Análisis
El año del cambio de época
Con la irrupción de Milei, los paradigmas tradicionales cayeron y el discurso anticasta ganó fuerza. Sin embargo, persisten vicios en la gestión libertaria, como la retórica agresiva y la corrupción visible.
Por Fernando Quaglia | LVS
La pregunta ingresó en los anales de la política argentina y ha sido motivo de numerosas interpretaciones y memes. “¿En qué te convertiste Daniel?”, le espetó Mauricio Macri a Scioli en aquel debate previo a las elecciones presidenciales de 2015. Hace casi una década parecía que la ola amarilla iba a sentar las raíces de una nueva era política en el país. Pero no fue así. El fracaso de Juntos por el Cambio determinó la llegada otro gobierno kirchnerista: las mismas mañas permanecieron intactas o se agravaron, el hartazgo social frente a la decadencia se acrecentó. Y Daniel se convirtió en embajador en Brasil.
Hasta la llegada de Milei, en la política argentina había hechos que se daban por sentados. Se afirmaba, por ejemplo, que solo el peronismo–kirchnerismo podía gobernar sin mayores contratiempos; que no se podía gestionar el Estado sin una mayoría automática en el Congreso; que era imposible terminar con la ocupación de la calle por los grupos piqueteros; y que la paz social se alteraría seriamente si otra fuerza política ganaba las elecciones.
Estos paradigmas –y varios otros– se hicieron añicos. El desprecio ciudadano hacia la ineficacia y falta de transparencia de la dirigencia política tradicional derivó las aguas hacia la pequeña isla libertaria, que supo capitalizar el descontento. La utilización del recurso retórico de la “casta” expresó en toda su dimensión el sentimiento mayoritario de que los políticos han utilizado las instituciones democráticas para beneficio propio y en detrimento de la ciudadanía.
En 2024, la Argentina ingresó en el terreno de un fenómeno global en el que no encajan las divisiones tradicionales de izquierda y derecha. Aunque estas categorías continúan utilizándose, los realineamientos son evidentes. Los viejos partidos ubicados a la izquierda han perdido el apoyo de las clases trabajadoras. Por otro lado, los partidos de derecha republicana se han visto sacudidos por la irrupción de fuerzas ideológicamente más extremas. Un análisis de The New York Times sostiene que los partidos de centroizquierda extraen hoy su energía de activistas progresistas idealistas con educación universitaria, cuyas opiniones culturales y económicas a menudo alejan a los votantes de las clases trabajadoras. Mientras tanto, las agrupaciones de tendencia liberal clásica siguen perdiendo adeptos en las urnas.
Así, el populismo, se proclame progresista, liberal o conservador, goza de floreciente actualidad en buena parte de las democracias del mundo. Se fortalece cuando dispone medidas distributivas demagógicas o cuando ataca a las élites. Antiguas proclamas cobraron nuevos significados: libre comercio, inmigración, rol del Estado, vigencia de la democracia. Y las formas de la política tradicional han sido eliminadas por disruptivos modos ejercidos por los ahora gobernantes, antes outsiders.
El año político de la Argentina se encuadró en este nuevo clima de logros, disrupciones y riesgos como se señaló en una columna anterior. El discurso anticasta mantiene vigor, apalancado por la reducción de la inflación, la sensación de que la inseguridad está retrocediendo, la convicción de que el clientelismo solo genera más pobreza y que la calle ya no es tierra de nadie, entre otras cosas.
La tolerancia de la ciudadanía hacia aspectos menos lúcidos y problemáticos de la gestión actual se funda en aquella esperanza inicial de revertir el esquema tradicional de una política ineficaz y autorreferencial. Sin embargo, persisten, empecinados, vicios notables dentro y fuera de la gestión libertaria: retórica ampulosa e insultante por momentos, intentos de nombrar jueces por decreto, no aprobación de leyes como la de ficha limpia, ataques a la prensa, búsqueda de fueros para evitar el cumplimiento de condenas judiciales, corrupción visible con bolsos llenos de dólares en puentes fronterizos, propuestas irracionales como provincializar la línea aérea de bandera, acuerdos espurios que no salen a la luz, intentos de cooptación de gobernadores y desprecio por el verdadero federalismo, entre otros. Y Daniel ahora se convirtió en secretario de Turismo, Ambiente y Deportes.