Análisis
El mismo debate aún no saldado
La quita de subsidios al transporte y su impacto. Con las urgencias que vive la población, ¿puede admitirse el resurgimiento impulsivo, vehemente y con protagonistas con cualidades pendencieras, de estas rencillas que retroceden la línea del tiempo?
Traición, extorsión, rendición, erosión, venganza, tensión, represalia, avasallamiento, castigo. Actitud destituyente, redoblar la apuesta, defensa del federalismo, poner de rodillas, toma y daca. El listado de conceptos y lugares comunes podría continuar. Es extenso el vocabulario “bélico” utilizado para interpretar la complicada trama de la discusión política en el país. Mucho más luego del fracaso de la ley ómnibus en el Congreso y la primera medida adoptada por la Nación luego del insólito episodio: la eliminación de los subsidios al transporte público para las provincias y una reducción mínima para el Área Metropolitana de Buenos Aires.
Este rubro significa, luego de los salarios de los empleados estatales, la mayor erogación que vienen haciendo las provincias desde hace dos décadas, cuando el populismo ganó la escena y comenzó a despilfarrar recursos nacionales, generando situaciones de injusticia evidentes como en este caso. Bajo ningún concepto puede aceptarse que, al menos en materia de transporte público y otros servicios, haya en el país dos clases de ciudadanos: los que gozan de tarifas hoy irrisorias y los que vienen pagando elevados precios por imperio de una política de subsidiariedad que discrimina al interior.
Citando a un gobernador dialoguista, una columna del diario La Nación reafirma la idea: “Lo insólito es que ese castigo de quitar los aportes es total para las provincias, que ya tienen tarifas más altas y que recibían menos subsidios, mientras la reducción es parcial para el Amba (área metropolitana), donde tiene mayor costo para el Estado nacional y el boleto es el más barato del país. Además, se da el agravante de que ahí no va a ganar ningún apoyo más del que ya tiene y va a engordar el capital opositor del kirchnerismo”. Así leída, es una decisión poco inteligente.
En otro sentido, por más empeño que ponga en establecer diferencias entre los gobiernos anteriores y el actual, este tiempo disruptivo en el que ha ingresado la Argentina mantiene vigentes asuntos que remiten, otra vez, a la histórica lucha de unitarios versus federales. Una división que no tiene hoy sentido de ser. Ni de existir. Pero que se reaviva con las acusaciones de traición, las disposiciones que quitan recursos a las provincias y las reacciones que generaron en los gobiernos provinciales.
Así, el presidente de la Nación y varios de sus colaboradores se explayan en las redes sociales con diatribas extemporáneas. Desde el interior algunas réplicas también lo son. Por caso, las expresiones del secretario general del gobierno de Santa Fe, quien amenazó afirmando “no jodan porque sin nuestros puertos no van a tener ni para pagarle a los trolls”. Ambas actitudes tienen reminiscencias de las peleas intestinas que el país sufre desde hace dos siglos. Y que nunca se han resuelto del todo.
Con las urgencias que vive la población, ¿puede admitirse el resurgimiento impulsivo, vehemente y con protagonistas con cualidades pendencieras, de estas rencillas que retroceden la línea del tiempo? Mantener o incrementar este nivel de confrontación para nada ayuda a esclarecer una problemática que existe casi desde el nacimiento de la Patria y que, en definitiva, remite a una lucha, en algunos momentos históricos encarnizada, por los recursos que son propiedad de todos los argentinos.