Sociedad
El “mago” Puricelli y su legado como inventor
Florentino Puricelli, el mecánico de San Francisco, que con su invento mejoró los motores de explosión de dos tiempos en 1960. Su hijo, el médico Daniel Puricelli, nos relata la pasión y dedicación de su padre, quien se ganó el apodo de "el mago" entre los camioneros.
Por María Laura Ferrero | LVSJ
“Mi papá siempre me decía que de chico lo único que le importaba era ver motores”, recuerda Daniel Puricelli al evocar la vida de su padre, Florentino Puricelli, un mecánico que dejó su huella en la historia de la mecánica local con su invento.
Cada 29 de septiembre, Argentina celebra el Día Nacional del Inventor en honor a Ladislao Biro, creador de la birome. Este año, LA VOZ DE SAN JUSTO se adentra en la historia de Florentino, un mecánico autodidacta que patentó mejoras en motores de explosión de dos tiempos en 1960.
Florentino no solo fue un mecánico reconocido en el barrio Cottolengo de la ciudad de San Francisco, sino que también fue un apasionado inventor, aunque su formación fue muy distinta de lo que se podría esperar de alguien que consiguió tal título.
Este mecánico nació en 1920 en una familia de puesteros de un campo ubicado cerca de la localidad santafesina de Sastre, Santa Fe. “Con 17 años, sin que su familia lo supiera, se escapó a Buenos Aires para hacer un curso sobre motores en una academia que había visto la publicidad en una resista. Trabajó en un taller de colectivos urbanos Caseros lavando piezas y fue ahí donde aprendió lo básico de la mecánica”, cuenta su hijo.
Esa decisión de dejar el campo y perseguir su sueño marcó el rumbo de su vida. Tras volver a su tierra natal con la formación y experiencia adquirida, comenzó a trabajar en varios talleres, hasta llegar a la fábrica de cosechadoras Puzzi, ubicada en la ciudad de Frontera en el predio donde ahora se encuentra un importante supermercado en el Camino Interprovincial.
Esa empresa pertenecía a Santiago Puzzi, el abuelo de Oreste Berta, quien años más tarde se consagraría como un referente de la mecánica automovilística argentina. “Mi papá siempre me decía que cuando Oreste venía a visitar a su abuelo en las vacaciones, lo veía en el taller curioseando”, recuerda Daniel.
El “mago” de los camioneros
A lo largo de su carrera, Florentino se ganó un apodo especial entre sus clientes: “el mago”. Los camioneros que llegaban a su taller confiaban ciegamente en su capacidad para diagnosticar problemas con solo escuchar el motor. “Yo lo vi muchas veces pararse al lado de un camión, escucharlo y decir exactamente qué estaba mal. No fallaba nunca. Era como si los motores le hablaran”, dice su hijo, recordando con admiración esa habilidad especial que distinguió a su padre.
Su taller, inicialmente ubicado en unos galpones en la calle 25 de Mayo, donde compartía el espacio con un taller de elástico y con Luis Delfabro que comenzaba a fabricar artesanalmente los primeros amortiguadores.
Con el tiempo, Florentino se mudó al barrio Cottolengo, donde construyó su taller definitivo, un lugar que también fue el centro de su vida familiar. “Cuando nos mudamos, solo había cinco casas alrededor, y más allá del galpón donde trabajaba mi papá, estaba el alambrado del campo. Era un barrio hermoso para crecer, lleno de chicos, y mi papá era parte de esa comunidad”, recuerda Daniel.
A pesar de su talento y reconocimiento, Florentino mantuvo siempre un perfil bajo. “Era una persona muy simple, nunca desarrolló una empresa grande con su invento. Se dedicaba al taller y a arreglar camiones, siempre con humildad”, comenta Daniel.
La familia
La familia de Florentino Puricelli estaba formada por su esposa Marcelina y sus hijos: Silva Ana, Rita María, Daniel Ramón y Alejandro Carlos, quien se dedica a suspensión.
La Fórmula 1, su pasión
Su vida giraba en torno a la mecánica, pero también tenía una gran pasión por la Fórmula 1. Cada año, viajaba a Buenos Aires para ver el Gran Premio de Argentina. “Ese era su único hobby. Iba a ver la carrera, pasaba cuatro o cinco días allá, y volvía feliz”, recuerda su hijo.
Florentino también tuvo un breve paso como piloto en las populares carreras de Ford T. Sin embargo, su esposa Marcelina lo convenció de abandonar las competencias cuando ella quedó embarazada de su segunda hija. “Era una locura correr en esos autos, sin ninguna medida de seguridad. Mi mamá le dijo que era hora de dejarlo, y él aceptó”, dice Daniel.
El legado de un autodidacta
Florentino Puricelli falleció en 1990, después de haberse retirado del trabajo en su taller debido a problemas de artritis. A lo largo de su vida, demostró que la pasión y la perseverancia pueden superar cualquier barrera. “Él no tuvo estudios formales, pero eso nunca fue un impedimento para alcanzar lo que se proponía. Comparaba la mecánica con la medicina, pero yo le decía que los médicos siempre trabajábamos con todo en marcha”, reflexiona Daniel, quien siguió una carrera diferente pero con la misma dedicación que vio en su padre.
La historia de Florentino Puricelli es un recordatorio de que los inventores no siempre llevan bata blanca ni trabajan en laboratorios. Algunos, como él, nacen de la experiencia y el ingenio, y dejan un legado que va más allá de las patentes y los títulos. Su vida, su taller y su invención continúan siendo una fuente de inspiración entre aquellos que lo conocieron y admiraron su talento.
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