se convocan en las plazas, adjudicándose una representación popular que no tienen y celebran como propio un “triunfo” que no existe. Que es una estrepitosa derrota de la política nacional. Otra más.
El mismo día en el que la ley ómnibus volvió al taller, fallecía en un accidente el ex presidente de Chile, Sebastián Piñera. Ubicado en las antípodas ideológicas y protagonista de numerosas discusiones –incluso de elevado tono- con el fallecido ex mandatario, su sucesor, Gabriel Boric, lo despidió con un sentido mensaje. Destacó que Piñera “fue un demócrata de la primera hora y buscó genuinamente lo que él creía que era lo mejor para el país” e hizo propia una frase de su rival político: “Chile somos todos y debemos soñarlo, dibujarlo y construirlo entre todos”. Los problemas del vecino país quizás sean igual de complicados que los nuestros. Pero la actitud de su presidente frente a la muerte de su principal rival político y contrincante ideológico deja al descubierto la necedad y la mezquindad de las actitudes y proclamas que se vierten a diario en este lado de la cordillera.
También la Argentina somos todos. Pero difícil resulta hoy soñarla, dibujarla y construirla entre todos. Porque, tomando los versos de Víctor Heredia, el informe de situación describe, “entre los males y los desmanes”, que la gente ya no sabe qué hacer ni tiene con quién y “duda en empezar la tarea dura de cosechar”. Así, “lo poco que queda se va a perder si no ponemos fe y celeridad”.