Día del Amigo
El más cierto en horas inciertas
El amigo, el verdadero amigo, está presente siempre. No es voluble en su conducta ni frágil en sus sentimientos. Su vínculo es perenne, más allá de los avatares de la vida.
Exceptuando las magnas fechas patrias, si alguna celebración caracteriza el alma de los argentinos, ésa es el Día del Amigo. Quienes visitan esta tierra atestiguan con sus relatos esta proverbial característica de nuestro ser nacional. El sentido y la importancia que le otorgamos a la amistad bien entendida es percibido de inmediato como un signo visible de nuestra identidad.
Por cierto, el Día del Amigo –un “invento” argentino- se ha instalado desde hace varios años como una nueva oportunidad comercial para cientos de emprendimientos de todo tipo, desde gastronómicos hasta recreativos. No está mal que ello ocurra. La reunión de varias personas en torno a una mesa donde se comparte el pan es la imagen más gráfica para representar la amistad. No obstante, esta cualidad humana no siempre es valorada como un elemento sustancial para alcanzar un mundo mejor, más solidario, más comprensivo, más tolerante. Tomar dimensión de lo que significa ser y tener un amigo implica encontrar una pausa en el vertiginoso ritmo de vida actual para reflexionar y, por qué no, emocionarse.
Miles de años atrás, Marco Tulio Cicerón, reconocido filósofo, político y orador en la antigua Roma, escribió un tratado sobre la amistad. Lo hizo alejándose de la lucha política para encuadrar reflexiones éticas y morales sobre cuestiones centrales de la vida del hombre. Sus enseñanzas sobre lo que significa tener un amigo se mantienen vigentes: son pensamientos que permiten dar sustento a la agradable sensación de saber que se tiene la compañía de un semejante con el que se puede hablar con la despreocupación del que habla consigo mismo.
“Si alguna cosa hay en la vida utilísima y excelente, ésa es la amistad. La amistad es celebrada por todos y cunde, no sé cómo, por todos los estados de la vida; y no hay edad ni condición que no sienta su influjo benéfico”, escribió Cicerón, para quien el tener amigos es propio de los buenos: “Solo entre hombres virtuosos puede arraigarse la constancia de la amistad. Los une tanto el cariño como saber dominar las pasiones. No son ellos los que solicitan de sus amigos nada que no sea justo ni decoroso, pues no solo se aman, sino que se tienen el debido respeto. Porque apartar el respeto de la amistad, es quitarle su principal ornato”.
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El filósofo romano reafirma que “es propio de la buena amistad dar y recibir consejos; darlos con libertad y no con aspereza y recibirlos con paciencia, no con repugnancia; así también no hay mayor peste en las amistades que las lisonjas y adulaciones”. Esta última frase define a la verdadera amistad. La que ama y respeta al otro. La que no pretende sacar provecho ni utilizar al que llama amigo. Porque, afirma Cicerón, “el amigo no finge: la mayor grandeza de la amistad consiste en formar de muchas voluntades una sola”.
El amigo, el verdadero amigo, está presente siempre. No es voluble en su conducta ni frágil en sus sentimientos. Su vínculo es perenne, más allá de los avatares de la vida. En la letra de una canción del brasileño Roberto Carlos se resume lo antedicho: sin dudas, el amigo “es realmente el más cierto en horas inciertas”.