“El discreto encanto del putinismo”
La atracción, hoy mesurada de modo ficticio, que los extremos políticos tienen por el líder ruso se entiende solo desde su aborrecimiento hacia la democracia.
La invasión rusa a Ucrania ha generado una conmoción mundial que casi no tiene precedentes desde la Segunda Guerra. Muerte, destrucción, acusaciones de crímenes, éxodos masivos, sufrimiento y desarraigo son algunas de las consecuencias nefastas de la decisión del no menos funesto líder que habita el Kremlin.
También en materia política e ideológica las repercusiones han afectado a buena parte del mundo. Luego de comprobarse que Vladimir Putin ha violado los más elementales principios del derecho internacional, líderes de posturas extremas o cercanas a esos márgenes, tanto de izquierda como de derecha, se han mostrado primero irresolutos y desorientados; luego incómodos y avergonzados. Finalmente, muchos no tuvieron ningún empacho en moderar su adhesión al régimen de Moscú e incluso salir a condenar lo que hasta hace instantes se alababa.
Hasta que se le ocurrió poner sobre la mesa sus aspiraciones imperiales, Putin había conseguido "unir" extremos ideológicos que se auto asumen como irreconciliables. Se había exhibido como el símbolo de una Europa diferente para muchos nacionalistas que reniegan de la "integración" con los inmigrantes y había conseguido el aprecio de la izquierda por sus posturas anti Estados Unidos y la aplicación de recetas populistas. Los admiradores del autócrata ruso eran (¿siguen siéndolo?) personajes que se ubican ellos mismos en las antípodas del arco de ideas políticas. Así, la líder derechista francesa, Marine Le Pen compartía los mismos elogios que Pablo Iglesias, el más conocido de los populistas de izquierda españoles agrupados en Podemos.
Es solo un ejemplo, que bien podría extenderse hacia otras naciones y continentes. Las posturas frente a Putin de los gobernantes de extrema derecha en Hungría y las de los autócratas cubanos o venezolanos son las mismas. Ensordece el silencio de muchas facciones de signo populista que se proclaman como defensoras de los valores de la izquierda en América latina, así como espanta la adhesión al Kremlin de algunos nostálgicos que, en la vereda de enfrente, defienden ideas antidemocráticas en nuestros países.
La invasión a Ucrania unió a los extremos ideológicos en la necesidad de desacoplar su admiración hacia Vladimir Putin, maquillar su discurso para expresar alguna dosis de solidaridad con el pueblo atacado por Rusia y hacer malabares para no mostrar la endeblez democrática que exhiben. La atracción, hoy mesurada de modo ficticio, que los extremos políticos tienen por el líder ruso se entiende solo desde su aborrecimiento hacia la democracia.
En 1932, un ensayo titulado La doctrina del fascismo, escrito por Benito Mussolini y el filósofo Giovanni Gentile, ministro de Educación de aquel gobierno dictatorial italiano, definía a esta ideología como opuesta a la democracia, al socialismo, al liberalismo, al individualismo, al bolchevismo, al parlamentarismo, al pacifismo y al igualitarismo. Es difícil no encontrar posturas también opuestas a estos valores o a estos "ismos" en las agrupaciones defensoras del populismo más rancio, sean de izquierda o derecha. Un columnista español describió a esta situación como "el discreto encanto del putinismo".