El primer Káiser
El húngaro György Orth fue uno de los mejores jugadores de fútbol en la era premundiales. Una lesión le hizo cambiar los botines por el buzo. Fue un trotamundos, un defensor del fútbol bien jugado y de la máxima exigencia del "encerar-pulir" en los entrenamientos como único medio de dominar la técnica. Hizo escuela de disciplina en Sudamérica, donde encontró su segunda nacionalidad y fue conocido como Jorge.
Por Manuel Montali | LVSJ
Se llamaba György Orth. En Sudamérica, fue Jorge. Había nacido un 30 de abril de 1901 en Hungría y empezó a jugar al fútbol para el Vasas Budapest siendo un adolescente. Pasó luego por el Pisa Calcio de Italia y regresó a su país natal, para vestir desde 1916 los colores del MTK Budapest.
No había cumplido veinte años y ya era el dueño de las redes de la liga húngara. Fue destacado como el mejor jugador en 1918 y como mayor goleador durante tres temporadas consecutivas, de 1919 a 1922, marcando 28, 21 y 26 goles. Para muchos, era el mejor jugador de Europa en esa época antediluviana (o premundiales), pero tuvo una lesión a mediados de la década del veinte de la que nunca terminó de recuperarse. En su selección, jugó 30 partidos desde 1919 a 1927, anotando 13 tantos.
Siguió su derrotero como jugador por distintos clubes húngaros y de Austria, Italia, Francia y Alemania. En este último país se formó además en Educación Física, lo que le abrió las puertas de la dirección técnica.
Así, como no pudo llegar con los botines puestos al primer Mundial, en el lejano oriente del Uruguay, en 1930, se puso el buzo. Su primera experiencia fue al frente de la selección de Chile, en el Mundial de 1930. Suena curioso, no se recuerdan del todo los pormenores de este nombramiento, pero no fue el único salto de charco de europeos orientales hacia este lado del mundo. Asimismo, la selección trasandina ya había jugado en Europa, en los Juegos Olímpicos de 1928, ocasión en que la había dirigido el inglés Frank Powell (contratado en la escala que hizo el bote en el Reino Unido, antes de llegar a Ámsterdam), de modo que convocar a uno de los mejores jugadores de la joven historia del fútbol, recién convertido en entrenador, tampoco era tan aventurado.
Orth fue el segundo director técnico más joven, detrás del argentino Juan José Tramutola. La futura Roja (antes había vestido incluso de celeste) hizo un buen torneo pero quedó eliminada justamente como segunda de su grupo, luego de perder con Argentina.
György siguió siendo un trotamundos y durante la década del treinta estuvo al mando de clubes húngaros, italianos, alemanes y franceses. En los '40 volvió a Sudamérica. Acá en nuestro país dirigió a San Lorenzo y Rosario Central.
Luego, por recomendación de un argentino, un tal Baldomero, pegó otro de sus grandes saltos, uno de los más recordados, ya que fue a México, donde dirigió a la selección en una oportunidad y también al Chivas de Guadalajara, un club modesto que tenía sueños de gloria, y que con él empezó a hacerlos realidad.
Lo primero que hizo en Guadalajara fue una limpieza de plantel, cargándose a algunos de los preferidos del público y la dirigencia. Los motivos: indisciplina. Húngaro duro, formado en Alemania, no sabemos si llegaría al extremo de vetar jugadores por usar pelo largo, pero sí que no aceptaba flojos o fiesteros: sus entrenamientos eran de máxima exigencia, bien de la escuela de "encerar-pulir": pedagogía infalible para dominar la técnica (como luego enseñaría el señor Miyagi). Ya había innovado mucho antes con concentrar a los jugadores y entrenar a puertas cerradas.
Hoy es un lugar común hablar de Marcelo Bielsa como sinónimo de paladar negro, como abanderado de la recuperación del fútbol ofensivo y vistoso. Antes, la grieta fue entre menottistas y bilardistas. Hoy podría ser entre las escuelas de Pep Guardiola y Diego Simeone.
Lo cierto es que, en aquellos años, Orth ya atacaba el humo tribunero para sentenciar: "Se puede jugar al fútbol en dos formas, bien o mal. No hay una tercera alternativa". También enseñaba: "Juega bien al fútbol únicamente quien domina bien la pelota".
Por supuesto, era a su vez un motivador, antes de que existieran las sesiones de videos de niños pobres o enfermos para emocionar futbolistas. A sus jugadores les dijo que confiaran en que iban a ganar su primer campeonato. Y que el día en que el muriera y ellos estuvieran alzando un título, llevaran un listón negro en su memoria.
Su equipo estuvo un tiempo peleando abajo, sin embargo, la máquina Orth empezó a traccionar y llevó al club a pelear los campeonatos hasta el final. Tuvieron que pasar igual algunos años y entrenadores hasta que las Chivas al fin lograran su primer título, pero no tantos como para que los jugadores tuvieran que llevar un listón en homenaje a Jorge. Emocionado por el título, le escribió una carta de felicitación a su colega.
Orth siguió despuntando el vicio un tiempo más, incluyendo la dirección de clubes colombianos y de la selección de Perú, donde estuvo entre 1957 y 1961, cosechó hitos como una goleada 4-1 a Inglaterra (que al día de hoy sigue conmemorándose) y la clasificación a Juegos Olímpicos, pero también se ganó una resistencia generalizada que lo terminó haciendo abandonar el cargo, con lo que la selección peruana cayó en un descalabro del que le costó recuperarse.
"Antes iba cambiando las chicas, ahora lo hago con los países", escribió György alguna vez, advirtiendo que sólo le quedaba cambiar este mundo por el otro, porque de allí ya no se mudaría. Y la muerte encontró con el buzo puesto, dirigiendo al Porto, un 11 de enero de 1962.