Sociedad
El 1984 de Orwell fue el 1984 de Jobs
Mac cumplió 40 años. El gigante tecnológico Apple, de la mano de su cofundador Steve Jobs, presentaba el Macintosh 128K, un producto que transformó el mercado de la computación.
Por Fernando Quaglia | LVSJ
Ocurrió a finales de los años 80. Por primera vez me sentaba frente a una pantalla de computadora en la redacción de LA VOZ DE SAN JUSTO y escribía en un teclado al que no había que golpear estrepitosamente para que la letra se fije en el papel. En aquella primera experiencia fue común confundirse y apretar dos caracteres al mismo tiempo: habíamos aprendido dactilografía con las Remington o las Olivetti y el cambio de teclado se hacía notar. Mucho más cuando esa máquina, a la que nos acercamos con prudencia y algo de temor, tosía o nos advertía verbalmente del error cometido. La costumbre de estirar la mano para devolver el carro de la máquina de escribir al comienzo de la nueva línea se empecinó en mantenerse por varios días.
La Macintosh, esa pequeña caja cerrada, con pantalla pequeña, una abertura para colocar un dispositivo cuadrado que llamábamos “disquete” y, el ratón, pequeño elemento que descansa aún al costado del aparato, cuya ubicación sigue siendo motivo de controversias familiares o laborales entre la mayoría de usuarios diestros y la necesidad de adaptación que tenemos los que somos zurdos. Esta verdadera obra de arte de la tecnología y el diseño había nacido poco tiempo antes. Más precisamente en 1984. Si. El mismo año para el que George Orwell había pronosticado la concreción del mundo distópico que relata en ese libro de culto titulado solo con esos cuatro dígitos.
La Guerra Fría amenazaba con calentarse más de la cuenta. La disputa entre los dos gigantes bloques ideológicos alcanzaba picos preocupantes. La posibilidad de la aniquilación nuclear era cierta. Pero el anuncio televisivo lanzado el 22 de enero de 1984 es hoy considerado como el comienzo del fin para aquel conflicto que eclosionó cuando el Muro de Berlín se derrumbó años después. Esa publicidad, considerada mítica en la actualidad, iniciaba una era dominada por el “optimismo tecnológico” que, algo menguante, se mantiene hasta nuestros días.
Un lanzamiento inolvidable
Es más sencillo invitar a que se busque la publicidad en You Tube. De todos modos, es bueno el ejercicio de relatarlo. El anuncio mostraba un auditorio lleno de lo que hoy serían considerados zombis de cabezas rapadas mirando la proyección de un líder anciano –“adulto mayor” reclamaría hoy el lenguaje que pretende ser políticamente correcto-. El personaje representaba al Gran Hermano de Orwell. Una mujer joven y atlética vestida de rojo y blanco (los colores de la bandera de Polonia, país en el que el reclamo obrero masivo contra el estado comunista pro soviético había estallado tiempo antes) hace girar un martillo y lo arroja hacia el sitio desde donde habla este supuesto líder, justo cuando la policía está a punto de detenerla. De la explosión surge una frase que hoy forma parte de la historia de la comunicación de masas: “El 24 de enero, Apple Computer presentará el Macintosh. Y entonces verás por qué 1984 no será como 1984”.
Afirma Walter Isaacson en su biografía de uno de los fundadores de Apple, Steve Jobs: “El concepto (de la publicidad) capturaba el espíritu de aquella época, el de la revolución de los ordenadores personales. Muchos jóvenes, especialmente aquellos que formaban parte de la contracultura, habían visto a los ordenadores como instrumentos que podían ser utilizados por gobiernos orwellianos y grandes empresas con el fin de socavar la individualidad de la gente. Sin embargo, hacia el final de la década de los setenta, también se veían como una herramienta en potencia para lograr la realización personal de sus usuarios”.
Agrega: “El anuncio presentaba a Macintosh como miembro de una compañía joven, rebelde y heroica que era lo único que se interponía entre la gran empresa malvada (en ese momento IBM) y su plan para dominar el mundo y controlar la mente de los ciudadanos. A Jobs le gustaba aquello. De hecho, el concepto que articulaba el anuncio tenía para él una relevancia especial. Se veía a sí mismo como un rebelde, y le gustaba asociarse con los valores de la variopinta banda de piratas y hackers que había reclutado para el grupo del Macintosh. Por algo sobre su edificio ondeaba la bandera pirata. Aunque hubiera abandonado la comuna de manzanos en Oregón para crear la empresa Apple, todavía quería que lo vieran como un miembro de la contracultura, y no como un elemento más de la estructura empresarial”. Dos días más tarde, a través de una espectacular presentación como solo Steve Jobs sabía organizar, la Macintosh inauguraba una nueva era.
Transcurrieron 40 años. Un poco menos desde que en este diario “las Mac” fueron el símbolo del “sepelio” de la impresión que durante siglos se hizo al modo Gutemberg. El traqueteo de las máquinas de escribir cesó. Aparecieron las toses y las voces de esos dispositivos en los que el texto aparecía en la pantalla, casi mágicamente. El nuevo tiempo había llegado también por estos lares.
Aquel optimismo inicial del cambio de época fue decreciendo. Aparecieron nuevos desafíos y problemas. La democracia está sufriendo en todo el mundo. Las redes terminan por aislar a muchos seres humanos. Las relaciones sociales ya no son lo que eran. La desinformación es un fenómeno amenazante. Las desigualdades sociales se han profundizado. La política no encuentra el rumbo. La tecnología avanza de modo notable, pero se duda sobre si lo hace en la dirección correcta. Sin embargo, el presagio de la distopía lanzado por George Orwell no llegó en 1984. Porque ese año fue el de Jobs. O, mejor, de la Macintosh, máquina “mágica” frente a la que nos sentamos aquella lejana jornada a finales de los años 80. La herramienta que nos permitió seguir abrazando el oficio cuya misión principal, desde siempre, es la de “lanzar martillos” en la búsqueda de una sociedad más libre y justa.