Análisis
El periodismo sigue vivo
Un insólito descuido en una aplicación de mensajería puso en jaque a altos funcionarios del gobierno de Donald Trump. Este episodio demuestra que, pese a la creciente censura y los ataques contra la prensa, el periodismo sigue cumpliendo su rol esencial en la era digital.
Por Fernando Quaglia | LVSJ
Enviar un mensaje destinado a una persona a todo un grupo de Whatsapp. Reenviar un audio a la persona equivocada. Compartir una fotografía con personas que no debían ser sus destinatarios. Estas situaciones son habituales cuando el uso de las redes de comunicación no reviste los parámetros de atención necesarios. Sin embargo, estos traspiés cobran inusitada relevancia cuando la información mal difundida en un grupo contiene una simple foto familiar, sino planes de guerra de la principal potencia mundial.
Esto le ocurrió a los principales colaboradores del presidente Donald Trump, que manifestaron su desprecio por Europa y dieron precisiones sobre los operativos militares que su país debió llevar adelante contra los rebeldes hutíes en Yemen en un grupo cerrado de la aplicación de mensajería llamada Signal, en el cual habían incluido -por interés, negligencia, equivocación o desidia- a Jeff Goldberg, prestigioso periodista de The Atlantic antes una revista y hoy una editorial multiplataforma con sede en Washington, DC. Que publica artículos sobre política, asuntos exteriores, negocios y economía, cultura y artes, tecnología y ciencia.
“Esto requerirá algunas explicaciones”. Así comienza la nota en la que el citado periodista relata que fue incluido -de manera desconcertante- a un hilo de conversación en Signal en la que el vicepresidente J.D. Vance, el secretario de Defensa Pete Hegseth y muchos otros expresaban opiniones peyorativas sobre los países europeos -lo que abrió un nuevo conflicto diplomático- y comunicaban horarios y sitios de los bombardeos en la conflictiva zona del Mar Rojo.
En el artículo, Goldberg, un avezado periodista, describió su escepticismo inicial, y recordó que discutió con sus colegas si los mensajes eran “parte de una campaña de desinformación, iniciada por un servicio de inteligencia extranjero o, más probablemente, por una organización de medios de comunicación” que busca avergonzar a los periodistas. Informó que recibió una serie de mensajes en Signal que parecían provenir del vicepresidente, JD Vance; el secretario de Defensa, Pete Hegseth; el secretario de Estado, Marco Rubio; el asesor de seguridad nacional Michael Waltz y otros funcionarios destacados de la Administración Trump. Citó la conversación y The Atlantic publicó capturas de pantalla del hilo de Signal. Pero tomó la decisión de no informar sobre los planes militares reales que podrían dañar la seguridad nacional, publicó su nota luego de que los bombardeos se produjeran y abandonó el grupo después de que personalmente concluyó que era “casi seguro que era real”.
De inmediato, el escándalo político se desató. Como es costumbre, los altos funcionarios intentaron despegarse y no se responsabilizaron por sus descuidos o negligencias. Y adoptaron una postura que se repite en todas las geografías: atacaron con saña al “mensajero”.
¿Por qué se usó un sistema de mensajería similar al que todo el mundo utiliza para discutir asuntos militares y políticos de extrema gravedad? ¿Cómo se añadió a un periodista? ¿Por qué nadie se dio cuenta del error? Al mantener conversaciones delicadas sobre seguridad nacional a través de una aplicación comercial, ¿los participantes podrían haber violado las leyes de confidencialidad que existen en cualquier Estado? ¿Los funcionarios estadounidenses no reparan en la posibilidad de que sus comunicaciones puedan ser interceptadas por países con los que Estados Unidos está enfrentado?
Quizás no haya respuestas. Solo más diatribas contra un periodista y el periodismo en general que hizo su trabajo y no puso en riesgo la seguridad de su país. No obstante, convendría tomar nota de la chapucería de altísimos funcionarios de la primera potencia mundial, semejante a la de improvisados panelistas televisivos o influencers sueltos de boca que, en este tiempo, convocan multitudes, ganan elecciones y se creen con poder para terminar con la libertad de prensa.
Por fortuna, en tiempos en los que se pronostica la extinción de los medios de comunicación tradicionales y se apela a bravuconadas para denigrar a quienes ejercen este noble oficio, el caso expuso con claridad que el verdadero periodismo sigue vivo, pese a todos los ataques que recibe y a los intentos de manipulación y censura que se acrecientan en esta caótica y frenética era digital.