Análisis
El escándalo de la pobreza
Frente al impacto de estos porcentajes, ya no es necesario preguntarse si son “pan para hoy y hambre para mañana” las decisiones electoralistas de reparto a diestra y siniestra de recursos públicos.
La licuación de ingresos de la población que determina cada mes la acelerada inflación que padece el país ha determinado que otra vez los niveles de pobreza superen el 40%. Y que la indigencia, una situación de vida dramática en la que la dignidad humana se pierde, llegue a uno de cada diez compatriotas.
En efecto, la Encuesta Permanente de Hogares del Indec informó que en el primer semestre del año la pobreza alcanzó al 40,1%, lo que implica un salto de casi un punto frente a la medición de fines de 2022 (39,2%) y de 3,6 puntos en relación con al mismo período del año pasado. Por su parte, la indigencia –los más pobres entre los pobres– tocó el 9,3% contra el 8,1% de diciembre del año pasado.
Además, alarma que la situación más grave se registre entre la población con menos edad. Según los datos del Indec, entre los menores de 17 años el 57% es pobre y la peor cifra se registra entre los adolescentes (entre 12 y 17 años) el índice trepa al 59 por ciento, mientras que la indigencia llega al 16 por ciento. Jóvenes sin horizontes, destinados a no encontrar la salida a su apremiante situación socioeconómica, son la peor radiografía de una realidad que abruma.
Es preciso aclarar que los índices corresponden a la primera mitad de este año. Es decir, no tienen en cuenta la profundización de los porcentajes de inflación y el impacto de la devaluación brusca y sin plan de contingencia que dispuso el ministro de Economía y candidato oficialista luego de las primarias de agosto. Tampoco contempla el despilfarro de recursos públicos con el que pretende congraciarse con el electorado, demostrando nula preocupación por los efectos negativos que estas decisiones tendrán en una economía que sufre un deterioro terminal.
En este punto, un periodista porteño reflotó una anécdota de mediados de 1987. “El Plan Austral comenzaba a hacer agua y el riesgo ante una inflación que se podía disparar y descontrolar estaba latente, es más, muchos lo anticipaban si no se tomaban medidas drásticas. En ese momento se dio este diálogo: “Saúl, ¿usted no se da cuenta de que si en este contexto aumentamos los salarios nominales se va a espiralizar la inflación y van a caer los salarios reales?”, dijo el entonces ministro de Economía, Juan Sourrouille, al Secretario General de la CGT, Saúl Ubaldini, quien sin dudar le contestó: “Ministro, ¿y usted no se da cuenta de que si yo consigo un aumento del salario nominal es una victoria mía y si después se acelera la inflación es una derrota suya?”, escribió Daniel Santacruz.
El relato resume las miradas sectarias que predominan en la política argentina. “Debo ganar yo y que el otro pierda, no importa cómo y con qué consecuencias”, es la consigna que desde hace décadas se maneja en la discusión política. ¿Y los consensos? ¿Y la vocación de diálogo que se declama? Más serio todavía: ¿Será prioridad la realidad acuciante de los más vulnerables?
El 40,1% de pobres y el 9,3% de indigentes son la respuesta. Negativa, por cierto. Frente al impacto de estos porcentajes, ya no es necesario preguntarse si son “pan para hoy y hambre para mañana” las decisiones electoralistas de reparto a diestra y siniestra de recursos públicos. Con estos escandalosos indicadores de pobreza no hace falta ser un experto en economía para comprender que hoy el pan escasea y el hambre es un flagelo que crece.