Política
El Muro de Berlín: el “invento” oprobioso de un régimen paranoico
Se cumplen 35 años de la noche en la que el régimen comunista de la ex República Democrática Alemana se vio forzado a abrir sus fronteras por la presión popular. La caída del Muro de Berlín fue el símbolo del fin de una época.
Por Fernando Quaglia | LVSJ
La tarde del 9 de noviembre de 1989, Günter Schabowski, miembro del Politburó y portavoz del Partido de Unidad Socialista (SED, en sus siglas en alemán) de la República Democrática Alemana, enfrentó a los periodistas de todo el mundo para hacer anuncios referidos a la crisis que se vivía en esos días, originada por las masivas oleadas de emigrantes de la Alemania comunista hacia Checoslovaquia.
Debía difundir las nuevas “normativas” más flexibles que el régimen se disponía a implementar para autorizar los viajes de los ciudadanos germanos del este fuera de sus fronteras. Los videos de esa conferencia de prensa muestran a un burócrata algo dubitativo, enredado con papeles y leyendo con alguna dificultad. Tras hacer el anuncio de medidas todavía bastante enmarañadas que permitirían los viajes fuera de las fronteras de la RDA, un periodista italiano primero y luego un corresponsal de una cadena televisiva estadounidense, pretendieron conocer a partir de cuándo se implementarían. Vacilante, Schabowski comprobó el texto y luego contestó: “Por lo que yo sé, esto será de inmediato, sin demora”. Las horas siguientes son recordadas por todos los que las vivieron. Las imágenes son elocuentes y permanecen en la retina: el Muro de Berlín había caído.
El historiador británico Frederick Taylor es el autor de un libro sobre que relata la historia del muro. Su análisis establece que su construcción se debió a que, para los líderes comunistas, era necesario detener el flujo de personas que huían del lado este hacia el lado capitalista. Otro objetivo era prohibir a los “cruzadores de fronteras” que vivían en la economía comunista, pero trabajaban en el lado occidental. Pronto se convirtió en un símbolo contundente de un tiempo convulso. Con su derrumbe, terminaba una era signada por la división y la tensión permanente. Una disputa fría entre dos bloques ideológicos contrapuestos, en la que el valor de la libertad del hombre estuvo siempre en disputa. El comunismo pretendió mostrar su costado más poderoso construyendo la fortificación en agosto de 1961. Los acontecimientos de 1989 ratificaron que el muro fue el símbolo cabal de la debilidad y la paranoia de un sistema de ideas.
La Unión Soviética implosionó. Su derrumbe se llevó puesto a los regímenes títere instalados en los países detrás de la cortina de hierro. Poco tiempo después, Alemania celebró su reunificación. Hace 35 años el derrumbe del sistema comunista liderado desde Moscú debía ser, para muchos, el comienzo de una era de paz y cooperación internacional. El optimismo era desbordante. La amenaza de guerra nuclear se desvanecía. La libertad había ganado una vez más a la opresión. Aquella ilusión parecía tener sólidos cimientos.
Sin embargo, tres décadas y media después, la evocación de la caída del oprobioso muro que durante casi tres décadas dividió a Berlín se da en un contexto en el que aquellas esperanzas se han ido desvaneciendo. La guerra no es una posibilidad. Es una realidad trágica en algunas regiones. Las ambiciones de poder, las conductas irracionales de quienes lo detentan, el odio, la intolerancia, la desinformación, los autoritarismos y varios otros flagelos se ciernen sobre una realidad que dista bastante de aquella que, en teoría, había surgido en aquella noche otoñal en la que la alegría desbordante fue la moneda común.
Admitiendo las dificultades del hoy, la caída del muro es una lección que la humanidad debiera repasar. Para recobrar fuerzas y volver a subir la cuesta que permite la vigencia de los derechos y las libertades. La frase final del libro del citado Frederick Taylor resume esta aspiración. Para una persona que se pare en donde estaba el Muro de Berlín, “nada es más agradable que la percepción de que el mayor peligro que corre al dar unos pocos pasos relajados es el de toparse con un mensajero motorizado demasiado eufórico en lugar de verse partido en dos por la ráfaga de una metralleta. Cuando damos ese paseo y reluce el sol, a veces podemos creer que Hitler nunca existió, que Auschwitz fue sólo el nombre alemán para un ignorado pueblo de Polonia, y que el muro de Berlín no fue más que el invento de alguien con una imaginación enfermiza”.