Historias
¿El egoísmo atentó contra la masonería en San Francisco?
La masonería es un tema aún no tratado en los estudios de historia en San Francisco. Siempre fue considerado con distancia y se lo cubrió con un velo de secretismo, casi profundo como el que en la realidad estas organizaciones tienen.
Por Arturo A. Bienedell | LVSJ
El 22 de abril de 1917 falleció el exconcejal y director de la Banda Municipal de Música Luis Amalvy, “apreciado vecino” que en diversas sociedades ocupó cargos directivos siendo además venerable de la logia masónica “Porvenir Social”.
Amadeo Belén Cabrera, por entonces de 30 años, fue uno de los oradores que lo despidieron y luego de desear a Amalvy “paz, paz, paz”, expresó: “Descendéis a la tierra. El Gran Arquitecto del Universo ha puesto fin a tu misión en el mundo (…) en la cual cosechasteis muchas espinas entre las pocas flores que embriagaron con el perfume de las satisfacciones íntimas a vuestro corazón”.
Previamente, Belén Cabrera, periodista y masón, publicó en LA VOZ DE SAN JUSTO del 5 de noviembre de 1916 su artículo “Vida masónica”, en el cual sostenía: “Un colega ha sacado de su sueño el tema masónico local argumentando a su respecto extensamente.
En la localidad hay masones, pero, en su inmensa mayoría, no han penetrado el espíritu ni conocen la misión de la masonería, resultando ocioso disertar sobre la materia. En su hora, sus elementos, se han vinculado por interés o por curiosidad cuando no por vanidad: el de creerse superiores a los ojos de los profanos al guarecerse bajo la sombra de las desconocidas y para muchos, misteriosas prácticas de la institución.
Para los masones de verdad nunca caduca ni se olvida la fe jurada y aunque no sean respetados sus derechos, cumplen siempre con sus deberes sin mirar consecuencias futuras.
El masón de verdad practica el bien por el bien mismo.
Se diferencia del egoísta, que cierra su corazón a toda obra de bondad, que tiene la escuela de hacer el mal por el mal mismo o por lo que le reporta en utilidad o satisfacción.
Hay masones acá que no se cansan de recibir bien y aprovechan sus ventajas, pero si tienen oportunidad de hacerlo a su vez, se niegan, encastillándose en su negro egoísmo, siempre utilitarista.
La masonería tiene también sus Tartufos. Son los roedores del Ideal.
Hoy, los hermanos de este valle, abatido su taller por inercia colectiva, se dedican a la tarea de perseguirse mutuamente, ora atacando la obra ajena en los distintos negocios de la vida, ora calumniando a los hermanos en la fe jurada al sentirse vencidos en la lucha cotidiana ante el éxito ajeno, y mordidos por la sierpe de la envidia, dejan que los eslabones fraternales sean rotos por los demonios de las pasiones.
Es, a esta derrota, que se duerma en este valle y a que los masones de la localidad no sirvan para el bien y estén fuera de la buena senda”.
Belén Cabrera, fijó así su punto de vista. Crítico por cierto, asegurando que si la masonería no prosperaba en San Francisco era por el individualismo de sus protagonistas que minaban la acción de cualquier logia que quisiera funcionar con los roles que a sí mismas se asignan.
Resumiendo, el factor de individualismo que aún los individualistas actuales critican para una gran parte de nuestra comunidad y que una mayoría reconoce como de real existencia, pudo haber sido el desencadenante de la ausencia de masones en San Francisco o, al menos, de logias masónicas conocidas porque masones los podía haber con residencia en nuestra ciudad, pero actuando en otros medios de la región, tal el caso de Rafaela donde tuvieron un desarrollo, al parecer, más notable.